El vecindario estaba sumido en un silencio inquietante.
Desde su porche, Clarens observaba.
El aire fresco de la noche traía consigo el susurro de las hojas al moverse con el viento.
Era un entorno pacífico, un lugar donde las familias dormían tranquilas, creyendo que nada malo podía ocurrirles.
Porque en cada comunidad, en cada calle aparentemente perfecta, siempre había oscuridad oculta.
Siempre había alguien que no merecía seguir respirando.
Y en este vecindario, ya había encontrado a su primera presa.
Su nombre era Dennis.
A simple vista, un hombre exitoso.
Tenía una esposa hermosa.
Dos hijos que parecían sacados de una postal familiar.
Un trabajo estable en una empresa prestigiosa.
Pero Clarens veía más allá de la imagen perfecta.
Veía las grietas en la fachada.
Veía la manera en que la esposa de Dennis evitaba su contacto visual.
Veía los moretones apenas visibles en la muñeca de su hija adolescente.
Veía la arrogancia en cada uno de sus gestos.
Dennis era el tipo de hombre que se creía intocable.
Que disfrutaba del poder sobre los demás.
Que lastimaba porque podía hacerlo.
La primera regla para una cacería perfecta era la paciencia.
Clarens nunca actuaba impulsivamente.
Sabía que, si quería eliminar a Dennis sin dejar rastro, tenía que hacerlo bien.
Así que comenzó a observarlo.
A estudiar cada uno de sus movimientos.
Siguió su rutina sin ser notado.
Lunes: Salía temprano de casa, tomaba la misma ruta hacia su oficina.
Miércoles: Después del trabajo, iba al bar con colegas, siempre regresando tarde.
Viernes: Iba al club de golf con otros hombres de su edad, jactándose de su dinero y su poder.
Y lo más importante…
Algunas noches, tomaba caminos oscuros y poco transitados.
Caminos donde nadie lo vería.
Caminos donde podía desaparecer.
Y esa sería la clave del plan.
Clarens no podía ser descuidado.
No podía dejar evidencia.
Así que diseñó un plan preciso, meticuloso.
Un método limpio.
Sin sangre. Sin errores.
La idea era simple: desaparecerlo.
Cuando alguien muere pero el cuerpo no aparece…
Se convierte en un misterio.
Y en un mundo lleno de caos, los misterios sin resolver eventualmente son olvidados.
Así que, durante semanas, preparó cada detalle.
Consiguió un vehículo sin matrícula, alquilado bajo una identidad falsa.
Seleccionó un sitio abandonado, lejos de cámaras de seguridad.
Planeó cada posible imprevisto.
Y cuando todo estuvo listo…
Esperó.
Esperó la noche perfecta.
La noche en la que Dennis desaparecería para siempre.
Era viernes por la noche.
Dennis había salido del club de golf y, como siempre, había bebido más de la cuenta.
Confiado, seguro de su poder, caminaba solo hacia su auto en un estacionamiento desierto.
Clarens ya estaba allí.
Lo observó desde las sombras.
Midió cada uno de sus movimientos.
Y cuando Dennis se inclinó para abrir la puerta de su auto…
Actuó.
Rápido. Preciso.
Un golpe seco en la cabeza con un objeto contundente.
No demasiado fuerte para matarlo…
Pero lo suficiente para dejarlo inconsciente.
Dennis cayó sin hacer ruido.
Clarens lo levantó con facilidad y lo metió en la parte trasera del auto.
Cerró la puerta.
Encendió el motor.
Y desapareció en la noche.
Sin testigos.
Sin cámaras.
Sin errores.
Condujo durante una hora hasta llegar a un bosque aislado.
El lugar perfecto.
Un sitio donde la naturaleza haría el resto.
Dennis comenzó a despertarse, aturdido.
Intentó moverse, pero sus manos y pies estaban atados.
Clarens se inclinó hacia él y le susurró al oído:
—Tú sabes por qué estás aquí.
Dennis jadeó, con los ojos desorbitados por el miedo.
Intentó hablar, suplicar.
Pero Clarens solo sonrió.
Porque las palabras no cambiarían su destino.
Dennis no merecía seguir respirando.
Y Clarens se aseguraría de que no lo hiciera.
Así que, con la misma calma con la que habría hecho cualquier tarea cotidiana…
Puso fin a su vida.
El Cuerpo que Nunca Será Encontrado
Dennis desapareció.
La lluvia lavó cualquier huella.
Los animales harían el resto.
En cuestión de días, su existencia quedaría reducida a nada.
Un misterio sin resolver.
Un nombre que poco a poco se perdería en el tiempo.
Y Clarens…
Simplemente regresó a casa.
Cenó.
Tomó una copa de vino.
Se acostó a dormir.
Porque, para él, esto no era un crimen.
Era orden.
Era justicia.
Era el comienzo de algo mucho más grande.
Porque ahora que había cazado una vez más…