El viento soplaba suavemente a través de los árboles cuando Clarens bajó del auto y observó su nueva casa.
Era una construcción moderna, de líneas limpias, con grandes ventanales y una fachada discreta.
Ubicada en un vecindario tranquilo, a las afueras de la ciudad, tenía todo lo que necesitaba:
Privacidad. Espacio. Seguridad.
Lo suficientemente cerca del trabajo para no parecer sospechoso…
Pero lo suficientemente lejos para garantizar que nadie se metiera en su vida.
La perfección hecha hogar.
Porque, después de todo, cada depredador necesita un refugio.
El interior de la casa era minimalista y meticulosamente ordenado.
Nada sobraba.
Nada desentonaba.
Cada mueble, cada objeto, cada detalle…
Había sido elegido con precisión quirúrgica.
La sala estaba decorada en tonos neutros, con sofás de cuero negro y una chimenea eléctrica incrustada en la pared.
El estudio tenía una enorme biblioteca, no por amor a la literatura, sino porque una estantería llena de libros transmitía la imagen de un hombre culto y sofisticado.
La cocina era impecable, con electrodomésticos de acero inoxidable y encimeras de mármol.
El sótano…
Bueno, el sótano aún estaba vacío.
Por ahora.
Porque en su mente, Clarens ya tenía planes para ese espacio.
Su nueva casa estaba ubicada en una zona residencial exclusiva.
Casas grandes, jardines bien cuidados, vecinos que saludaban con sonrisas forzadas pero nunca hacían demasiadas preguntas.
Era el tipo de lugar donde la gente se preocupaba más por la apariencia que por la realidad.
Donde todos fingían ser felices.
Donde las fachadas ocultaban secretos.
Un lugar perfecto para alguien como él.
Porque aquí, nadie sospecharía de un hombre como Clarens.
Un hombre educado, exitoso, soltero, siempre cortés pero nunca demasiado cercano.
El tipo de vecino que todos saludaban pero que pocos conocían realmente.
El tipo de hombre que puede desaparecer sin dejar rastro… y hacer que otros desaparezcan también.
La rutina en la oficina fue fácil de dominar.
Clarens se destacó rápidamente.
Era eficiente. Impecable.
Nunca cometía errores.
Nunca se mostraba molesto o estresado.
Siempre tenía la respuesta correcta en el momento correcto.
En pocos meses, ya era visto como uno de los empleados más valiosos.
Los jefes lo admiraban.
Los compañeros lo respetaban.
Pero ninguno de ellos lo conocía realmente.
Porque cada palabra, cada gesto, cada acción…
Era parte de un personaje que había perfeccionado con los años.
Un personaje que nunca levantaba sospechas.
Porque en este mundo, las apariencias lo eran todo.
Y Clarens sabía cómo usarlas a su favor.
No podía evitar toda interacción social.
Ser demasiado reservado también atraía atención.
Así que, de vez en cuando, aceptaba invitaciones.
Cenas con colegas. Unas copas después del trabajo.
Siempre lo justo para mantener su imagen de hombre equilibrado y confiable.
Nunca demasiado cercano.
Nunca demasiado distante.
Lo suficiente para ser recordado, pero no lo suficiente para ser cuestionado.
Era un equilibrio delicado.
Uno que manejaba a la perfección.
Y si alguien intentaba acercarse demasiado…
Simplemente encontraba la manera de alejarlo.
Con sutileza.
Con control.
Porque en su mundo, las conexiones emocionales eran un riesgo innecesario.
Los meses pasaron, y Clarens se adaptó a su nueva vida sin problemas.
Pero en su interior, algo se estaba gestando.
Porque, aunque su rutina era impecable…
Aunque tenía todo bajo control…
Había algo que aún faltaba.
Un instinto primario que exigía ser saciado.
El deseo de cazar.
El mismo deseo que lo llevó a matar a Matthias.
El mismo deseo que lo llevó a deshacerse de Eva.
Sabía que no podía actuar impulsivamente.
Ahora, debía ser más meticuloso.
Más calculador.
Tenía que asegurarse de que su próximo movimiento fuera perfecto.
Así que comenzó a observar.
A analizar a las personas a su alrededor.
A buscar a aquellos que merecían desaparecer.
Porque el mundo estaba lleno de basura.
Y si nadie hacía nada al respecto…
Él lo haría.
Con paciencia.
Con precisión.
Con la seguridad de un hombre que sabe exactamente quién es y qué debe hacer.
Porque ahora, Clarens ya no era el niño asustado de su infancia.
Ni el estudiante disciplinado de la universidad.
Ahora, era el arquitecto de su propio destino.
Y el mundo…
Era su tablero de juego.