La Máscara Perfecta

Capítulo 18: El eco del vacío

El almacén abandonado se erguía como un esqueleto de concreto y acero, un recordatorio silencioso de la ausencia. Miller recorrió el lugar con cautela, el arma en la mano, pero no encontró nada. Ni rastro de Clarens, ni de Sarah. Solo el eco de sus propios pasos resonando en el vacío, un eco que parecía burlarse de su impotencia, un eco que se mezclaba con el zumbido de la frustración en sus oídos.

Miller revisó cada rincón del almacén, cada sombra, cada posible escondite. Nada. Era como si Clarens y Sarah se hubieran esfumado, como si nunca hubieran estado allí. La frustración lo invadió, una sensación de impotencia que lo paralizaba. Había seguido cada pista, cada indicio, cada fragmento de información, pero la verdad seguía siendo esquiva, como un fantasma que se desvanecía al menor contacto. La rabia le quemaba las entrañas, una rabia contenida que amenazaba con estallar, una rabia que se mezclaba con la sensación de fracaso.

Miller salió del almacén, sintiendo el peso de la incertidumbre sobre sus hombros. ¿Dónde estaban Clarens y Sarah? ¿Qué había pasado en ese lugar? Las preguntas se agolpaban en su mente, buscando respuestas en el silencio de la noche, un silencio que parecía burlarse de su incapacidad para encontrar la verdad. La falta de pruebas concretas lo atormentaba, la sensación de estar persiguiendo sombras lo desesperaba. Se sentía como un cazador que había perdido el rastro de su presa, como un detective que había sido burlado por el criminal, como un hombre que había perdido la batalla antes de empezarla.

De repente, su teléfono sonó. Era Sarah.

"Miller, necesito verte", dijo su voz, tensa y urgente, un hilo de voz que transmitía desesperación. "Tengo que contarte algo".

Miller la encontró en un café cercano, con el rostro pálido y los ojos llenos de temor. La atmósfera era densa, cargada de la tensión que Sarah transmitía, una tensión que se mezclaba con el olor a café y cigarrillos.

"Clarens me llamó", dijo Sarah, sin rodeos, su voz apenas un susurro, como si temiera que alguien más pudiera escucharla. "Me contó sobre sus crímenes, sobre las desapariciones, sobre su convicción de que estaba haciendo lo correcto".

Sarah le contó a Miller todo lo que Clarens le había dicho, cada detalle, cada palabra. Le habló de su pasado, de su rabia, de su sed de justicia. Le habló de su convicción de que estaba limpiando la sociedad de la escoria que la corrompía. Miller escuchó atentamente, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. La verdad era aún más oscura de lo que había imaginado, un laberinto de sombras y secretos, un laberinto que parecía no tener salida.

"No sé qué creer", dijo Sarah, con la voz quebrada, las lágrimas amenazando con brotar de sus ojos, lágrimas que reflejaban su confusión y desesperación. "Él parecía tan convencido, tan seguro de sí mismo. ¿Cómo puedo saber si estaba mintiendo? ¿Cómo puedo saber si realmente creía en lo que hacía?"

Miller la miró con tristeza, sintiendo la misma duda que la atormentaba, una duda que se mezclaba con la admiración por la convicción de Clarens. "No lo sabes", respondió, su voz era un eco de la incertidumbre, un eco que se mezclaba con el ruido de la calle. "Nadie lo sabe. La mente humana es un laberinto, Sarah, y a veces, ni siquiera nosotros mismos sabemos lo que hay en su interior".

Miller sabía que tenía que encontrar a Clarens, que tenía que llevarlo ante la justicia. Pero, ¿cómo? ¿Dónde buscar? No había pistas, ni rastros, ni nada que lo guiara. Solo la convicción de que Clarens seguía ahí fuera, en algún lugar, tejiendo su red de justicia paralela. Decidió seguir investigando, seguir buscando, seguir persiguiendo la verdad, aunque esta fuera esquiva y dolorosa, aunque esta lo llevara a un callejón sin salida.

Miller se quedó en silencio, sintiendo el eco del vacío en su interior, un vacío que se mezclaba con el peso de la responsabilidad. La verdad se había revelado, pero la justicia seguía siendo esquiva. Clarens seguía libre, acechando en las sombras, dispuesto a seguir con su cruzada. La ciudad se extendía ante él, un laberinto de luces y sombras, un escenario donde la justicia y la venganza se entrelazaban en una danza macabra, una danza que parecía no tener fin.




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