La Máscara Perfecta

Capítulo 54: Amanecer

La primera luz del día se filtraba entre las nubes, bañando con una palidez espectral los restos del hospital Saint Delphine. Clarens observaba desde una colina lejana. El edificio era ahora solo humo, cenizas y concreto fracturado.

A su lado, Miller terminaba su cigarro, el último de un paquete empapado por la sangre y el sudor. Ninguno hablaba. Lo que había que decir ya no necesitaba palabras.

La pregunta colgaba en el aire: ¿Y ahora qué?

Clarens se puso de pie con dificultad. Las heridas aún ardían, pero había algo nuevo en su mirada. Algo que no había estado allí desde que esto comenzó: determinación.

—Aún hay nombres en esa libreta negra —dijo finalmente.

Miller se levantó también. Asintiendo en silencio.

—La red era más grande que él. Voss era solo el último eco de algo que empezó mucho antes.

Clarens le lanzó una mirada lácida.

—Entonces terminemos el trabajo.

Ambos hombres, destrozados, cansados, pero enteros, comenzaron a caminar colina abajo, alejándose de las ruinas. Cada paso los llevaba más lejos del pasado. Más cerca de la verdad.

Y a medida que el sol se alzaba, la sombra de Voss finalmente comenzaba a desaparecer.

Pero los ecos de sus errores, de sus experimentos, de sus obsesiones... aún se movían por el mundo.

Esperando.

La carretera estaba casi vacía. Clarens y Miller viajaban en silencio dentro de un viejo coche que habían encontrado oculto cerca del hospital. El motor gruñía como una bestia herida, pero los llevaba lejos. Lejos del humo. Lejos de los gritos. Lejos de Voss.

El paisaje que se abría frente a ellos era normal, incluso hermoso. Campos de niebla matinal, árboles verdes, aves en vuelo. El tipo de belleza que parecía incompatible con todo lo que habían vivido.

Pero la normalidad ya no era real para ellos. No después de eso.

Clarens abrió la libreta negra. Sus dedos manchados de sangre pasaban por las páginas escritas con precisión. Nombres, fechas, lugares. Voss había sido el centro visible, pero no el único.

—Este —dijo Clarens, señalando una entrada—. “Niels Adrien. Exmédico. Supervisó la Fase 3 en Sudamérica.”

Miller echó un vistazo sin girar del todo la cabeza.

—¿Crees que sigue vivo?

—Si lo está... lo vamos a encontrar. Y si no... lo vamos a enterrar igual que al resto.

Miller guardó silencio. Luego, con voz baja, casi un pensamiento en voz alta, murmuró:

—¿Y si nosotros también fuimos parte de algo que nunca terminamos de entender?

Clarens cerró la libreta.

—Entonces aprenderemos. En el camino. Juntos.

El sol ascendía lento sobre el horizonte. Un nuevo día comenzaba. Pero para ellos, la guerra no había acabado. Solo se había transformado.

Los ecos del amanecer no traían paz. Traían memoria.

Y ellos estaban listos para seguir el sonido.

El coche se detuvo frente a una gasolinera abandonada. Clarens bajó primero, inspeccionando el lugar. El viento soplaba con suavidad, pero traía consigo el olor de humedad, de óxido, y quizás de algo más antiguo.

Miller se sentó sobre el capó, contemplando el horizonte. Había algo inquietante en ese silencio tan perfecto. Como si el mundo supiera lo que acababan de hacer y ahora esperara su próximo paso.

Clarens revisaba un pequeño maletín escondido bajo el asiento trasero. Dentro, documentos clasificados, mapas, discos duros. Todos pertenecientes a lo que alguna vez fue la infraestructura del Proyecto Eidolon. Papeles que no debían existir. Pruebas que podían hacer arder al mundo.

Encontró una carta. Cerrada con un sello rojo.

La abrió. Dentro, unas pocas palabras escritas con tinta negra:

“Si estás leyendo esto, entonces fallé. Pero tú aún puedes entender. Busca a Aster. Ella sabe.”

Clarens frunció el ceño.

—¿Aster? —susurró.

Miller se incorporó.

—¿Quién es?

—No lo sé. Pero Voss creía en ella. O le temía. —Miró a Miller con gravedad—. Si él dejó esto... no es un nombre cualquiera.

El sol subía con más fuerza. La libreta negra tenía una nueva entrada. Una palabra. Un destino.

ASTER.

Clarens la escribió sin dudar.

Miller volvió al volante. Ambos sabían que no podían detenerse. Porque aunque Voss estaba muerto, la idea de control, de poder mental absoluto, no había muerto con él.

Y si alguien más sabía cómo reactivar el sistema…

Debían encontrarla antes que otros lo hicieran.

Aster era la nueva sombra.

Y ellos los únicos con la voluntad de cruzarla.




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