El sol ya había comenzado a ponerse, tiñendo de naranja las nubes grises que cubrían el cielo. La ciudad, sumida en su ruido habitual, seguía sin saber lo que realmente estaba sucediendo en las sombras que la rodeaban.
Carolina caminaba por la calle sin rumbo fijo. La mochila sobre su hombro pesaba menos que el peso de los recuerdos, pero aún la llevaba. Con un solo archivo, había dado el paso final, sin mirar atrás. El reloj en su muñeca marcaba las 7:45 PM. Tenía una cita.
Había entregado el USB, las pruebas, las grabaciones. Había puesto en manos de los correctos la información que, si caía en las equivocadas, habría destruido a todos. Sabía lo que hacía, pero aún así, una duda la consumía.
¿Hizo lo correcto?
El sonido de un coche frenando le llamó la atención. Un sedán negro se detuvo a su lado, y la ventana se bajó.
—¿Subes? —era Matías. Su rostro estaba agotado, como si el peso de la decisión de los últimos días lo hubiera transformado en otra persona.
Carolina dudó por un segundo. Miró el coche. Miró a Matías.
—No te preocupes. No te seguiré.
Matías la observó en silencio por un momento. Los dos sabían que las cosas entre ellos jamás serían lo mismo. Pero, al menos por ahora, no había nada que decir.
—¿Y ahora qué? —preguntó él.
—Ahora... —dijo Carolina, respirando profundo—. Ahora, nada.
El coche arrancó. Se alejó sin que ninguno de los dos dijera una palabra más.
Carolina siguió su camino, pero sabía que, al igual que el sol que se estaba ocultando, había algo que nunca volvería a brillar.
Martín Ortega lo había planeado todo.
Las piezas estaban en su lugar. La mentira del justo se había revelado, y con ello, la tragedia de aquellos que creyeron en ella.
Pero la historia no había terminado.
No, no aún.
Editado: 10.05.2025