La Máscara Perfecta

Capítulo 6: El Precio de la Curiosidad

El viento nocturno acariciaba las calles vacías.

El murmullo del océano retumbaba en la distancia, un sonido monótono que solo los que estaban solos en la oscuridad podían escuchar.

Pero Eva Durand no escuchaba el mar.

Porque en ese momento, estaba demasiado ocupada tratando de respirar.

Su corazón latía con una fuerza que parecía sacudir su pecho.

Su piel estaba cubierta de sudor frío.

Porque sabía que algo estaba terriblemente mal.

Había cometido un error.

Uno que no tenía solución.

Y ahora, estaba pagando el precio.

Eva había pasado días investigando en silencio.

Observando a Clarens con atención.

Recopilando pequeños detalles.

Hasta que finalmente, encontró lo que estaba buscando.

El apartamento de Clarens era impecable.

Demasiado perfecto.

Sin huellas de vida real.

Como si cada objeto estuviera colocado en un sitio exacto para no dejar rastros.

Pero lo que realmente le heló la sangre fue lo que encontró en un cajón cerrado con llave.

Porque dentro, cuidadosamente guardadas, había fotos.

Fotos del profesor Matthias.

Tomadas desde diferentes ángulos.

Fotos de la escena del crimen antes de que la policía llegara.

Eva sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

No necesitaba más pruebas.

No necesitaba más suposiciones.

Clarens era el asesino.

Y ahora, lo sabía con certeza.

Pero lo peor…

Lo peor fue cuando levantó la mirada y lo vio de pie en la puerta.

Observándola.

Con una expresión tranquila.

Como si ya lo hubiera esperado.

—Sabía que eras curiosa, Eva —dijo Clarens con voz calmada.

Eva retrocedió, sus manos temblaban.

—Clarens…

Él inclinó la cabeza.

—No debiste hacer esto.

Eva sintió su garganta cerrarse.

—Puedo olvidarlo. No diré nada.

Clarens sonrió.

Pero su sonrisa no tenía calidez.

—Tú y yo sabemos que eso no es cierto.

Eva tragó saliva.

Intentó correr.

Pero no llegó ni a la puerta.

El primer golpe la hizo caer al suelo.

Su cabeza golpeó contra el piso, la habitación giró a su alrededor.

Luego vino la presión en su garganta.

Las manos de Clarens eran firmes.

No temblaban.

No mostraban duda.

Como si ya hubiera hecho esto antes.

Los pulmones de Eva ardieron.

Intentó arañarlo.

Intentó gritar.

Pero su voz no salió.

Su vista se nubló.

El mundo comenzó a desvanecerse.

Y el último rostro que vio fue el de su asesino.

Clarens miró el cuerpo de Eva en el suelo.

Permaneció en silencio por varios minutos.

Sin culpa. Sin arrepentimiento.

Solo la certeza de que había hecho lo necesario.

Pero ahora venía la parte más importante.

Deshacerse de ella.

Colocó guantes.

Movió el cuerpo con precisión.

Sin prisas.

Sin errores.

La llevó al baño, donde una trituradora industrial esperaba.

Eva dejó de ser Eva.

Ahora era solo carne y huesos reducidos a fragmentos irreconocibles.

Guardó los restos en bolsas.

Y luego, esperó hasta el amanecer.

Cuando el sol comenzó a salir, se dirigió al mar.

Subió a un bote que había alquilado días antes.

Y, sin ceremonia alguna, lanzó las bolsas al agua.

Los peces harían el resto.

No habría cuerpo.

No habría rastro.

Eva simplemente… desaparecería.

Al día siguiente, nadie notó nada extraño en Clarens.

Nadie vio la diferencia en su sonrisa.

Nadie notó el vacío en sus ojos.

Porque él era un experto en usar su máscara.

Los días pasaron.

Y luego semanas.

Hasta que alguien finalmente preguntó por Eva.

—No la veo desde hace días —dijo una de sus amigas.

—Tal vez se fue de viaje —comentó otro estudiante.

Clarens escuchó en silencio.

Siguió con su vida.

Como si nada hubiera cambiado.

Porque para él…

Nada había cambiado.

Eva se había convertido en solo un recuerdo.

Una historia sin final.

Un nombre que poco a poco se perdería en el tiempo.

Como si nunca hubiera existido.




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