La Mascarada Melodía.

1~ Ecos de un Destino.

_“En el vasto teatro de las estrellas, dos almas buscan su lugar, desafiando las sombras y buscando la luz, en un juego de destinos entrelazados.”_

El sol se filtra por las cortinas, haciendo que me piquen los ojos. Sé que debo levantarme, pero como cada mañana, me pregunto: ¿Para qué? Mis padres apenas notan que existo, o al menos fingen no hacerlo, y creo que es mejor así. En cambio, mi hermana siempre ha sido la consentida, y no es un secreto para nadie que es la favorita de la familia, aunque no en el círculo de la servidumbre. Ahí, soy la favorita y el único lugar donde puedo sentirme cómoda. De repente, un pájaro de alas doradas y ojos brillantes se posa en el alfeizar, en el mismo punto de siempre, ese pequeño rincón donde la cortina no alcanza a cubrir, dejando el cristal del ventanal libre para observar el denso bosque que rodea el palacio de Naden. La pequeña ave comienza a repiquetear en el cristal con su pequeño pico, haciendo un ritmo casi hipnótico.

—Ya sé que debo levantarme. No es necesario que me lo deletrees como si fuera tonta.

El pájaro realiza un último piquete en la ventana en señal de protesta y se marcha un tanto ofendido, pero sé con certeza que regresará por la tarde, como siempre. Con gran pereza, me levanto de la cama y me dirijo al guardarropa en busca de algo cómodo que ponerme. Desde pequeña, noté mi capacidad para comunicarme con las aves, pero con los años, descubrí que mi habilidad se extendía a diferentes especies del mundo animal y vegetal. Algo que, por supuesto, mantuve en secreto, excepto para Andrómeda y Moriel. Andrómeda fue la partera que, en un desafortunado movimiento, causó la cicatriz en forma de medialuna en mi rostro, mientras que Moriel fue la criada que limpió y trató mi herida. Luego, se encargó prácticamente de mi crianza.

En el guardarropa no tengo una gran variedad de vestidos, pero los pocos que poseo son en su mayoría negros. El resto de mi ropa consiste en viejos pantalones de pana o mezclilla y blusas en colores oscuros para pasar desapercibida. Además, mi vestimenta debe combinar con mi antifaz, el cual estoy obligada a usar para ocultar mi “desfiguración”, como mis padres la llaman.

—No es tan mala.

Me digo a mí misma mientras me miro en el espejo. Incluso veo la cicatriz como una forma de distinguirme de Elena, ya que, al ser gemelas, compartimos los mismos rasgos: el mismo cabello castaño lacio y largo, ojos color verde musgo, piel del color de la porcelana y labios carnosos con un tono similar al melocotón maduro. Todos decían que había una belleza enigmática en nosotras, las gemelas Ainsworth.

—¿Se puede?

La voz de Moriel me llega desde el otro lado de la puerta. A pesar de mis insistencias, ella continúa pidiendo permiso para entrar en mi habitación.

—¡Por supuesto, puedes pasar!

Ella entra en mi cuarto con su típica sonrisa matutina que la hace ver como una niña en vez de una joven de 35 años. Su cabello rubio casi blanco está recogido en un moño apretado sobre su cabeza y sus ojos celestes se ven cansados.

—Te ves especialmente radiante esta mañana, Lyss.

—Mentira, siempre dices lo mismo.

—Y siempre digo la verdad, pero hoy es un día especial y lo sabes.

—Preferiría olvidarlo, la verdad.

—¿Bromeas? ¿Por qué querrías olvidar el día en que naciste? Aún recuerdo cuando te sostuve por primera vez. Eras tan pequeña y frágil, pero fuerte al mismo tiempo.

—Sí, claro, muy fuerte; esa cortada fue la primera de muchas.

—Sabes perfectamente que las heridas posteriores pudieron haberse evitado si dejabas de lado tu terrible y peligrosa obsesión por ir al bosque de Lúmina.

La miré con los ojos entornados, previendo que se acercaba una nueva discusión por el mismo tema, y hoy no estaba de humor para eso.

—Moriel, sabes por qué voy allí. Es el único sitio donde puedo ser yo misma. En ese sitio no hay ojos observándome y a nadie le interesa mi apariencia real detrás de este estúpido antifaz.

Ella se acercó y, con manos delicadas, tomó mi rostro entre ellas. Su pulgar acarició la cicatriz irregular y su sonrisa se ensanchó.

—No deberías ocultarte tras los disfraces, eres bellísima.

—Pero no como Elena.

—¿¡Qué tonterías dices!? ¡Son dos gotas de agua! En apariencia, por supuesto.

Agregó rápidamente, sin querer comparar mi personalidad con la de mi hermana, un tanto… extravagante, por así decirlo.

—Ten —dijo, al tiempo que sacaba un pequeño paquete de su bolsillo que no había notado hasta ese momento—. Es tu regalo de cumpleaños.

—No tenías por qué…

—Por supuesto que sí; solo se cumplen 18 una vez.

Le sonreí mientras tomaba el pequeño paquete de entre sus frágiles y nerviosos dedos. Lo abrí con ansias y expectación. Al abrirlo, el aliento se me quedó atrapado en la garganta. Envuelto en un pequeño paño de seda borgoña, había un colgante tan delicado como hermoso. La cadena era tan fina que temía romperla con solo mirarla. Este hilo de oro llevaba acunada una pequeña gema en forma de lágrima, de un celeste transparente con reflejos tornasolados.

—Es realmente hermosa.

—Me alegra que te haya gustado. La conseguí en el mercado, es de una artesana elfo.

El Mercado de la Estrella era el mercado principal de Naden, un lugar vibrante y lleno de vida donde se pueden encontrar desde alimentos frescos hasta artefactos mágicos. Los comerciantes venían de todas partes del reino para vender sus productos, y el mercado era conocido por sus puestos de hierbas y pociones, así como por sus artesanos y comerciantes. Comprar una joya como esta, hecha por una elfo, debía costar una fortuna.

—Es exquisita, pero debió costarte una fortuna, no puedo aceptarla.

—No, calla niña. Es mi dinero y está para gastarlo. Además, fue una ganga. En cuanto le dije que era un regalo para la hija menor del palacio, se puso la mano en el corazón y prácticamente me lo regaló.




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