TIC TAC
TIC TAC
En las profundidades del mar habitan seres desconocidos para nosotros, como Tritones y Sirenas. Entre ellos, existen Príncipes y Princesas que poseen algo peculiar: un Diamante. Este tesoro es vital, ya que si se rompe, pueden morir. Renunciar a su forma de Tritón o Sirena también es irreversible, y si el corazón está lleno de dolor, pueden optar por lanzarse al mar, convirtiéndose en espuma. Cada Diamante es valioso y puede conceder cualquier deseo, pero en manos equivocadas, puede desatar el mal.
Narra el escritor:
—Guardias, vengan por favor —llamó el Rey Tritón desde su trono. Un guardia se acercó, mostrando la misma seriedad y seguridad que el guardia del palacio.
—Sí, señor —respondió el guardia, esperando instrucciones.
—Por favor, trae a mi hijo. Necesito hablar con él —ordenó el rey, visiblemente preocupado.
—Como ordene—El guardia asintió y partió, dejando al rey sumido en sus pensamientos.
-Esto está muy mal, lo sabía. Debo proteger a mi hijo -pensaba, cubriendo su rostro con las manos, rezando por la seguridad de su hijo y su pueblo.
El guardia llegó al cuarto del príncipe, donde escuchó su canto.
Narra Eric:
A lo lejos te observo,
Cual lejos podré verte...
Tu mirada cambia
Al pasar los años...
El guardia llegó al cuarto del príncipe, escuchando su canción.
¿Qué buscas, mi amado?
Estamos unidos por nuestro corazón...
Te quiero decir
Que siento por ti,
No llores más,
Que volveré...
Se notaba la felicidad en su canto, iluminado por burbujas que lo rodeaban.
—Disculpe, príncipe, su padre el rey quiere hablar con usted —anunció el guardia. Eric se giró hacia él.
—Está bien, iré de inmediato —respondió. Se preparó para partir, pero el guardia lo detuvo — Que sucede —respondió Eric algo confundido.
—Solo ten cuidado —advirtió, soltándolo suavemente.
—¿Qué sucede, Diego? —preguntó Eric, notando la preocupación en el guardia.
—Solo ten cuidado... porque esta vez no podré protegerte —respondió el guardia, abrazándolo antes de partir.
—Entiendo —asintió Eric, dirigiendo hacia el gran salón.
¿Dónde están los guardias? ¿Qué está pasando?
Vio a su padre nervioso, algo que nunca había presenciado. Nadaba de un lado a otro.
—Padre, estoy aquí. ¿Qué sucede? —inquirió Eric. El rey se acercó.
—Hijo mío, lo que tengo que decirte cambiará tu vida y tu futuro —anunció, generando inquietud en Eric.
—¿De qué hablas? —inquirió, nervioso.
—Mira, ya no puedes estar en el océano. Es peligroso para ti —explicó el rey, colocando una mano en su hombro. Eric levantó la mirada, observando la seriedad en los ojos de su padre.
Ahí supo que algo grave estaba ocurriendo.
—¿Por qué? ¿Qué está pasando? —preguntó, ansioso y confundido.
—Te enviaré a la Tierra, vivirás con los humanos. Aquí ya no estás seguro. Si te quedas, podrías morir... —reveló el rey, sorprendiendo a Eric.
Debo calmarme... pero, ¿por qué? ¿Por qué pedía perdón?
—¿Hay una guerra? —sugirió Eric.
—Hijo, te encontrarás con un amigo mío. Él te cuidará. Y recuerda, los humanos no deben saber quién eres realmente —advirtió el rey.
Levantó su cetro y, al golpearlo contra el suelo, una corriente de agua envolvió a Eric.
—Cuídate, hijo mío. Y perdóname... —murmuró el rey, antes de que la corriente lo arrastrara hacia la superficie.
Podía ver la superficie más brillante, sin querer me desmayé... pero con el sonido del mar pude despertarme. Me arrastré por la arena hasta llegar a las rocas.
Me senté en la arena, donde observé mi cola brillando intensamente. Conforme miraba más de cerca, noté que mis aletas estaban transformándose en piernas humanas.
Estaba sorprendido... Toqué mis piernas... Son piernas humanas...
—¡Cómo duele!— dije. El dolor no era intenso, pero sentía un ardor que hacía temblar mi cuerpo. Puse mi mano en mi cabeza, confundido por lo que dijo mi padre. —¿Por qué me pidió perdón...?— Ahora eso quedará por siempre en mi mente.
—Hola, chico—, murmuré. Al mirar hacia arriba, vi a un chico humano de piel morena y cabello morado detrás de la pila de rocas, sonriéndome. Estaba nervioso y asustado mientras él se acercaba a mí. Finalmente se detuvo, y lo observé con atención. Era guapo, pero... ¿qué hacía yo aquí? Se estaba riendo, y mi miedo aumentaba.
—Lo siento, me llamo Thomas y soy amigo de tu padre—, dijo el chico, pareciendo amable... o eso quería creer.
—Me asusté mucho—, murmuré, sintiéndome enojado, pero él no parecía entender. Comencé a levantarme lentamente, pero cada paso me provocaba dolor en las plantas de los pies.
—¡Toma, es ropa, póntelo!—, anunció, lanzándome la ropa que terminó cayendo sobre mi rostro. La tomé con cuidado. —Ah, se me olvidaron los zapatos—, añadió, arrojándolos hacia mí también. —Avísame cuando estés listo—, dijo, sin esperar respuesta.
Me vestí con la ropa que me había dado, sintiéndome sorprendido de lo bien que me quedaba, aunque no estaba seguro de haberlo hecho correctamente.
—Listo—, anuncié cuando terminé. Thomas se giró para mirarme, y pude notar un leve sonrojo en sus mejillas.
—Es muy lindo—, susurró, lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara.
—Gracias—, respondí con una sonrisa, pero eso fue todo lo que dije.
...CONTINUARÁ...