La oficina de Miller era un caos de papeles, mapas y fotografías. La desaparición de Robert y Dennis lo tenía obsesionado. Dos hombres desaparecidos sin dejar rastro, en el mismo vecindario, era una coincidencia demasiado extraña para ignorarla. Pero lo más frustrante era la falta de pruebas. No había huellas, ni testigos, ni nada que vinculara a alguien con las desapariciones.
La presión aumentaba. Sus superiores exigían respuestas, la prensa lo acosaba y la comunidad exigía justicia. Miller sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que tenía que resolver este caso, no solo por las víctimas, sino también por su propia carrera. Su reputación estaba en juego, y el fracaso no era una opción.
Mientras tanto, Clarens seguía con su vida normal. Iba al trabajo, hacía sus compras, saludaba a sus vecinos. Después de la desaparición de Robert, había notado que las miradas lo observaban con más detenimiento, así que había decidido que era momento de cambiar de estrategia. Empezó a ser más sociable, a charlar con sus vecinos, a interesarse por sus vidas. De esta forma, Clarens dejaba de ser un vecino misterioso y se convertía en alguien "normal". Incluso comenzó a participar en las actividades del barrio, ofreciéndose como voluntario para organizar eventos y colaborar en proyectos comunitarios.
Clarens sabía que la mejor forma de pasar desapercibido era integrarse a la comunidad. Tenía que convertirse en uno más del vecindario, en alguien que nadie sospecharía. Por eso, se esforzaba por ser amable y servicial, por participar en las actividades del barrio, por mostrar un rostro amigable y confiable. Se ofrecía a ayudar a los vecinos con sus compras, a cuidar a sus hijos, a arreglar sus jardines. Su objetivo era ganarse la confianza de todos, crear una imagen de hombre bueno y desinteresado.
Miller observaba a Clarens desde lejos, con la misma desconfianza de siempre. No se creía su máscara de normalidad. Sabía que Clarens ocultaba algo, pero no podía probarlo. La frustración lo carcomía por dentro. Sentía que estaba a un paso de descubrir la verdad, pero algo se lo impedía. Sus instintos le decían que Clarens era el culpable, pero no tenía pruebas sólidas para respaldar sus sospechas.
Miller confiaba en su instinto. Algo en Clarens no le cuadraba. Su mirada, su sonrisa, su forma de hablar... Todo en él le gritaba que era culpable. Pero Miller era un policía y necesitaba pruebas, no solo sospechas. Sabía que Clarens era un hombre inteligente y astuto, que no dejaría rastro de sus crímenes. Pero Miller era paciente y persistente. Estaba dispuesto a seguir investigando hasta encontrar la verdad.
Miller comenzó a investigar el pasado de Clarens, buscando cualquier información que pudiera revelar su verdadera identidad. Pero Clarens era un fantasma, un hombre sin pasado ni presente. No había registros de su nacimiento, ni de su educación, ni de su trabajo. Era como si hubiera aparecido de la nada, sin dejar rastro. Esta falta de información solo aumentaba las sospechas de Miller. ¿Quién era realmente Clarens? ¿De dónde venía? ¿Qué secretos ocultaba?
A pesar de la falta de información sobre Clarens, Miller no se rindió. Siguió investigando, buscando una conexión entre Clarens y las víctimas. Y finalmente, encontró algo. Descubrió que Clarens había estado presente en los lugares donde Dennis y Robert habían sido vistos por última vez. No era una prueba definitiva, pero era una pista, una señal de que Clarens estaba involucrado en las desapariciones. Miller se sintió frustrado al no poder avanzar más en la investigación. La falta de pruebas concretas lo mantenía en un punto muerto. Pero su instinto le decía que Clarens era el responsable, y estaba decidido a demostrarlo.
Con esta nueva información, Miller decidió confrontar a Clarens. Se presentó en su casa, decidido a obtener la verdad. Clarens lo recibió con su habitual sonrisa amable, pero Miller no se dejó engañar.
"Señor Clarens, sabemos que usted estuvo presente en los lugares donde Dennis y Robert fueron vistos por última vez", dijo Miller, su voz era firme y autoritaria.
Clarens lo miró fijamente a los ojos, su sonrisa se desvaneció. "No tengo nada que ver con sus desapariciones, detective", respondió, su voz era fría y calculadora.
Miller sabía que Clarens mentía, pero no tenía pruebas suficientes para arrestarlo. La confrontación había terminado en un punto muerto, pero la guerra entre el gato y el ratón continuaba. Miller estaba decidido a desenmascarar a Clarens, a demostrar su culpabilidad. Y Clarens, por su parte, estaba dispuesto a todo para proteger su secreto.