La Mascarada Melodía.

Prólogo.

_”En la noche en que el destino susurra entre las estrellas, dos almas gemelas nacen, destinadas a cambiar el curso de los reinos.”_

31 de Octubre; Palacio de Naden.

La media noche se acercaba, y el cielo resplandecía con una lluvia de estrellas. Las criadas corrían en todas direcciones, obedeciendo las órdenes urgentes de la partera de la corte real. Los gritos de la reina Mérida resonaban entre las paredes del vasto y solitario palacio. Su esposo, el rey Dorian, no estaba presente, habiendo partido días antes hacia la Colonia Estelar, donde los elfos le revelarían la profecía sobre el nacimiento de sus hijas. La reina Mérida le había suplicado que se quedara, sintiendo que el alumbramiento estaba cerca, pero Dorian no la escuchó y se marchó. En lo alto de las montañas, donde los elfos estudian las estrellas y la magia celestial, le habían dicho que había una profecía para sus hijas y que debía conocerla.

—¡Pronto! —gritó la partera instando a la reina a pujar—. ¡Ya está asomando la cabeza!

Una criada de rostro noble y gentil sostenía una manta con manos temblorosas, lista para envolver al recién nacido. Parecía más ansiosa y nerviosa por la llegada de las pequeñas que los propios padres, quienes solo buscaban un heredero al trono. Ambos creían que, en un mundo donde podían encontrarse con sus sueños más grandes o sus peores pesadillas, un reino sería más fuerte y respetado si el heredero era un hombre.

—¡Solo debe pujar una vez más, majestad!

La partera urgía a Mérida, quien contenía las ganas de replicar y obedecía las indicaciones. De repente, el llanto de una pequeña resonó en la noche, señalando el nacimiento de la primera heredera.

—¡Rápido, las tijeras!

Le gritó la partera a otra criada encargada de los utensilios. La partera, sosteniendo a la niña y cortando el cordón umbilical, ya veía las ansias de la segunda niña por nacer. Al terminar, la primera bebé cesó su llanto, sorprendiendo a todos. Sin perder tiempo, fue entregada a la primera criada para ser aseada. La criada de manos temblorosas aguardaba con ansias conocer a la segunda pequeña.

La segunda niña no tuvo problemas para salir; Mérida solo tuvo que pujar una vez y la pequeña nació justo cuando las campanadas de medianoche resonaban por todo el castillo. Pero a diferencia de su hermana, la segunda bebé no lloró ni emitió sonido alguno. Temiendo lo peor, la partera se apresuró a cortar el cordón. Al hacerlo, la primera niña, limpia y envuelta en su manta, comenzó a emitir un llanto tan fuerte que las criadas cercanas tuvieron que cubrirse los oídos. La partera, sobresaltada, dejó caer las tijeras, que cortaron el lado izquierdo del rostro de la bebé. Un hilo de sangre, que emitía un leve resplandor, emanó de la herida, dejando boquiabiertas a la partera y la criada. La pequeña finalmente lloró, rompiendo el silencio.

—Encárgate de curar y vendar su herida —susurró la partera a la criada—, antes de que alguien más la vea. Nadie, absolutamente nadie debe saber lo que vimos esta noche. ¿Está claro?

La criada asintió sin preguntar. Mérida, admirando a su primera hija a la que bautizó como Elena, no se percató del extraño comportamiento de Lyssa, la segunda niña.

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Al amanecer, el rey Dorian llegó a las puertas del palacio montado en su corcel negro, en contraste con los primeros rayos de sol. Su galope era apresurado y violento, exigiendo más de lo que el corcel podía dar. Los guardias, sorprendidos por la prisa del rey, tomaron posiciones de defensa, pero nada ocurrió.

Dorian desmontó con destreza y corrió hacia el palacio en busca de su mujer, esperando no llegar demasiado tarde. Encontró a Mérida sentada en una mecedora, cantando una dulce nana a una bella bebé entre sus brazos.

—Mérida —dijo Dorian, sorprendiendo a su esposa—. Dime que solo fue una niña.

Ella lo miró con enojo y extrañeza. Enojo porque él ignoró sus súplicas y partió, y extrañeza porque sabía que la partera había diagnosticado gemelas.

—Por supuesto que son dos, Dorian. Sabías que sería así. Aunque es de esperarse tu comportamiento, ya que me ignoraste y te fuiste.

—¿Dónde está la otra?

—En su cuna, descansando. Su nacimiento ha sido un tanto accidentado.

—¿Accidentado?

—Sí. No lloró al nacer y Elena comenzó a llorar cuando Andrómeda cortaba el cordón de Lyssa. La sorpresa hizo que la tijera resbalara y marcara su rostro.

Ante las palabras de Mérida, Dorian se dirigió rápidamente a la cuna de su hija. Al verla, supo de inmediato que jamás podría sentir amor por ella. Lyssa era su hija, pero también su perdición y la del reino, tal como decía la profecía.

Profecía de las Gemelas:

En la noche en que las estrellas lloren,

Y el viento susurre secretos olvidados,

Nacerán dos almas entrelazadas,

Una bajo la lluvia de estrellas, la otra bajo las campanadas de la medianoche.

Una traerá la sombra y el caos,

Su llegada hará temblar los reinos,

Su voz encantará, pero su corazón traerá ruina,

Las tierras se oscurecerán bajo su paso

La otra será la luz en la oscuridad,

Su presencia traerá esperanza en tiempos de desesperación,

Su canto sanará heridas profundas,

Y su espíritu guiará hacia la redención.

Solo cuando la verdad se revele,

Y las máscaras caigan al suelo,

El destino de los reinos se decidirá,




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