La Máscara Perfecta

Capítulo 40: Sinfonía macabra

El silencio del apartamento era una sinfonía macabra, interrumpida solo por el goteo constante de la sangre, un eco de la violencia que había tenido lugar minutos antes. Clarens observó la escena con la mirada fría y distante de un espectador que contempla una obra de arte en una galería.

Tres cuerpos yacían en el suelo, sus formas retorcidas en un grotesco ballet de muerte. Uno tenía el cráneo destrozado por un disparo certero, otro aún sostenía su arma en la mano rígida de la muerte, y el tercero había caído con los ojos abiertos, reflejando el terror de su último aliento.

La calma que envolvía a Clarens era un contraste aterrador con la brutalidad de la escena. Para cualquier otro, esto sería un espectáculo horrendo, algo que traería vómito y pánico. Pero para él, era solo un problema que debía resolverse.

Se pasó una mano por el cabello, manchándose de sangre sin darse cuenta. No era la primera vez que se enfrentaba a esto, pero había pasado mucho tiempo desde la última vez.

—Un lienzo incompleto —murmuró, con una voz que carecía de emoción.

Caminó entre los cadáveres con paso medido, sus zapatos resbalando ligeramente en el charco de sangre. Cada paso dejaba una huella rojiza en el suelo, como pinceladas en un lienzo. Un artista inspeccionando su obra.

Su mente, un laberinto de pensamientos fríos y calculadores, procesaba la situación. Debía deshacerse de los cuerpos. Pero hacerlo de manera convencional era… aburrido. Incinerarlos sería la opción más lógica, la que cualquier asesino con media neurona elegiría.

No. Él necesitaba algo más... creativo. Algo que enviara un mensaje.

Las opciones comenzaron a formarse en su mente, cada una más macabra que la anterior.

Primera opción: Convertir los cuerpos en un mensaje de terror. Cortarlos en pedazos y enviarlos a sus familiares en paquetes cuidadosamente envueltos, como un regalo macabro. Imaginó el horror en los rostros de las esposas, los padres, los hijos… Abriendo una caja y encontrando dentro una mano, aún con el anillo de bodas puesto. Una invitación a un funeral que aún no sabían que tenían que organizar.

Segunda opción: Un destino más “natural”. Los perros callejeros de la ciudad. Hambre y carne, el ciclo de la vida funcionando con cruel eficiencia. Un destino irónico para quienes lo habían perseguido.

Tercera opción: Una idea perversa, tan retorcida que le provocó una sonrisa apenas perceptible. Compartir. Convertir los cuerpos en algo más… útil.

Un banquete.

Había sido un vecino invisible durante años. Los otros inquilinos del edificio siempre lo saludaban con cortesía, algunos le preguntaban sobre su trabajo, sobre su vida. Pero nunca mostraban verdadero interés. ¿Y si les daba una razón para recordarlo?

—Un regalo de despedida —susurró para sí mismo.

Se arremangó la camisa, ahora completamente manchada de rojo. El trabajo debía ser meticuloso.

Arrastró el primer cuerpo hasta la bañera. El cadáver cayó con un golpe sordo, la sangre salpicando las paredes de cerámica. Aún caliente.

Sacó sus herramientas: un cuchillo carnicero, un machete, y su favorita, una sierra eléctrica.

Encendió la sierra, y el sonido retumbó en el apartamento.

El primer corte fue limpio.

Carne, hueso y tendones cedieron bajo la hoja como si fueran mantequilla.

La cabeza cayó al fondo de la bañera con un golpe seco. Clarens la tomó por el cabello y la sostuvo frente a su rostro, observando los ojos muertos que lo miraban sin ver. Frágil. Todo en la vida era frágil.

Siguió cortando con la eficiencia de un carnicero experimentado. Brazos, piernas, torso. Separó las costillas con precisión quirúrgica. Los órganos fueron extraídos con cuidado, colocados en recipientes sellados. Tenían un propósito especial.

Cuando terminó con los tres cuerpos, su apartamento parecía un matadero. Pero no había emoción en su rostro. No satisfacción, no remordimiento. Solo lógica.

Se lavó las manos con calma, eliminando los rastros de su trabajo. Quedaban los detalles finales.

Distribución del Horror

Llenó varias bolsas con los restos y las cargó en su coche. Condujo por la ciudad, dejando pequeños fragmentos en contenedores de basura dispersos. Una pierna en un barrio rico. Un torso en una zona industrial. Un corazón dejado en la puerta de una comisaría.

Una de las cabezas, cuidadosamente envuelta, fue dejada frente a la casa de un hombre poderoso. Un mensaje claro: nadie está a salvo.

Pero aún quedaba la mejor parte.

El Banquete

De regreso en su apartamento, sacó los cortes de carne más limpios y los preparó con esmero. Hierbas, especias, ajo, un toque de vino tinto. Cocinó lentamente, dejando que los aromas llenaran la cocina. Un manjar exótico.

Una vez listo, empacó la comida en recipientes y los dejó en las puertas de sus vecinos.

"Un regalo especial", decía la nota que acompañaba cada uno.

Se imaginó las reacciones cuando probaran la carne. El deleite, el placer en sus rostros… antes de descubrir la verdad.

La imagen lo divirtió.

Finalmente, se sirvió una copa de vino y se sentó junto a la ventana. La ciudad dormía, ajena al horror que despertaría con el amanecer.

Entonces, su teléfono vibró.

Un mensaje.

"Esto es solo el comienzo, Clarens. Estás jugando en el tablero del Titiritero ahora."

La sonrisa en su rostro no era de felicidad ni de triunfo. Era algo más frío. Algo más oscuro.




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