El viento golpeaba con fuerza los ventanales del rascacielos mientras Clarens se mantenía inmóvil, observando la ciudad desde su oficina en la cima del poder. Su mente solía ser un laberinto de estrategias, planes y cálculos fríos, pero aquella noche, la sombra de la incertidumbre lo envolvía de una manera que no había experimentado en años.
Miller aún estaba con vida.
No era solo una cuestión de supervivencia; era la resistencia de un hombre que debía haberse quebrado hace mucho tiempo. ¿Cómo era posible?
Desde que lo incriminó, cada pieza del tablero se había movido a la perfección. La ciudad lo condenó, la policía lo sentenció, la evidencia era irrefutable. Había planeado hasta el más mínimo detalle, asegurándose de que no hubiera escapatoria. Y sin embargo, Miller aún estaba allí.
Clarens exhaló lentamente, tomando un sorbo de whisky mientras su mente trabajaba a toda velocidad. La conversación con Crowley aún resonaba en su cabeza.
—Si sigue vivo, significa que no todo está bajo control.
Esa frase se repetía como un eco perturbador en su mente. ¿Y si tenía razón?
Horas antes, en el mismo despacho donde ahora se encontraba solo, había sostenido una de las conversaciones más tensas de su vida con Augustus Crowley.
—Clarens, has hecho cosas imposibles antes. Pero jugar con la mente de un hombre no es como jugar con una partida de ajedrez. Hay factores impredecibles.
—Nada es impredecible si se estudia lo suficiente.
—Te equivocas. —Crowley cruzó las manos sobre la mesa—. Miller sigue luchando, y eso es una señal de peligro. Los hombres al borde del abismo son los más peligrosos porque no tienen nada que perder.
Clarens se limitó a sonreír.
—Ya perdió todo. No hay más cartas para él.
—¿Estás seguro? —La mirada de Crowley era afilada, intensa—. ¿O simplemente subestimaste su voluntad?
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como un veneno latente.
Clarens no respondió.
Ahora, solo en su oficina, aquella pregunta seguía atormentándolo.
Mientras Clarens meditaba sobre sus próximos movimientos, un mensaje apareció en su teléfono.
Remitente desconocido.
"No lo enterraste lo suficientemente hondo. Creíste que habías ganado. Pero el juego apenas comienza."
Clarens frunció el ceño. ¿Quién demonios había enviado eso?
La pantalla se apagó, reflejando su propio rostro. Por primera vez en mucho tiempo, vio algo en su expresión que no reconoció: molestia… e incluso una ligera inquietud.
Alguien estaba moviendo piezas sin su permiso.
Dentro de los muros de la prisión, Miller estaba sentado en la estrecha cama de su celda, observando las sombras moverse en la pared. Su cuerpo estaba magullado, su mente agotada, pero había algo que aún se mantenía intacto en su interior: su determinación.
Sabía que Clarens lo quería quebrado. Sabía que la ciudad lo veía como un asesino. Sabía que cada evidencia en su contra era impecable.
Pero había algo que Clarens no había previsto.
Miller no se rendía.
No importaba cuán bien jugado estuviera el juego, siempre había una salida, una grieta, una oportunidad. Y si había algo que había aprendido en toda su vida persiguiendo criminales, era que ningún crimen era perfecto.
Había algo que Clarens no había considerado, un error mínimo, una pieza suelta que aún no había visto. Y Miller estaba decidido a encontrarla.
Fuera como fuera.
Mientras Miller trazaba su plan en Blackridge, en la cima de la ciudad, Clarens miraba el mensaje en su teléfono una vez más.
"Creíste que habías ganado. Pero el juego apenas comienza."
Por primera vez, sintió algo que no solía experimentar.
Alguien estaba jugando con él.
Y eso no le gustaba en absoluto.