La Máscara Perfecta

Capítulo 21: El eco del silencio

El teatro de las sombras se erguía como un mausoleo de sueños rotos, un laberinto de oscuridad donde la luz de la luna apenas lograba penetrar entre las telarañas y el polvo acumulado. Miller y Sarah habían caído en la trampa, atraídos por la promesa de respuestas, pero solo encontraron el eco del silencio y la sombra de la muerte. La tensión se palpaba en el aire, densa y cargada de presagios, como si el propio teatro contuviera la respiración, anticipando el horror que estaba por desatarse.

Las puertas del teatro se cerraron con un golpe seco, un sonido metálico que resonó en el silencio sepulcral, dejando a Miller y Sarah atrapados en la oscuridad. La luz de la luna, filtrándose a través de los agujeros en el techo, creaba sombras alargadas que danzaban en las paredes, convirtiendo el teatro en un escenario de pesadilla. Miller sintió un escalofrío recorrer su espalda, la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder, de que la muerte los acechaba en cada rincón.

De repente, un silbido agudo rasgó el aire, seguido de un golpe seco y un gemido ahogado. Sarah se desplomó, cayendo al suelo con un ruido sordo. Miller se giró, buscando al agresor en la oscuridad, pero solo encontró sombras danzantes, siluetas que se movían al compás de la luz de la luna. Se acercó a Sarah, la tocó, sintiendo la tibieza de la sangre que brotaba de su cabeza. Un clavo metálico, largo y afilado, sobresalía de su sien, incrustado profundamente en su cráneo. Miller lo observó con horror, sin comprender cómo había llegado allí. No había sonido de disparo, ni rastro de un arma. Solo el clavo, un testimonio silencioso de una muerte brutal.

La confusión lo invadió, una niebla espesa que nublaba su mente. ¿Quién la había matado? ¿Clarens? ¿Alguien más? ¿Cómo habían disparado ese clavo sin hacer ruido? La paranoia se apoderó de él, haciéndole ver enemigos en cada sombra, sospechas en cada silencio. Se sentía como un ratón atrapado en una jaula, rodeado de depredadores invisibles.

No hubo confesiones, ni explicaciones, ni alardes de un plan maestro. Solo el silencio, un silencio que pesaba como una losa, un silencio que gritaba su presencia. Miller sintió una presencia en la oscuridad, una mirada invisible que lo observaba, que se burlaba de su confusión. Sabía que Clarens estaba ahí, en algún lugar, jugando con él, convirtiéndolo en la última pieza de su retorcido juego.

Clarens había decidido dejarlo vivir, no por piedad, sino por estrategia. Miller sería su peón, el instrumento para sembrar la confusión y el caos. Los asesinatos continuarían, pero ahora, Miller sería el principal sospechoso, el blanco de todas las miradas, el chivo expiatorio perfecto. Miller salió del teatro, dejando atrás el cuerpo de Sarah, la imagen de su muerte grabada en su mente, el clavo incrustado en su sien como un recordatorio constante de su fracaso. La noche se extendía ante él, un laberinto de calles oscuras, un escenario donde la verdad y la mentira se confundían, donde la justicia y la venganza se entrelazaban en una danza macabra.

Sabía que Clarens lo estaba observando, que estaba jugando con su mente, que estaba convirtiendo su vida en un infierno. Pero no se dejaría vencer. Encontraría al asesino de Sarah, detendría el juego macabro de Clarens, aunque eso significara convertirse en una sombra más en la oscuridad, aunque eso significara perder su propia vida en el intento. El capítulo termina con Miller adentrándose en la noche, la promesa de venganza en su corazón, la sombra de la duda en su mente. La ciudad se había convertido en un campo de batalla, donde las sombras luchaban por el control. La batalla final había comenzado, y Miller era la última pieza en el tablero de Clarens, un peón en un juego donde la muerte era la única regla.




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