La Máscara Perfecta

Capítulo 35: La caída del reflejo

La noticia se propagó por la ciudad como un reguero de pólvora, alimentando el miedo y la fascinación morbosa de los habitantes de Blackridge. "El Asesino de Blackridge ha sido identificado. La policía se acerca a su captura". Clarens, con el periódico en una mano y su vaso de whisky en la otra, contempló el titular con una expresión impasible. La trampa, cuidadosamente diseñada, estaba funcionando a la perfección.

Su imitador, cegado por su propia arrogancia, había cometido errores garrafales, dejando un rastro de pistas que lo incriminaban. Había sido tan eficiente al imitar el estilo de Clarens que terminó atrayendo toda la atención sobre sí mismo, convirtiéndose en el blanco perfecto para la ira de la ciudad.

Pero una sensación inquietante persistía en la mente de Clarens. Algo no encajaba en la narrativa que se estaba desarrollando. Clarens no era un hombre que dejara cabos sueltos, y sin embargo, la manera en que la policía había descubierto al imitador parecía demasiado fácil, demasiado conveniente. Como si alguien más estuviera moviendo los hilos desde las sombras, manipulando tanto al impostor como a él mismo.

La idea lo inquietó, no por temor a perder el control, sino por la aversión a ser un peón en el juego de otro. Nunca le había gustado estar en el lado equivocado del tablero, ser manipulado sin su conocimiento. Sin embargo, Clarens no creía que alguien lo conocía, así que pensó que todo era una simple coincidencia.

Mientras tanto, en el interior de los muros de la prisión, Miller sintió un cambio sutil en la atmósfera, una tensión que se disipaba lentamente. Las sombras que lo habían mantenido prisionero comenzaban a retroceder, permitiendo que un rayo de esperanza se filtrara en su celda.

Su abogado llegó con una expresión inusual, una mezcla de sorpresa y urgencia que reflejaba la incredulidad ante los acontecimientos recientes. "Algo ha cambiado", dijo, dejando caer una carpeta voluminosa sobre la mesa de metal. Miller la abrió y leyó con atención, sus ojos recorriendo las líneas de texto con incredulidad.

Había nueva evidencia en su caso, pruebas contundentes que exoneraban a Miller y apuntaban a un nuevo sospechoso: el imitador de Clarens. Alguien había plantado información crucial, revelando detalles que solo el verdadero asesino podría conocer.

Miller no creía en la suerte, en las coincidencias fortuitas. Sabía que esto no era un acto de bondad desinteresada, sino un movimiento estratégico en un juego mucho más complejo. "¿Quién lo hizo?", preguntó, cerrando la carpeta con un golpe seco. El abogado se encogió de hombros, su rostro reflejando la misma confusión que sentía Miller. "No lo sé. Pero alguien quiere que estés fuera".

Y si alguien quería eso, significaba que la guerra aún no había terminado, que había un jugador oculto en las sombras, moviendo las piezas a su antojo.

El imitador, sintiendo la soga apretarse alrededor de su cuello, intentó escapar, aferrándose a la esperanza de una última oportunidad. Sabía que la red se cerraba a su alrededor, pero aún creía que tenía una salida, que sus conexiones en la sombra lo protegerían. Sin embargo, cuando intentó usar sus influencias para desaparecer, descubrió la amarga verdad: lo habían abandonado.

Sus aliados en la sombra ya no respondían a sus llamadas, sus cuentas bancarias habían sido bloqueadas, su identidad había sido filtrada a la policía. Clarens lo había dejado caer, convirtiéndolo en un peón desechable en su juego macabro.

Pero lo que más lo aterraba no era la traición de Clarens, sino la sensación de que alguien más había estado esperando este momento, alguien que no era Clarens, un poder oculto que lo había estado manipulando desde las sombras. Y cuando la policía lo atrapó en un callejón oscuro, con los reflectores iluminándolo como un animal acorralado, entendió demasiado tarde lo que había sucedido: no había sido el jugador, sino la pieza sacrificable, un peón en un juego mucho más grande.

De vuelta en su refugio seguro, Clarens recibió un nuevo mensaje, una carta escrita a mano con tinta negra, un recordatorio sombrío de que no estaba solo en el tablero. "Gracias por el espectáculo", decía la carta, una frase que resonaba con una ironía mordaz.

Clarens dejó el vaso de whisky sobre la mesa, sus ojos fijos en la carta como si intentara descifrar un enigma complejo. Por primera vez en años, sintió algo que no estaba acostumbrado a experimentar: no miedo, ni furia, sino una duda genuina, una sensación de que había subestimado la complejidad del juego.

Alguien más estaba en el tablero, alguien que había usado su reflejo como un simple peón, manipulando los hilos desde las sombras. Y ahora, el verdadero juego comenzaba, un juego en el que Clarens no estaba seguro de tener todas las respuestas. Sin embargo, Clarens no creía que alguien lo conocía por eso decide seguir sin hacer nada, y dejar que todo siga su curso.




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