La Máscara Perfecta

Capítulo 52: Sangre y Silencio

El hospital Saint Delphine se sumergió en una oscuridad total. El eco del anuncio "6:00 a.m." aún vibraba en las paredes como si el edificio lo repitiera desde sus cimientos. Todo movimiento cesó por un segundo. Un segundo eterno. Luego, el sonido del metal crujiendo y la respiración mecánica de algo que no debía respirar llenó los pasillos.

Clarens se levantó tambaleante. Estaba en una habitación desconocida, con tubos rotos por el suelo y sangre seca en las esquinas. Su cuchillo había desaparecido. En su lugar, una marca roja en la palma: el dibujo de un hilo en espiral. No recordaba cómo había llegado allí. Pero recordaba el ojo. Voss.

Las paredes vibraron. Un grito se escuchó a lo lejos, como si alguien estuviera siendo descuartizado en otra planta. Pero no eran gritos humanos. Eran carcajadas mezcladas con alaridos. Voces que imitaban el sufrimiento como una sinfonía torcida.

Clarens corrió. Ya no pensaba. Se movía por instinto, buscando una salida. El hospital cambiaba a su paso: puertas que antes había cruzado ahora daban a pasillos distintos. Su nombre comenzó a sonar por los parlantes.

"Clarens. Clarens. Clarens." "Él nos trajo la luz." "Clarens era el primero." "Clarens es la clave."

6:03 a.m. - Miller

Miller se arrastraba entre escombros. Su rifle destruido, su hombro sangrando. Voss lo había dejado vivir. Por ahora.

Delante de él, una puerta de metal con un ojo pintado y un mensaje escrito en tinta negra:

"Véte si puedes. Pero ¿dónde vivirás después de saber la verdad?"

Abrió la puerta. Dentro, una sala blanca. En el centro, un altar. Sobre él, archivos. Fotografías. Grabaciones.

Cada uno con su nombre. Y el de Clarens.

Uno lo hizo congelarse: una imagen de ambos, veinte años atrás. ¡No era posible! Él no lo recordaba. Pero estaba ahí. Ambos. Frente a una versión antigua del hospital. Jóvenes. Inocentes. Programados.

Una grabadora se activó sola:

"La memoria no es fiable cuando pertenece al experimento."

Miller cayó de rodillas. El hospital no era una trampa. Era su origen.

6:05 a.m. - Clarens

Clarens se encontraba al pie de una escalinata descendente. Las luces se encendieron, una a una, como si lo invitaran. Descendió. Al fondo, una puerta abierta. Dentro, una sala roja.

Y en ella, su cuchillo. Y frente a él, una figura esperándolo.

—¡Ya era hora, Clarens! —dijo la figura, su voz mezcla de risa y lágrimas—. Ahora podemos terminar lo que empezamos.

Era su rostro. Más joven. Pero podrido por dentro.

—Bienvenido al verdadero nacimiento. ¡Vamos a cortarte libre!

Miller se tambaleó hasta la mesa de archivos. Las fotografías eran antiguas, de otra época, en blanco y negro. En todas aparecían él y Clarens, sentados juntos en un aula blanca. Ropa de pacientes. Miradas vacías. Un logotipo en la esquina de cada imagen: PROYECTO EIDOLON.

—No... esto es manipulación —dijo en voz baja, casi como un rezo—. Esto no pasó. No lo recuerdo.

Pero en el fondo, lo sabía. Lo sentía. No eran simples recuerdos falsos. Eran recuerdos borrados.

Una grabación comenzó a reproducirse automáticamente desde un casete insertado en un viejo reproductor:

"Sujeto 04A (Clarens) muestra alta resistencia a los estímulos negativos. Sujeto 02B (Miller) responde con violencia contenida. Se observa conexión emocional latente. Proceder a fase de separación."

Miller se apoyó contra la pared. Recordaba fragmentos: la luz blanca, los gritos de otros niños, las inyecciones, las habitaciones acolchadas. Clarens llorando una noche. Él jurándole que lo sacaría de allí.

Pero ninguno salió.

Ambos habían sido reprogramados, soltados al mundo como piezas dormidas. Herramientas para una inteligencia mayor. La red de Voss.

Y ahora que estaban despertando... todo volvía.

En la sala roja, Clarens enfrentaba su reflejo distorsionado, esa versión de sí mismo que parecía haber seguido otro camino. Uno sin contención. Sin remordimiento.

—¿Qué eres? —preguntó Clarens, el cuchillo temblando en su mano.

—Lo que tú fuiste antes de que te encerraran —respondió la figura con una sonrisa quebrada—. ¿No lo recuerdas? Éramos la rabia. El filo. El experimento perfecto. Y tú... tú te rompiste.

Clarens cayó de rodillas. Imágenes lo golpearon sin control: él siendo llevado de la mano por Miller. Una sala circular. Una figura blanca con máscara de médico. Electrodos. Su nombre gritado una y otra vez mientras lo sumergían en agua.

Su otro yo se acercó y le susurró:

—Te ayudé a sobrevivir. Yo maté por ti. Yo callé las voces cuando tú no podías.

—Entonces muere conmigo —respondió Clarens, clavándole el cuchillo.

La figura gritó, pero no murió. Rió. Y se deshizo en humo negro, dejando solo una frase pintada en la pared:

"Recuerda el Día Cero."

En la sala de observación, Miller descubría algo aún más perturbador: los últimos registros no estaban escritos por médicos, sino por Voss mismo. Su letra era irregular, desquiciada, rayando los márgenes, escribiendo frases una y otra vez como un mantra.

"Ellos se parecen a los primeros. Ellos son los mismos. Pero diferentes. ¿O son solo mi reflejo? ¿Fui yo quien los creó? ¿O ellos me crearon a mí?"

El siguiente párrafo era aún más errático:

"NO SÉ QUÉ ES REAL. NO SÉ QUÉ ES REAL. NO SÉ QUÉ ES REAL. ELLOS CAMINAN COMO YO. HABLAN COMO YO. SI EXISTEN, ¿YO QUÉ SOY?"

Miller cerró el cuaderno con violencia. Voss ya no era un genio. Era un reflejo fracturado de sus propios horrores. Y lo peor era que seguía obsesionado con ellos.

Clarens y él eran su obsesión final.




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