La Máscara Perfecta

Capítulo 47: Un Callejón sin Salida

Clarens entrecerró los ojos. El asesino estaba cerca.

Podía sentir su presencia en la niebla espesa, un depredador acechando en la penumbra.

El cuchillo en su mano se sentía como una extensión de su propio ser. Cálido. Letal.

—No te escondas —susurró Clarens, con una sonrisa torcida—. No me gusta jugar con cobardes.

La risa volvió a escucharse, pero esta vez desde otro punto.

Moviéndose.

Rodeándolo.

Un destello en la niebla. Una cuchilla.

Clarens reaccionó en el último segundo, inclinándose hacia atrás cuando la hoja pasó a milímetros de su garganta.

Giró sobre su eje, el filo de su cuchillo buscando carne, pero solo encontró aire.

Era rápido. Demasiado rápido.

Un susurro detrás de él.

Peligro.

Clarens saltó hacia un lado cuando otra hoja pasó rozando su costado, cortando su abrigo.

El fantasma jugaba con él.

Pero no sabía que Clarens también disfrutaba los juegos.

Se quedó quieto, escuchando, sintiendo.

Esperando el siguiente ataque.

—¿Es todo lo que tienes? —provocó, con una calma escalofriante.

Silencio.

Luego, un murmullo en la niebla.

—Aún no has visto nada.

Clarens sintió la presencia antes de ver el ataque. El asesino se movía como una sombra, pero ahora él también estaba listo.

El juego había terminado.

Con un movimiento rápido, se giró justo cuando su oponente se lanzaba sobre él.

El cuchillo de Clarens encontró carne.

Un corte limpio, preciso.

Un gruñido de dolor. La sangre caliente salpicó su mano.

Pero el asesino no se detuvo.

Un rodillazo impactó el torso de Clarens, haciéndolo retroceder.

Era fuerte.

Y estaba disfrutándolo.

Clarens lamió la sangre de su propia mano, sonriendo.

—Ahora sí, esto se pone interesante.

El asesino se enderezó, respirando hondo.

La niebla se disipó lo suficiente para que Clarens pudiera verlo por primera vez.

Ojos fríos. Un depredador como él.

Ambos entendieron lo mismo en ese instante.

Solo uno saldría vivo de aquí.

Clarens sintió el calor espeso de la sangre resbalando por su cuchillo. Su oponente estaba herido.

Pero aún no era suficiente.

El asesino lo miró con ojos afilados, su mano presionando la herida en su costado. No retrocedió.

—Eres mejor de lo que esperaba —murmuró, con una voz rasposa y burlona.

—Y tú eres más lento de lo que pensé —respondió Clarens, esbozando una sonrisa ladeada.

La niebla se arremolinó alrededor de ellos, como si la ciudad misma contuviera el aliento.

Y entonces, se lanzaron el uno contra el otro.

Dos sombras danzando en el callejón.

Cuchillas chocando, destellos de acero brillando bajo la tenue luz de los faroles.

Clarens esquivó un tajo dirigido a su cuello, girando con la agilidad de un depredador nato.

Contraatacó con un corte descendente, buscando la clavícula de su enemigo.

Pero el asesino era rápido. Demasiado rápido.

Se inclinó hacia un lado, usando el impulso para girar y lanzar una patada directa al torso de Clarens.

El impacto fue fuerte. Un golpe calculado.

Clarens tambaleó, pero no cayó.

Sonrió. Estaba divirtiéndose.

—No está mal —admitió, limpiando la sangre de su labio con el dorso de la mano—. Pero yo disfruto más la cacería cuando la presa sufre.

El asesino soltó una risa seca.

—Tienes razón. Vamos a hacerlo más interesante.

Y desapareció en la niebla.

Silencio.

Clarens agudizó los sentidos. Esperó.

Un paso en la izquierda. Falsa dirección.

Un susurro a la derecha. Trampa.

Y luego…

¡Un movimiento desde arriba!

Clarens levantó la vista justo a tiempo para ver a su enemigo descendiendo desde un balcón, cuchilla en mano.

Pero ya lo estaba esperando.

Giró sobre sí mismo en el último segundo, desviando el ataque y enterrando su cuchillo en el muslo del asesino.

Un gruñido de dolor. Otro golpe certero.

El asesino cayó al suelo con un impacto seco.

Intentó levantarse, pero Clarens ya estaba sobre él, con la hoja de su cuchillo rozando su garganta.

El juego había terminado.

Clarens inclinó la cabeza, con la respiración aún serena.

—No eres tan bueno como creías.

El asesino escupió sangre, sonriendo.

—Y tú no eres tan invencible.

Un clic.

Clarens sintió el frío metálico de un arma contra su costado.

Una pistola.

El asesino lo había estado esperando también.

Ambos estaban atrapados en un instante de muerte, con cuchilla y bala a punto de decidir quién sería el vencedor.

La niebla los envolvió como un sudario.

Y en ese momento, se escuchó un disparo.

El sonido del disparo rompió la madrugada como un trueno.

Clarens sintió el impacto antes de escuchar el eco en los callejones. Un ardor abrasador en su costado.

Pero no cayó.

No soltó su cuchillo.

No titubeó.

En el mismo instante en que la bala se hundió en su carne, hundió su cuchilla en el cuello del asesino.

Un corte limpio. Preciso. Definitivo.

La pistola cayó al suelo con un ruido seco.

El asesino intentó respirar, pero solo logró emitir un gorgoteo ahogado.

Clarens lo sujetó con fuerza, acercándose a su rostro.




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