El mundo de Malia Whitemore giraba en torno a sus pequeñas victorias diarias, aquellas que la llevaban a la cima y le susurraban que era el perfecto ángel vengador de esos débiles corazones que caían ante el amor.
Estúpidos e ingenuos corazones hambrientos de atención y cariño, incapaces de entender que el amor propio es el único valedor en este cruel juego de la vida.
Malia Whitemore jamás fue capaz de enamorarse, nunca nadie logró erizar su piel con tan sólo mirarla ni provocar que las fuertes barreras de su alma se desvanecieran para permitir soltar todos aquellos dolorosos recuerdos, recuerdos que apresaban su corazón en una jaula personal de torturas a las que ella estaba acostumbrada y que ya había olvidado, pues el invierno hacía tiempo que había congelado y curado —incorrectamente— las heridas de su interior.
Las razones de su frivolidad iban más allá de una simple ruptura, de una familia fragmentada o de desilusiones en la secundaria, esos momentos se volvían absurdos en comparación de las razones por las cuales Malia no parpadeaba a la hora de hacer añicos la vida de una persona.
No.
A nuestra protagonista jamás le rompieron el corazón, jamás sufrió desilusiones por parte de sus seres queridos y, mucho menos, jamás su feliz familia se vio fragmentada por los distintos obstáculos que la vida pudiera arrojarles.
Malia Whitemore tenía la vida que más de una persona anhelaba y, sin embargo, la castaña era incapaz de aprovecharla sin querer arruinar los corazones de jóvenes que, desde su punto de vista, necesitaban de ella para comprender que no se podía ir por la vida haciendo daño porque sí.
¿Irónico? Sólo un poco.
Aquella tarde un nuevo logro se había grabado con fuego en su corazón, volviéndole a recordar las vueltas de la vida y diciéndole que hasta el más inocente albergaba maldad en su interior.
Siete... Siete en cuatro años.
Para ella la maldad era como un cáncer; se despertaba en tu interior sin dudar en arrasar contra todo a su paso, sin importarle la vida de su incubadora. Tal vez, la única diferencia entre el cáncer y la maldad radicaba en que, mientras que uno casi era provocado por la mala suerte, otro era despertado por las duras jugadas de la vida.
Y en Malia, aquella maldad había despertado demasiado temprano.
—¡Brindemos! —gritó levantando su copa y viendo como Tessa y Marco copiaban su acción, tal vez con más felicidad de la que era posible. Oh, el alcohol... podía hacer maravillas—. Por otro corazón roto —anunció mientras guiñaba un ojo a la nada y bebía de sopetón aquella copa de champagne.
Rió con fuerza, disfrutando de su felicidad y nuevo logro: siete corazones rotos en cuatro años. Todos con efecto traumático.
Tal vez piensen que Malia Whitemore es una zorra sin sentimientos, algo en lo que no se equivocan, pues ella siempre se consideró una perra sin corazón. Pero sí tenía sentimientos, no para los desconocidos, claro está, pero sí para sus cercanos. Sentimientos que muy pocas veces era capaz de demostrar abiertamente.
Era una persona egoísta, ponía su bienestar por encima de cualquier otra cosa y hacía bastante tiempo que ella misma había aceptado que no vino a este mundo para experimentar las maravillas del amor. No, ella vino para vivir del amor o, mejor dicho, de lo que viene después.
Un apuesto hombre se encontraba sentado en un taburete de barra sin poder quitarle los ojos de encima y ella, consciente de la intriga que provocaba a su paso, no dudó en guiñarle un ojo al moreno antes de salir disparada a la pista de baile mientras se cuestionaba el color de sus ojos. ¿Serían oscuros o claros? Se prometió que pronto lo averiguaría.
La música invadió su sistema y comenzó a bailar junto a Marco, ambos se complementaban y en ese momento le agradeció a Dios el tener un amigo como él. Amigo al que jamás se atrevería a engatusar, además de que las mujeres no eran exactamente de su preferencia sexual.
Su sonrisa se ensanchó cuando Tessa se les unió al baile, varias miradas se posaban en ellos y... ¿cómo no lo harían? Si el espectáculo que estaban dando bien sería más que suficiente para un club de striptease.
Conectó nuevamente con los ojos del moreno y mordió su labio inferior al tiempo que la canción acababa. Dejó bailando a sus amigos y pronto se dispuso a caminar hacia la salida trasera del club, no sin antes darle una mirada significativa a cierto hombre sentado en un taburete de barra.
El aire fresco le pegó de lleno y no pudo hacer más que inspirar con profundidad, sintiendo el frío calar sus huesos y llenar su alma. Se aseguró de marcar un par de cosas importantes en su celular antes de escuchar su voz.
Editado: 14.09.2018