La Máscara Perfecta

Capítulo 44: Remitente

Clarens pasó la noche en vela, con la mente atrapada en una maraña de pensamientos que parecían no llevar a ninguna parte. Doña Elvira estaba muerta. Él no la había matado.

Pero entonces, ¿quién lo había hecho?

Había aprendido hace mucho tiempo que la coincidencia rara vez existía. Todo tenía una causa. Todo tenía un propósito.

Se sirvió un vaso de whisky y se dejó caer en el sofá. Algo estaba mal. Había visto muchos cadáveres en su vida, y el de la anciana tenía una peculiaridad que lo inquietaba: no había signos de violencia.

Ella simplemente… se apagó.

La policía no había revelado la causa de la muerte, pero Clarens tenía la certeza de que no fue natural.

Alguien había intervenido.

Al amanecer, salió a caminar. Necesitaba ver las calles con otros ojos. Mirar más allá de lo evidente.

El vecindario estaba extraño. Demasiado tranquilo. La muerte de Doña Elvira había sido el único tema de conversación durante toda la noche. Los vecinos la mencionaban en susurros, algunos con miedo, otros con morbosa curiosidad.

Y entre todo ese murmullo, una idea se instaló en su mente.

¿Y si alguien más estaba manipulando el juego?

Si la vieja había estado investigando, entonces había hecho preguntas a las personas equivocadas. Tal vez no era a él a quien Doña Elvira había descubierto, sino a otro depredador oculto.

Un rival.

La idea lo excitó y lo inquietó al mismo tiempo.

No estaba solo.

Alguien más se movía en la oscuridad, alguien capaz de matar sin dejar rastro.

Y eso significaba una sola cosa: Clarens ya no era el único que controlaba el tablero.

Por la tarde, regresó a su apartamento y encontró un sobre bajo su puerta. Sin remitente. Sin marcas.

Lo recogió con cautela y lo abrió con un pequeño cuchillo.

Dentro, había una sola hoja de papel con unas palabras escritas en tinta negra:

“Te vi.”

Clarens sintió cómo un escalofrío recorría su columna.

Alguien lo estaba observando.

Por primera vez en mucho tiempo, él era la presa.

Clarens cerró la puerta con calma y caminó hacia la ventana, sosteniendo el papel entre los dedos. Lo giró, lo estudió a contraluz. Papel común. Tinta común. Sin marcas de agua, sin olores distintivos.

Un mensaje silencioso, pero claro.

Las palabras parecían respirar dentro de la habitación, expandiéndose con el peso de lo desconocido. Alguien había estado lo suficientemente cerca como para dejarle esto.

¿Cuándo? ¿Cómo?

Se giró hacia la mirilla de la puerta y miró afuera. Nada. Solo el pasillo vacío.

No había huellas de zapatos en el suelo, ninguna sombra sospechosa en los rincones oscuros. Pero la sensación de ser observado seguía pegada a su piel como un veneno invisible.

Alguien estaba en el juego.

Y ese alguien no tenía miedo de dejarse notar.

Clarens dejó el sobre sobre la mesa y se sirvió otro trago de whisky. El hielo tintineó contra el cristal, rompiendo el silencio del apartamento.

Pensó en Doña Elvira. Muerta sin señales de violencia. Un mensaje bajo su puerta.

Demasiadas coincidencias para ignorarlas.

La vieja había empezado a hacer preguntas. Tal vez había encontrado algo. Algo que no estaba destinado a ver.

Pero si alguien más la había eliminado… ¿por qué molestarse en enviarle un mensaje a él?

¿Era una advertencia? ¿Una invitación?

El juego estaba cambiando, y él odiaba no conocer las reglas.

Pasó varias horas revisando las cámaras de seguridad del edificio. Las imágenes eran claras. La policía, los paramédicos, los vecinos murmurando… pero no encontró a nadie dejando el sobre.

El fantasma sabía cómo moverse.

El tiempo pasaba y la noche caía lentamente sobre la ciudad. Afuera, el vecindario dormía, pero Clarens no. Él no podía permitirse el lujo de dormir.

Se sentó en su escritorio, encendió un cigarro y miró la nota otra vez.

La única certeza que tenía era esta:

Él no era el único depredador en el vecindario.

Y quien fuera que lo estaba observando…

Quería que lo supiera.

Clarens dejó el cigarro consumirse en el cenicero mientras contemplaba el papel. "Te vi."

Dos palabras que no le dejaban en paz.

Había sido cuidadoso. Siempre. Sus movimientos eran calculados, sus huellas, inexistentes. No había manera de que alguien lo hubiera visto.

A menos que...

¿El fantasma lo estuvo observando desde antes?

La idea lo inquietó más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Era un desafío.

Alguien había estado estudiándolo. Analizándolo.

Esperando el momento exacto para entrar en escena.

Se levantó y caminó hacia la ventana. Desde el piso en el que vivía, tenía una vista clara de las calles del vecindario. Faroles parpadeantes. Sombras moviéndose entre los callejones.

Nada fuera de lo común.

Pero eso no significaba que nadie estuviera allí.

Tomó su teléfono y abrió una aplicación especial que controlaba un sistema de seguridad improvisado. No tenía cámaras en su apartamento—jamás dejaría una grabación de sí mismo—pero sí había colocado dispositivos en puntos estratégicos del vecindario.

Comenzó a revisar las grabaciones de las últimas veinticuatro horas.




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