La Meretriz y el sacerdote.

Capitulo 7

ALEXANDRA

Luego de haberme encontrado con Erick y Noel en el parque, Salí en dirección hacia el mercado. Pero antes de, opte por pasar a la librería a comprar unos cuantos libros que desde hace un tiempo deseaba comprar. Me gusta mucho la lectura, me hace salir un poco de la monotonía y del mundo en el que vivo. Sin duda alguna, es mi pasatiempo favorito.

La biblioteca estaba próxima a la iglesia del santo señor. Una vez iba pasando frente a la iglesia me detuve, y con el frente hacia ella, hice la reverencia al padre, hijo y espíritu santo y una vez culmine seguí mi camino. Pude notar que venían saliendo unos que parecían sacerdotes junto a unas monjas quienes me miraron con cierta indignación.

—No deberías tan siquiera pasar frente a la iglesia, ¿es que no sientes respeto por lo sagrado?, eres una prostituta maldita que no mereces la compasión de nuestro señor —dijo uno de los que se encontraba entre la multitud.

—Y peor aún, tiene el descaro de hacerle reverencia al padre. ¿Crees que el señor aceptaría una reverencia de una prostituta como tú?— pregunto una de las monjas.

Me detuve, los mire a todos y les dije:

—Si la acepta de ustedes que dicen ser sus discípulos y guías aquí en la tierra, que no hacen más que fornicar entre si y profanar su templo. Ustedes no son más que hipócritas indolentes, inmorales y corruptos que usan las leyes de Dios a su conveniencia. Pero así les dice el señor—dije con voz autoritaria mirándolos fijamente a todos—en Mateo 7:21-23: no todo el que me dice señor, señor, entrara en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi padre que está en los cielos. Mucho me dirán: señor, señor ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declarare: nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. Si hay alguien que ardera en el infierno sin derecho a un juicio son ustedes, hipócritas malditos.

Cuando escucharon todo lo que les grite armaron una algarabía.

—¡pecadora!, ¿Cómo te atreves a gritarnos todas estas cosas?, serás castigada— grito el superior de la multitud.

Cuando vi que sus seguidores venían con intenciones de lanzarse sobre mi Salí corriendo a gran velocidad. Me dolía el pecho por lo sofocada que estaba, pero prefería aguantar el dolor antes que caer en manos de esos religiosos, que sin duda alguna, me darían un castigo cuyo dolor sería sin duda alguna más insoportable. Corrí entrando por toda clase de calles y callejones hasta asegurarme de que nadie me estuviese siguiendo.

Después de correr tanto me detuve en un rincón y me recosté de la pared. Estaba muy cansada y necesitaba mucha agua. Luego de respira lo suficiente como para que el dolor en el pecho se me quitara, me di cuenta de que estaba en el área de los nobles, necesitaba a toda costa salir de ese lugar. Era algo casi imposible ya que soy muy conocida por los hombres con los que he estado, y las mujeres que me odian.

Vi a un señor que aparentemente era comerciante de telas, así que decidí, con lo poco que llevaba conmigo, comprarle un trozo para cubrirme el rostro y así nadie pudiese reconocerme.

Una vez compre la tela, me cubrí el rostro y empecé a buscar un camino que me llevara e vuelta a la zona marginal, ni siquiera recuerdo los caminos que tome para llegar hasta aquí.

Mientras iba caminando paso al frente mío una pequeña caravana que acompañaba a aparentemente alguien de la nobleza. Mire al hombre quien era llevado por la caravana y gran sorpresa la que me lleve. Era el, el hombre del burdel para el que baile la otra noche. Lea tenía razón.

Me quede impactada mirándolo a distancia, hasta que sin darnos cuenta chocamos miradas. Nos miramos fijamente a los ojos por un instante, pero voltee la cara para que no me reconociera.

—Alto— escuche a lo lejos que les dijo a los soldados. El pánico se apodero de mi comencé a caminar más de prisa. Sentí unos pasos tras de mí y empecé a correr nuevamente, pero no por mucho tiempo ya que antes de que pudiera llegar más lejos me desmaye.

ERICK

—Es muy linda ¿no?— pregunto Noel luego de que Alexandra se marchó.

—sí, lo es— respondí.

La verdad es que Noel tenía razón. He tenido la oportunidad de conocer mujeres bellas, de todas las regiones, e inclusive más bellas que ella. Pero ella, su belleza es rara e indescriptible a le vez. No me explico cómo pudo haber terminado en esa vida.

—¿llevas mucho tiempo conociéndola?

—No. La verdad es que nos conocemos hace poco.

—Entiendo- respondí— pensé que eran familiares o algo así. Lo digo por lo atenta que vi que es contigo.

—Es como si lo fuera. Alexandra me dio abrigo en su casa y me trata muy bien, ella es buena persona. No todo el mundo anda ofreciendo techo y comida a una persona que no conoce, y menos aquí en Winston. Usted tendrá mucho trabajo aquí, hay muchos corazones sucios que necesitan ser limpiados, principalmente el del sumo sacerdote.

—¿Qué?, ¿Por qué te expresas así de el?

—Por nada bueno es. El recoge el diezmo todo los domingos alegando que es para los pobres y necesitado, pero resulta que una vez fui a la iglesia a pedir algo de comer y me hecho. Esas son cosas que Dios no haría ¿o sí?

—Sin duda alguna que no.—siempre he notado que el sacerdote tiene una actitud un tanto grosera, pero nunca me imaginé que sería capaz de negarle algo de comer a un necesitado. Es un huérfano, podía ayudarlo y darle abrigo en uno de los hogares para huérfanos que financiá la iglesia.

Entre la mano en mi bolsillo, saque mi reloj y mire la hora. ¡Dios! Ya era tarde. Recordé que junto a otros miembros de la iglesia iríamos a casa de una hermana a orar debido a que estaba siendo atacada por una grave enfermedad.

—Disculpa pequeño, debo irme. Recordé que tengo un compromiso y voy atrasado.— entre mi mano en mi bolsillo y saque unas monedas –toma esto, compra algo para que almuerces el día de hoy.




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