La Máscara Perfecta

Capítulo 49: En la Mira

Clarens se movía con pasos pesados, el vendaje improvisado empapado de sangre, su cuerpo adolorido por la persecución, el combate y la tensión constante. Finalmente, llegó a su apartamento. Las calles estaban vacías, la ciudad envuelta en ese silencio particular que solo existe antes del amanecer.

Entró al edificio sin ser visto, subió las escaleras con dificultad y cerró la puerta tras de sí con un suspiro ahogado. Dejó caer el abrigo al suelo y caminó directo al baño.

Frente al espejo, observó su reflejo. Ojeras profundas, rostro demacrado, sangre seca en la mejilla, en el cuello, en el torso. Se quitó la ropa con movimientos lentos, cada gesto arrancando un gruñido bajo de dolor.

Abrió el botiquín y desinfectó la herida con una toalla empapada en alcohol. El ardor le recorrió el costado como fuego líquido, pero no dijo nada. Estaba acostumbrado al dolor. El dolor lo mantenía despierto. Vivo.

Con la herida limpia y cubierta, se sentó frente a su mesa. Colocó una hoja en blanco. Sacó un viejo teléfono sin conexión, solo útil para escribir mensajes encriptados. Abrió una libreta negra y comenzó a escribir en silencio.

Su respuesta había comenzado.

No sería rápida. No sería limpia. Pero sería definitiva.

Mientras escribía, su mente viajaba a los rostros, a los símbolos, a las marcas en los cuerpos de las víctimas. El Titiritero no actuaba por simple placer. Había un propósito detrás de cada crimen. Y ahora, Clarens estaba cada vez más cerca de entenderlo.

En una hoja aparte, escribió un nombre en mayúsculas: ISAAC VOSS.

Rodeó el nombre con un círculo.

Luego, apagó la luz, dejó el cuchillo en la mesa, y se permitió cerrar los ojos durante unos minutos. No dormía. Solo escuchaba.

Porque en la guerra contra fantasmas, el primer error es bajar la guardia.

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Clarens cerró su libreta negra y se recostó en la silla, sintiendo cómo la tensión aún latía bajo su piel. Había enumerado nombres, dibujado estructuras, patrones, recordado rostros de gente que había conocido y que ahora, posiblemente, trabajaban para el Titiritero. Su respuesta no sería física… aún. Sería psicológica. Estratégica.

Encendió un cigarro y abrió una botella de licor envejecido. El humo llenó lentamente el apartamento, mezclándose con el aroma metálico de la sangre seca. En el fondo, sonaba un viejo vinilo. Violines, tenues. Melancólicos. Era el único lujo que se permitía: una calma irónica antes de cada tempestad.

De repente, su teléfono sonó. Una alerta del sistema interno que había instalado en el edificio. Movimiento en el piso inferior. Dos figuras. Sin rostros reconocidos. Clarens se levantó de inmediato, cuerpo en tensión.

No eran vecinos. Eran exploradores. O peores: emisarios.

Apagó el cigarro, recogió la pistola del cajón de la cocina y se movió por su apartamento como un lobo en su cueva. Las luces se apagaron. Solo la luna bañaba el suelo. Se quedó tras la puerta, escuchando.

Pasos. Lentos. Cautelosos. Deteniéndose frente a su puerta.

Y luego… silencio.

Clarens apuntó el arma con precisión. Pero no hubo intento de entrada. Solo algo resbalando por debajo de la puerta. Una hoja doblada en dos.

La recogió. Una frase estaba escrita con tinta roja:

"Isaak Voss no duerme. Isaak Voss despierta."

Clarens apretó los dientes.

El nombre volvía. En mensajes, en grabaciones, en los recuerdos enterrados. ¿Cuánto tiempo había estado activo sin que nadie lo supiera? ¿O acaso nunca se había ido?

Volvió a la mesa, encendió una segunda libreta. Esta tendría un título distinto: "Voss".

En su refugio, Miller seguía revisando archivos corruptos que poco a poco se reensamblaban gracias a sus algoritmos. Lo que encontró fue peor de lo que esperaba.

Grabaciones de entrevistas clandestinas, sujetos con la mirada vacía, repitiendo frases como:

"Voss es la conciencia detrás del sistema." "Voss no tiene cuerpo, pero tiene ojos en todos."

Entre los archivos había uno clasificado como "borrado pero persistente". Miller lo abrió. Apareció un rostro distorsionado. Sin movimiento. Sin parpadeo.

Y luego, habló.

—¿Disfrutas observando, Miller?

La pantalla se apagó sola. El sistema colapsó momentáneamente. Y cuando volvió, la grabación había desaparecido.

Miller no dijo nada. No respiró por unos segundos.

Isaak Voss lo había visto.

Y ahora, él también lo estaba observando.

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Clarens permanecía en silencio, en la penumbra de su apartamento, con la pistola sobre la mesa y el cuchillo aún manchado de sangre a su lado. Su mirada fija en el papel donde el nombre "ISAAC VOSS" brillaba bajo la luz tenue como si ardiera. Sabía que ya no era solo una figura en la sombra: era el núcleo del horror.

Tomó el teléfono encriptado y escribió un mensaje dirigido a uno de sus últimos contactos con vida. Un hacker llamado Elías, experto en romper capas de datos oficiales sin dejar huella.

“Necesito rastrear un nombre. Nivel profundo. Voss.”

Minutos después, la respuesta llegó:

“¿Estás loco? ¿Sabes lo que haces al decir ese nombre?”

Clarens sonrió apenas. Sí, lo sabía. Por eso lo decía.

“Rástréalo igual.”

En su escondite, Miller volvía a reconstruir los archivos dañados que mencionaban a Voss. Algo había quedado oculto bajo capas de encriptación, algo que no debía salir a la luz. Pero ahora estaba saliendo.

Encontró una carpeta titulada “Ballet de los Cuerpos”. Dentro, una serie de grabaciones en blanco y negro. Imágenes granulosas de personas bailando en salones vacíos, todos con los ojos cosidos, sus movimientos erráticos como marionetas.




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