La Máscara Perfecta

Capítulo 16: Sombras del pasado

La noche se extendía como un manto oscuro sobre la ciudad, ocultando secretos y alimentando sospechas. Clarens, con su andar silencioso, se movía entre las sombras, un depredador en su hábitat natural. La conversación con Sarah había dejado una marca, una leve perturbación en su rutina meticulosa. Las preguntas de la periodista resonaban en su mente, recordándole un pasado que había intentado enterrar, pero que ahora, con la cercanía de Miller, amenazaba con resurgir.

Clarens recordaba una época en la que la justicia no era un concepto abstracto, sino una necesidad imperiosa. Recordaba rostros, nombres, situaciones que habían marcado su vida. La impotencia, la frustración, la rabia contenida. Todo aquello que lo había llevado a convertirse en lo que era ahora, en el ejecutor silencioso que impartía su propia versión de la justicia. La imagen de sus padres, víctimas de un sistema corrupto, aún lo atormentaba, impulsándolo a seguir su cruzada.

Mientras tanto, Miller, en su oficina, revisaba una y otra vez los expedientes de las desapariciones. El caos de papeles y fotografías contrastaba con la frustración en su rostro. Algo no encajaba, una pieza del rompecabezas que se resistía a encajar. La colaboración de Clarens con Sarah, la falta de información sobre su pasado, todo apuntaba a que el hombre ocultaba algo, un secreto oscuro que Miller estaba decidido a desenterrar. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, las pruebas concretas seguían siendo esquivas.

Miller comenzó a buscar un patrón, una conexión entre las víctimas. Dennis, Robert, Richard... ¿Qué tenían en común? ¿Qué los vinculaba a Clarens? La respuesta lo sorprendió, pero a la vez confirmó sus sospechas. Todos ellos eran hombres de poder, hombres que se aprovechaban de los demás, hombres que parecían estar por encima de la ley. Hombres que, de alguna manera, habían escapado de la justicia. Pero, ¿cómo conectaba Clarens con ellos? No había pruebas físicas, ni testigos, ni conexiones financieras. Solo un instinto persistente.

La sospecha de Miller se intensificó. Clarens no era un justiciero, era un ejecutor. Un hombre que se tomaba la justicia por mano propia, eliminando a aquellos que consideraba culpables. Miller sentía un escalofrío recorrer su cuerpo. Clarens era un peligro, un lobo vestido de cordero, un depredador que acechaba en las sombras de la sociedad. Sin embargo, la falta de pruebas lo mantenía atado de manos.

Miller necesitaba pruebas, algo que vinculara a Clarens con las desapariciones. Decidió revisar las cámaras de seguridad de la zona donde Dennis y Robert habían sido vistos por última vez, una vez más. Sabía que era una tarea difícil, una aguja en un pajar, pero estaba dispuesto a intentarlo. Cada fotograma, cada segundo de grabación, era una posible pista, una pieza del rompecabezas que lo acercaría a la verdad. Pero después de horas de revisión, seguía sin encontrar nada concluyente.

Clarens, por su parte, sabía que Miller estaba cerca, muy cerca. Había notado su mirada, su persistencia. Sabía que tarde o temprano lo descubriría. Pero Clarens no se dejaba intimidar. Tenía un plan, una estrategia para proteger su secreto, para seguir con su misión. La partida de ajedrez con Miller había entrado en una fase crítica, y Clarens estaba dispuesto a jugar hasta el final.

Su siguiente objetivo era un juez corrupto, un hombre que se vendía al mejor postor, que manipulaba la ley para su propio beneficio. Clarens lo había estado observando durante semanas, recopilando pruebas de sus crímenes. Su impunidad era una afrenta, una mancha en el sistema que Clarens estaba decidido a eliminar.

Clarens decidió actuar esa noche. Se infiltró en la mansión del juez, silencioso como un fantasma. La seguridad era laxa, un reflejo de la arrogancia del juez, que se creía intocable. Clarens lo encontró en su estudio, revisando documentos, rodeado de botellas de whisky vacías. Clarens lo observó por un momento, sintiendo una mezcla de desprecio y satisfacción.

El juez se dio cuenta de su presencia y, presa del pánico, intentó huir. Pero Clarens fue más rápido, más ágil. Lo atrapó y lo llevó a un lugar apartado, un sitio donde nadie los encontraría, un antiguo almacén abandonado en las afueras de la ciudad.

Miller, mientras tanto, cerró su computadora, frustrado. Las horas de revisión no habían dado frutos. La imagen borrosa de Clarens seguía siendo solo eso, una imagen borrosa. No había pruebas suficientes para actuar. La noche se cerraba, y las sombras del pasado se hacían más densas, amenazando con engullir a ambos hombres, cada uno atrapado en su propia versión de la verdad.




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