La Máscara Perfecta

Capítulo 28: Recluso

El eco de la sentencia aún resonaba en la mente de Miller mientras la furgoneta de traslado avanzaba por la carretera desierta. Cadena perpetua. Sin posibilidad de libertad condicional. Clarens había ganado.

Las esposas le apretaban las muñecas, pero el verdadero peso lo sentía en el pecho. No era solo la prisión, era el hecho de que todas las pruebas lo incriminaban de una manera tan perfecta que era absurdo. Sus huellas estaban en todos los cuerpos, en cada arma homicida, en cada carta enviada a la policía. Ni siquiera un asesino torpe dejaría tantas pruebas.

Y, sin embargo, ahí estaba. Condenado.

Las luces del penal se alzaron en el horizonte como una advertencia silenciosa. Pronto, las puertas de hierro se abrirían para tragárselo, y el mundo exterior se convertiría en un recuerdo lejano.

Pero Miller no estaba muerto. No todavía.

Si Clarens quería que se pudriera en prisión, entonces tendría que encontrar la manera de hacer justo lo contrario.

El penal de máxima seguridad Blackridge no era un simple centro de reclusión. Era una tumba para los vivos. Allí no existía la rehabilitación, solo la supervivencia.

Al llegar, los guardias lo sacaron de la furgoneta y lo empujaron a una sala de procesamiento. Le quitaron la ropa, lo inspeccionaron como si fuera ganado y le dieron un uniforme gris con su número de prisionero.

Recluso #89347.

Ese era su nombre ahora. Nathan Miller había dejado de existir.

Los pasillos del penal estaban llenos de miradas depredadoras. Algunos reclusos lo reconocieron de inmediato. La prensa había convertido su juicio en un espectáculo, y muchos lo veían como el infame "asesino en serie" que había aterrorizado la ciudad.

Otros lo miraban con desprecio. En la prisión, los asesinos que mataban por placer eran considerados lo peor. Miller sabía que estaba en peligro incluso antes de llegar a su celda.

El guardia que lo escoltaba le susurró algo al oído mientras caminaban:

—Aquí dentro, todos tienen un precio. Incluidos los guardias.

Un mensaje claro: si quería sobrevivir, necesitaría aliados.

Pero en Blackridge, confiar en alguien era como poner el cuello en la soga.

Su celda era un espacio estrecho con una litera oxidada y un pequeño ventanuco que apenas dejaba entrar luz. Justo cuando se dejó caer sobre la cama, algo llamó su atención.

Bajo su colchón, había un sobre.

Lo abrió con dedos temblorosos. En su interior, una nota escrita en tinta roja:

"La verdad es solo una ilusión. No busques justicia, busca venganza."

Miller sintió un escalofrío.

Clarens.

Ese maldito no solo lo había incriminado, sino que ahora jugaba con él incluso dentro de la prisión.

Pero, ¿cómo había llegado la nota hasta su celda?

Solo había una explicación: Clarens tenía hombres dentro de Blackridge.

Miller apretó los dientes. Si Clarens creía que lo había roto, estaba equivocado.

No tardó en llegar el primer intento de asesinato.

Dos días después de su llegada, mientras estaba en el patio de la prisión, un hombre enorme con tatuajes en el cuello se le acercó. Su nombre era Reddick, un asesino a sueldo que había trabajado para varias mafias antes de ser capturado.

—¿Sabes, Miller? —dijo con una sonrisa burlona—. Aquí dentro no duran mucho los tipos como tú.

Miller no respondió. Sabía lo que vendría.

Reddick intentó golpearlo en la cara, pero Miller lo esquivó y le clavó el codo en las costillas. El matón gruñó y retrocedió, sorprendido de que su "presa" supiera defenderse.

—Vaya, vaya… No eres solo un maldito psicópata, ¿eh?

El enfrentamiento llamó la atención de los demás reclusos. La prisión tenía sus reglas: si Miller se dejaba intimidar, sería visto como un blanco fácil.

Reddick atacó de nuevo, pero esta vez Miller lo tomó por el cuello y lo empujó contra una mesa.

—Dile a quien te envió que estoy listo —susurró Miller antes de soltarlo.

El silencio reinó en el patio. Reddick se frotó el cuello, escupió al suelo y se marchó.

Ese día, Miller se ganó el respeto de algunos… y la atención de otros.

Esa noche, mientras intentaba dormir, un guardia se acercó a su celda y le dejó otro sobre.

Dentro, una nota más:

"Pronto hablaremos. Mantente con vida."

No había firma.

Pero Miller ya sabía quién estaba detrás.

Clarens no había terminado con él. No aún.

Y si quería salir de ese infierno, tendría que encontrar la forma de hacer lo imposible: voltear el juego.

Porque si Clarens podía manipularlo desde fuera… entonces tal vez, solo tal vez, Miller podía hacer lo mismo desde dentro.




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