La Máscara Perfecta

Capítulo 25: El fantasma en la sombra

Desde la muerte de Sarah, Miller se había convertido en un fantasma, una sombra que se movía entre las sombras de la ciudad, un espectro atormentado por la culpa y la rabia, consumido por una sed de venganza que ardía como un fuego inextinguible. Sabía que Clarens lo estaba manipulando, que estaba jugando con él como un gato con un ratón, pero no se dejaría convertir en un peón en su retorcido juego, en una marioneta sin voluntad.

La policía lo buscaba incansablemente, los medios lo difamaban, convirtiéndolo en un monstruo a los ojos de la ciudad entera. Miller se había convertido en un fugitivo, un paria, un hombre sin nombre, despojado de su identidad y su reputación. Se movía de un refugio a otro, durmiendo en callejones oscuros, comiendo de la basura, sobreviviendo como un animal acorralado, como un fantasma que vagaba sin rumbo por las calles de una ciudad que lo había olvidado. El aislamiento era su condena, una soledad impuesta por un enemigo invisible que controlaba cada uno de sus movimientos.

A pesar de su situación, Miller no se rindió. Continuó su investigación en la clandestinidad, buscando pistas, siguiendo los rastros de Clarens, como un sabueso que persigue a su presa. Se había convertido en un detective clandestino, un fantasma que buscaba la verdad en la oscuridad, un hombre obsesionado con desentrañar el retorcido juego de Clarens. Cada pista era un hilo de esperanza, cada detalle una pieza del rompecabezas que lo acercaba a su némesis.

Su único aliado era el detective retirado, un hombre que creía en su inocencia, que veía en él la sombra de un hombre justo, un eco de la integridad que Miller había perdido. Juntos, revisaban los expedientes, analizaban las pruebas, buscaban un patrón en los crímenes de Clarens, intentando reconstruir el rompecabezas de una mente retorcida. La confianza era un bien escaso en un mundo de sombras, pero Miller había encontrado un faro de luz en la oscuridad.

La obsesión de Miller con Clarens crecía con cada día que pasaba, consumiéndolo por completo. Clarens se había convertido en su némesis, en la personificación de todo lo que odiaba, en el arquitecto de su desgracia. Sabía que tenía que detenerlo, que tenía que poner fin a su juego macabro, aunque eso significara sacrificar su propia vida. La sed de venganza era un fuego que ardía en su interior, alimentado por la culpa y la rabia.

Los recuerdos de Sarah lo atormentaban, su voz, su sonrisa, su mirada llena de vida, como fantasmas que se negaban a desaparecer. Se culpaba por su muerte, por no haberla protegido, por haberla arrastrado a la oscuridad. Prometió vengar su muerte, aunque eso significara sacrificar su propia alma, convertirse en un monstruo como Clarens.

El miedo era su compañero constante, un fantasma que lo seguía a todas partes, un eco de la paranoia que Clarens había sembrado en su mente. Temía perder la cordura, caer en la trampa de Clarens, convertirse en un monstruo como él. Pero la rabia era más fuerte que el miedo, la sed de venganza más intensa que la desesperación. Miller luchaba por mantener su cordura, por no dejarse arrastrar a la oscuridad que lo rodeaba.

Miller se había convertido en un hombre diferente, un hombre endurecido por la pérdida y la persecución, un hombre que había aprendido a sobrevivir en la oscuridad. Ya no era el detective que seguía las reglas, que confiaba en la justicia. Se había convertido en un cazador, un fantasma en la sombra, un hombre dispuesto a todo para detener a Clarens, para poner fin a su reinado de terror.




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