El aroma de la carne asada impregnó el edificio. Desde los apartamentos más modestos hasta los más lujosos, la fragancia se filtró por debajo de las puertas y a través de las rendijas de las ventanas. En cada cocina, sartenes chisporroteaban, ollas humeaban y cuchillos cortaban con precisión.
Nadie sospechaba.
El "regalo especial" había sido recibido con gratitud.
—¡Vaya detalle! No todos los días alguien deja un obsequio como este —comentó la señora Rodríguez del 3A mientras troceaba la carne en su tabla de cortar.
—Debe ser algún carnicero anónimo que quiere darse a conocer —respondió su esposo, mientras destapaba una botella de vino.
En el 5C, una joven estudiante universitaria ya había publicado en redes sociales una foto de su plato, acompañada de un texto entusiasta:
"¡No sé quién dejó este regalo en mi puerta, pero esta carne está deliciosa! Parece de cerdo, pero el sabor es... diferente. Más suave, más intensa. ¿Alguien más recibió lo mismo?"
Los comentarios no tardaron en llegar.
"Sí, yo también. ¡Es increíble! ¿Alguien sabe de qué carnicería es?"
"Tal vez es una campaña de publicidad, pero qué buena carne. No recuerdo haber probado algo así antes."
Los mensajes se replicaron, llenando los chats comunitarios con especulaciones. Nadie se preguntó de dónde provenía. Nadie sospechó que aquella carne, jugosa y bien sazonada, había tenido un origen impensable.
Desde su apartamento, Clarens leía los mensajes con una sonrisa. Todo estaba saliendo a la perfección.
La carne había sido bien recibida, y la gente hablaba de su sabor con una mezcla de fascinación y deleite. No había miedo. No había horror. Solo elogios.
Se sirvió otra copa de vino y contempló la ciudad por la ventana. Había creado una obra maestra.
Los cuerpos que había desmembrado con precisión quirúrgica ya no eran personas. Eran parte de ellos ahora.
Se habían convertido en una historia compartida.
Y lo más hermoso de todo… nadie lo sabía.
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El eco de risas y conversaciones llenaba el edificio. Desde los pasillos hasta los apartamentos, se escuchaban los sonidos familiares de platos chocando, cubiertos raspando contra porcelana y brindis improvisados. La gente estaba celebrando sin saberlo.
Clarens, desde la comodidad de su apartamento, observaba el espectáculo con una satisfacción fría. Todos estaban disfrutando de su regalo.
Las publicaciones en redes sociales se multiplicaban.
"¡Nunca había probado algo tan jugoso!"
"El mejor sabor que he experimentado, ¿de dónde vendrá?"
"¡Que alguien nos diga quién dejó este obsequio!"
Los comentarios lo divertían. Querían saber quién era el misterioso benefactor, pero nadie sospechaba la verdad.
En la azotea del edificio, algunos vecinos habían decidido hacer una comida comunitaria. Era una tarde fresca, perfecta para compartir.
—Es curioso, ¿no? —dijo Javier, un abogado de mediana edad, mientras masticaba lentamente—. Nunca hemos probado algo así antes. No es pollo, no es res… pero tiene una textura perfecta.
—Dicen que es cerdo —respondió María, una diseñadora gráfica—. Pero yo nunca he probado un cerdo con este sabor.
—Debe ser de alguna granja especial —intervino Martín, un chef aficionado—. Algo criado con una dieta diferente.
Clarens sonrió para sí mismo. Criados con una dieta diferente, sin duda.
Mientras tanto, en el grupo de WhatsApp del vecindario, los mensajes seguían llegando.
"Alguien tiene que decirnos de dónde vino esta carne. Necesito comprar más."
"Yo ya revisé todas las carnicerías cercanas. Nadie sabe nada."
"¿Y si fue un regalo de una empresa gourmet? Tal vez quieren probar nuestra reacción antes de lanzarlo al mercado."
Clarens se sirvió otra copa de vino. Que lo sigan buscando. No encontrarán nada.
Solo una persona no compartía la emoción general.
Doña Elvira, una anciana que había vivido en el edificio durante más de veinte años, observaba su plato con un ceño fruncido.
No había tocado su comida.
Su nieto, Daniel, la miró con curiosidad.
—Abuela, ¿no tienes hambre?
La anciana movió la cabeza lentamente.
—Algo no está bien —murmuró—. Este sabor… me recuerda a algo.
Daniel rió.
—¿A qué podría recordarte? Es solo cerdo.
Elvira no respondió de inmediato. Sus arrugas se marcaron aún más cuando apretó los labios.
—No, no es cerdo… —susurró, más para sí misma que para su nieto.
El chico la miró con extrañeza, pero no insistió.
Mientras tanto, el resto del edificio seguía disfrutando del festín.
Clarens observaba desde su ventana. Nadie sospechaba. Nadie, excepto ella.