La Máscara Perfecta

Capítulo 42: Ojos en la Oscuridad

La noche había caído sobre la ciudad, pero en el edificio, el eco de la cena aún persistía. Platos sucios apilados en los fregaderos, copas de vino medio vacías y conversaciones animadas flotaban en los pasillos. La comunidad nunca había estado tan unida.

Pero no todos estaban en paz.

Doña Elvira se removía inquieta en su sillón, sus dedos huesudos tamborileando contra el reposabrazos. No podía quitarse aquella sensación de encima.

Había probado muchas carnes en su vida. Demasiadas. Pero lo que había olido hoy… era distinto.

Su nieto, Daniel, la miró con preocupación.

—Abuela, ¿por qué te ves tan asustada?

Elvira alzó la mirada, sus ojos grises reflejando algo más profundo que el miedo.

—Porque sé lo que he probado antes. Y esto… no era cerdo.

Mientras tanto, en su apartamento, Clarens revisaba su teléfono con calma. Los mensajes aún seguían llegando.

"¿Alguien más se siente extraño después de comer?"

"No sé si es sugestión, pero tengo un presentimiento raro."

"Quizá deberíamos averiguar de dónde vino la carne."

Clarens sonrió. El murmullo de la duda comenzaba a extenderse.

Pero antes de que pudiera escribir algo, su teléfono vibró con una llamada de un número desconocido.

—Clarens —respondió con frialdad.

Un silencio prolongado, cargado de tensión. Luego, una voz que le resultaba inquietantemente familiar.

Sé lo que hiciste.

Clarens no reaccionó de inmediato. Se llevó la copa de vino a los labios, degustando el momento.

—Mucha gente hace suposiciones —respondió—. ¿Cuál es la tuya?

—No es una suposición. Es una certeza. Y no estoy sola.

Clarens sintió un pequeño cosquilleo de emoción en la nuca.

—Dime, entonces… ¿qué harás con esa certeza?

—Veremos —dijo la voz antes de colgar.

Clarens dejó el teléfono en la mesa. Su juego estaba avanzando más rápido de lo esperado. Alguien había conectado los puntos.

Pero, ¿quién?

Y más importante aún… ¿qué haría con esa información?

Se sirvió otra copa de vino y sonrió.

La cacería había comenzado.

Clarens dejó su copa de vino sobre la mesa con una lentitud casi teatral. Alguien lo había descubierto.

No lo sorprendía. Siempre hay una anomalía en la ecuación. Un número que no encaja, una pieza del rompecabezas que resiste ser colocada.

Pero la pregunta era… quién.

Encendió un cigarro y dejó que el humo llenara la habitación. La voz en la llamada sonaba femenina, firme, sin miedo.

Pensó en las posibilidades. ¿Una vecina? ¿Una periodista? ¿Alguien con conexiones?

Tomó su laptop y comenzó a rastrear. Nadie había hecho denuncias formales aún.

Los chats del vecindario seguían activos:

"¿Quién dejó la carne? ¡Queremos más!"

"Creo que alguien nos está jugando una broma."

"¿A nadie más le pareció raro el sabor?"

Y luego, un mensaje diferente.

"No coman más. Algo no está bien."

Clarens frunció el ceño. La anomalía.

Revisó el perfil del usuario. "Elvira M."

Interesante.

Doña Elvira no había pegado ojo en toda la noche.

Su nieto, Daniel, dormía en el sofá, pero ella permanecía sentada en su sillón, las manos entrelazadas sobre su regazo. La carne aún estaba en su refrigerador.

Había cocinado un poco, sí, pero nunca la había probado.

Porque recordaba.

Recordaba la guerra. Recordaba el hambre. Recordaba cuando la carne era un lujo y había que conseguirla de cualquier forma posible.

Y recordaba, con un horror enterrado en lo más profundo de su memoria, el sabor de la desesperación.

Porque lo había probado antes.

Y no era cerdo.

Su teléfono vibró. Un mensaje nuevo.

"Nos vemos en el pasillo, vieja."

Elvira sintió un escalofrío en la espalda.

Se levantó con cuidado y miró por la mirilla de la puerta.

El pasillo estaba vacío…

… excepto por una sombra al final del corredor.

Esperando.

Mirándola.

Clarens.

Sonrió.

La anomalía estaba frente a él.

Era hora de corregir la ecuación.

Doña Elvira cerró la mirilla con una lentitud calculada. Su corazón, aunque viejo, latía con fuerza, pero no de miedo, sino de certeza.

Sabía lo que había probado antes. Y sabía lo que estaba pasando ahora.

Respiró hondo y caminó hasta la cocina. No podía quedarse quieta. No debía quedarse quieta.

Miró la carne en su refrigerador. Aún estaba allí, bien envuelta, lista para ser cocinada. Pero ella nunca la tocaría.

Su nieto, Daniel, dormía en el sofá. No podía permitir que él supiera la verdad.

No todavía.

Porque si algo había aprendido en sus años, era que la verdad no siempre salva… a veces condena.

Clarens apoyó un hombro contra la pared, con las manos en los bolsillos de su abrigo.

El pasillo estaba en penumbras, iluminado solo por la tenue luz del pasillo de emergencias.

Sabía que la vieja estaba despierta. Sabía que lo había visto. Y eso era un problema.

La anomalía en la ecuación.

Exhaló el humo de su cigarro y miró la puerta del apartamento 4B.

Doña Elvira.

Ella lo sabía.

Pero, ¿qué haría con esa información?

Eso era lo que debía descubrir.

Miró su reloj. Las 2:47 a. m.




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