La noche caía sobre la ciudad, cubriendo el horizonte con su manto oscuro. En el rascacielos de Clarens, la habitación estaba iluminada solo por la luz tenue que emanaba de la lámpara sobre su escritorio. Afuera, las luces de la ciudad parpadeaban como una sinfonía de pequeñas estrellas. La calma de la ciudad contrasta con la inquietud que empezaba a nublar la mente de Clarens.
Había logrado ganar la batalla. Miller estaba atrapado, encerrado en Blackridge, sin escapatoria. El hombre que había sido un héroe en la ciudad ahora era un monstruo a los ojos de todos. Los engranajes del plan de Clarens habían girado a la perfección, pero algo en el aire le decía que la victoria no era tan absoluta como parecía.
Los recuerdos de la conversación con Crowley volvían a su mente.
—Si sigue vivo, significa que no todo está bajo control.
Esa frase había calado profundo. Había algo que no había previsto. La resistencia de Miller, su inexplicable fortaleza. Por un momento, Clarens sintió que algo había salido de su control. Había jugado con la mente de un hombre, pero Miller no era cualquier hombre.
Clarens se levantó de su silla y caminó hacia la ventana, mirando las luces titilantes en la distancia. La ciudad, esa misma ciudad que había visto crecer y caer, le parecía de pronto distante. Como si fuera parte de un juego que no podía controlar por completo. La mente de Clarens, siempre tan aguda y calculadora, estaba ahora desconcertada.
El mensaje había llegado horas antes, y lo que en principio parecía una amenaza vaga se había convertido en una advertencia mucho más directa. Alguien más estaba moviendo piezas en su tablero. ¿Quién? ¿Y por qué? Clarens repasó una y otra vez las posibles opciones. ¿Era Miller quien había logrado romper la cárcel de su propia mente? ¿O había alguien más, alguien que había permanecido en las sombras, aguardando el momento perfecto para actuar?
El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos. Clarens lo miró por un segundo antes de contestar.
—¿Crowley? —dijo con voz grave.
—Sí —respondió la voz al otro lado de la línea—. He encontrado algo.
Clarens sintió una leve punzada de tensión. El tono de Crowley no era el habitual, y la palabra "algo" lo ponía alerta. Sabía que cualquier hallazgo de Crowley tenía el peso de una revelación importante.
—¿Qué has encontrado? —preguntó, controlando la ansiedad en su voz.
—No es algo que pueda ser explicado fácilmente —dijo Crowley, con una pausa que agregó peso a sus palabras—. Pero he rastreado un patrón, una señal que no habíamos visto antes. Este mensaje, Clarens, no es solo un aviso. Es un llamado de alguien más. Alguien que está operando fuera de tu radar.
Clarens apretó los dientes. La idea de que su juego pudiera ser interceptado por una mano desconocida le resultaba insoportable. A lo largo de los años, se había acostumbrado a ser el titiritero, el que manejaba los hilos. Nadie le había arrebato el control… hasta ahora.
—¿Quién? —preguntó, su voz más dura de lo habitual.
—No lo sé. Pero hay una conexión con Miller. Todo apunta a que hay algo más en él, algo que no hemos visto aún. Alguien está ayudándole o guiándolo, y no se trata solo de su supervivencia en Blackridge. Clarens, este jugador, tiene una estrategia que va mucho más allá de lo que habías imaginado. Estamos tratando con algo que no controlamos.
Clarens apretó los dedos contra la mesa. Sabía que la única respuesta era atacar primero, anticiparse. Pero esta vez, no tenía claro cuál sería el siguiente movimiento.
—Consigue más información. No quiero sorpresas —ordenó, antes de colgar la llamada.
El teléfono en sus manos parecía pesado. Clarens cerró los ojos un momento, exhalando lentamente. La tensión que lo había estado oprimiendo aumentaba, como si una sombra se estuviera extendiendo sobre su mundo cuidadosamente construido.
Mientras tanto, en Blackridge, Miller se encontraba recluido en su celda. Aunque el peso de las paredes y las rejas lo rodeaba, su mente seguía activa, recorriendo los pasillos oscuros del laberinto que había creado para sí mismo. Las noches eran las más difíciles. No había respuestas fáciles a sus preguntas, y las cicatrices del alma eran más profundas que las de su cuerpo.
Miller se había convertido en un prisionero no solo de la ley, sino también de su propia psique. El enfrentamiento con Clarens lo había dejado marcado, no solo por las pruebas que lo incriminaban, sino por la sensación de haber sido manipulado de maneras que no podía entender completamente.
El mensaje había llegado en un sobre sellado, sin remitente. Solo esas palabras que resonaban en su mente: "El juego comienza."
¿Quién lo había enviado? ¿Qué significaba?
Miller lo dejó sobre la mesa de su celda y se recostó contra la pared, mirando al techo. El mensaje era claro: el juego no había terminado, y había algo mucho más grande en juego. ¿Era una trampa más, o había alguien que lo estaba guiando? La incertidumbre de las palabras lo carcomía. Pero no se rendiría. Miller nunca se rendiría.
Con cada día que pasaba, la decisión se hacía más clara. Si había alguna grieta, alguna posibilidad de escapar del ciclo de manipulación en el que había caído, lo encontraría. No importaba lo que tuviera que hacer.
El sol comenzaba a asomarse por las rendijas de la celda, dibujando líneas de luz que cortaban la oscuridad. Miller se levantó, mirando las sombras que aún quedaban en las paredes. Sabía que no estaba solo en esta guerra. Alguien más, algún jugador invisible, estaba observando desde las sombras. Y tarde o temprano, él también tendría que hacer su jugada.
Clarens, de vuelta en su oficina, observaba la ciudad una vez más. La calma que había sentido al principio de la noche había desaparecido, reemplazada por una sensación que no podía apartar. La incertidumbre lo había invadido de manera sutil, pero firme.