La Máscara Perfecta

Capítulo 50: El Hospital

La niebla se aferraba al suelo como un animal moribundo mientras Clarens llegaba al lugar indicado. El antiguo hospital psiquiátrico Saint Delphine se alzaba ante él como un monstruo olvidado por el tiempo. Sus muros grises, salpicados por la humedad, parecían exhalar un aliento fétido que emergía de las entrañas del edificio.

Aún no había luz del sol. Solo sombras alargadas y un silencio que vibraba como un zumbido en el corazón de Clarens.

Empujó la puerta de entrada, que cedió con un chirrido doloroso. El interior estaba cubierto de polvo, escombros y manchas secas en las paredes que no quería analizar demasiado.

Había estado en lugares peores. Pero este... este estaba diseñado para romper la mente.

Pasillo tras pasillo, sala tras sala: ruinas, silencio, presencias invisibles que parecían seguirlo, observarlo. En la sala 6 del ala este, encontró un cuarto intacto. Todo estaba limpio. Ordenado. Frío.

Sobre una mesa quirúrgica oxidada, un televisor portátil parpadeó y se encendió solo.

La pantalla mostró un video: Clarens, dormido en su apartamento. El ángulo venía desde dentro de su habitación. Desde una esquina donde no había ninguna cámara.

La grabación cambió. Una figura enmascarada colocaba algo bajo su cama. Clarens sintió cómo la sangre se le congelaba.

La imagen final mostraba una pizarra. En ella, con letra firme:

"El ciclo vuelve a empezar. 6:00 a.m."

Clarens miró su reloj. 5:37 a.m.

Y entonces lo comprendió. No era el final. Era el reinicio. Y estaba atrapado en el epicentro del laberinto.

En su centro de vigilancia, Miller observaba con atención las coordenadas del hospital Saint Delphine. El mensaje que había recibido lo tenía grabado en la retina:

"Observa, o serás parte del espectáculo."

Abrió una línea cifrada, conectando con sensores externos. Las cámaras del perímetro del hospital respondieron con parpadeos erráticos, ruido blanco, fragmentos de imágenes en los que algo se movía. Algo distorsionado. No humano.

Logró estabilizar un solo cuadro: una figura en posición fetal, con los ojos completamente blancos. Al instante, un archivo se descargó automáticamente:

“Paciente 0: Proyecto Marioneta.”

Miller se quedó inmóvil. Lo recordaba. Todos los agentes con pasado en inteligencia lo recordaban.

Una iniciativa ultrasecreta cancelada por su brutalidad, donde se implantaban comandos mentales en sujetos psiquiátricos para convertirlos en armas humanas.

Y ahora, aparentemente, uno de esos sujetos había sobrevivido. Y se había convertido en algo peor.

Miller abrió su arsenal y se preparó para moverse. Sabía que Clarens ya estaba adentro.

Envió un último mensaje de advertencia al canal encriptado que Clarens aún tenía operativo:

“No estás cazando a un hombre. Estás caminando directo hacia lo que lo creó.”

Luego, desapareció en la oscuridad de la ciudad, en dirección al hospital.

Clarens cerró el puño con fuerza. El mensaje era claro: el Titiritero estaba más cerca de lo que pensaba. No solo lo había observado. Había estado dentro de su hogar.

Se giró hacia la entrada del cuarto quirúrgico. Ahora completamente a oscuras, salvo por la luz intermitente del televisor que aún chispeaba. El aire se había vuelto más denso, como si el hospital respirara con él. Como si algo estuviera despertando.

Un sonido metálico retumbó en los pisos superiores. Gritos apagados. Algo arrastrándose.

Clarens no dudó. Salió del cuarto con el arma desenfundada, avanzando entre pasillos que ya no eran ruinas, sino corredores deformados por la locura. Pintadas en las paredes. Símbolos. Frases inconexas. Puertas abiertas que se cerraban solas. Una voz que no era humana susurrando su nombre una y otra vez desde distintos puntos del edificio.

“Claaarens... Claaaarens...”

Se detuvo frente a la Sala 12. Cerrada. Cerradura antigua. Pero desde dentro... el sonido de una radio.

Levantó el arma y pateó la puerta. Dentro, una figura encorvada frente a un tocadiscos girando vacío. El rostro cubierto con una máscara de porcelana cuarteada. El cuerpo tembloroso, como si estuviera en trance.

—¿Voss? —susurró Clarens.

La figura levantó lentamente la cabeza. Bajo la máscara, no había ojos. Solo cavidades negras. De la boca fluía un hilo de sangre negra.

—Ya es tarde... —dijo una voz doble, como si hablara desde dos bocas superpuestas—. Ya empezamos de nuevo.

La figura se alzó, mostrando una marioneta colgando de su mano derecha: era una réplica exacta de Clarens.

Y en ese instante, todas las luces del hospital se apagaron.

Las luces del hospital seguían apagadas, y Clarens avanzaba por los pasillos sumido en una oscuridad casi absoluta. Solo su respiración y los ecos distorsionados de sus propios pasos lo acompañaban. En su oído, la frase de aquella figura resonaba como un mantra imposible de ignorar:

"Ya empezamos de nuevo..."

El hospital ya no era un lugar físico. Era un espejo deformado del miedo. Las paredes parecían latir como carne viva. Clarens descendió por una escalera oxidada hacia el subsótano. Allí, el aire estaba más frío, más denso, más cargado de algo… primitivo.

En el fondo del pasillo encontró una puerta metálica abierta de par en par. Dentro, una sala blanca, perfectamente iluminada, contrastaba con el resto del edificio. Sobre la pared, grabado con bisturí, un nombre:

ISAAC VOSS.

En el centro de la sala, un aparato de monitorización cardíaca aún encendido. Parpadeaba, conectado a... nada. Un mensaje titilaba en la pantalla:

"No es un cuerpo. Es un eco. Una idea. Una semilla."

Clarens sintió que la temperatura bajaba aún más. Al girarse, descubrió algo que lo hizo retroceder instintivamente:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.