La Máscara Perfecta

Capítulo 34: Una Decisión Calculada

La nota, un simple rectángulo de papel con la palabra "Espejo" inscrita en una caligrafía impersonal, yacía sobre el impoluto escritorio de Clarens como una serpiente muda. No había sobresalto, ni siquiera un destello de irritación en sus ojos gélidos. La calma, una máscara que había perfeccionado a lo largo de décadas, permanecía inalterable.

"Un imitador", pensó, la idea deslizándose por su mente como una sombra en la penumbra. La mayoría habría reaccionado con furia ciega, buscando al intruso para aniquilarlo. Pero Clarens no era un hombre de reacciones viscerales. Él prefería el intrincado juego del ajedrez a la brutalidad de la esgrima, la sutileza de la estrategia al estruendo del combate directo.

Una sonrisa, casi imperceptible, curvó sus labios delgados. ¿Por qué desperdiciar energía en destruir a un reflejo, cuando podía utilizarlo como un peón desechable? ¿Por qué ensuciarse las manos con sangre, cuando un doble podía hacerlo por él, asumiendo la culpa y el castigo?

Tomó su vaso de whisky, el líquido ámbar girando lentamente en el cristal tallado. "Juega, pequeño fantasma", murmuró, sus ojos fijos en el reflejo distorsionado del licor, como si hablara directamente con su imitador. "Veamos hasta dónde puedes llegar en este laberinto que has construido, en este juego que crees controlar".

Mientras Clarens se retiraba del tablero, cediendo el control a su reflejo, el imitador avanzaba con una arrogancia ciega, creyéndose invencible. Los asesinatos continuaban, pero con una diferencia sutil, casi imperceptible para el ojo inexperto. La brutalidad permanecía, pero ahora estaba envuelta en un aura de perfección, una precisión quirúrgica que comenzaba a llamar la atención de los detectives más astutos.

La policía, acostumbrada a la impunidad de Clarens, notó el cambio. Los asesinatos llevaban su firma, su estilo distintivo, pero algo estaba fuera de lugar. Pequeños errores, rastros sutiles que un ojo inexperto pasaría por alto, pero que los detectives más experimentados comenzaban a unir, formando un patrón inquietante.

Clarens se convirtió en un fantasma, un observador invisible en su propio juego macabro. Se alejó de la ciudad, viajando a lugares remotos, leyendo los periódicos con una sonrisa sardónica. Su imitador, cegado por su propia arrogancia, tejía su propia red de destrucción, acercándose cada vez más al abismo, sin darse cuenta de que estaba siendo observado, manipulado desde las sombras.

La policía, ahora una unidad especial dedicada exclusivamente a los asesinatos, intensificaba la búsqueda, siguiendo los rastros que el imitador dejaba a su paso. La presión aumentaba, pero el imitador, creyendo estar en control, no veía el peligro inminente, la trampa que se cerraba a su alrededor.

En la prisión, Miller se recuperaba lentamente, luchando contra los efectos del veneno que había debilitado su cuerpo, pero no su mente. Sabía que dos sombras acechaban en la ciudad: Clarens, el maestro del caos, y su imitador, un depredador hambriento de sangre.

El imitador era más peligroso, pero también más vulnerable. Su sed de sangre lo hacía impulsivo, descuidado, propenso a cometer errores. Miller sabía que tenía que salir, no solo para limpiar su nombre, sino para cazar a la bestia que amenazaba la ciudad, para detener la carnicería.

El imitador, confiado en su impunidad, cometió un error crucial, un descuido que sería su perdición. Un asesinato, un detalle pasado por alto, una pista microscópica. Una fibra de tela, un cabello, un fragmento de huella. Pequeños errores que, como granos de arena, formaban una montaña, una evidencia irrefutable.

La policía, ahora con un rastro tangible, intensificó la búsqueda, utilizando cada recurso a su disposición. El imitador, sintiéndose acorralado, se volvió más errático, más violento, cometiendo errores cada vez más graves. La ciudad se convirtió en un laberinto de espejos rotos, donde el cazador se convertía en la presa, atrapado en su propia trampa.

Clarens, desde su refugio seguro, leía las noticias con una sonrisa de satisfacción. Su reflejo, el fantasma que había creado, estaba a punto de ser atrapado, de asumir la culpa por sus crímenes. Pero algo no encajaba, una sensación inquietante que le recorría la espalda. La policía estaba cerca, muy cerca, pero no lo suficiente. Había algo más, una pieza faltante en el rompecabezas.

Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Y si el imitador no era un simple reflejo, sino una creación más compleja, un peón en un juego mucho más peligroso? ¿Y si este laberinto de espejos tenía un propósito más oscuro, una trampa diseñada para él?

Clarens dejó su whisky, la sonrisa desvaneciéndose de su rostro. El juego, pensó, estaba lejos de terminar. Y él, el titiritero, había cometido un error al subestimar a su propia creación, al creer que podía controlar las sombras que había liberado.




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