Después de los brutales hechos que acaecieron ese día, Nicholas se fue sin ser visto por la madre de Bastian, y, al llegar a casa, se encerró en su cuarto para que sus padres no fueran conscientes de sus heridas. Como si de la deshonra del perdedor se tratase, cargó por sí sola con la sombra de sus cicatrices, enmascarando tal trabajo con el espejismo de una caída ante los ojos ciegos de quienes exhalaban falsos suspiros por él. El joven de instituto no pudo dormir la noche después de aquello. Paseaban sobre su cabeza, en procesión, miles de espectros culpándolo, que robaban la arena de sus sueños para burlarse de él. Creía que se la iba a cargar por haberse metido con su profesor, que le iban a imponer un fuerte castigo por su pecado, que incluso podría acabar, grilletes en mano, en un reformatorio. Y, en realidad, nada de eso pasó.
Nicholas apareció al día siguiente en casa de los Wadlow sin la menor variación en su mirada. Puede que su cuerpo gritara ante el recuerdo de lo que fue aquella tarde tan desafortunada, mas su alma parecía haberlo olvidado. Si bien es cierto que Nicholas volvió, la relación entre ambos, inalterable hasta hacía tan sólo unos días, mutaba por primera vez: caminaba, pero hacia atrás. Bastian se sentía culpable del daño causado, por lo que no quería tratar mal al chico; sin embargo, también le daba mal rollo su presencia, ya que no le parecía normal que no hiciera nada ante semejante paliza.
Por su parte, el profesor actuaba con la misma indiferencia de siempre, sólo que escudada en la vacilación de la pérdida de la confianza hacia el chaval. Guardaba las distancias con su alumno. Es curioso, por más que el otro muchacho se hubiera escapado mil veces, y todas y cada una de ellas hubiera acabado como aquella, Nicholas habría actuado igual sin pensarlo. Incluso él se preguntaba por qué. Quizás era masoquista. O quizás necesitaba sentir el contacto de alguien, ya fuera por medio de sus labios o de sus puños.
Los meses se fueron esfumando como el humo que produce una fogata, y, finalmente, Bastian aprobó el examen de literatura. Las clases dadas tras el incidente no tuvieron ningún provecho, mas sólo se le examinaba de una lectura, y fue "La metamorfosis" la que cayó. No supo muy bien por qué, pero recordó todas y cada una de las palabras del universitario, todos y cada uno de sus gestos, todos y cada uno de sus mínimos cambios de expresión...
El joven creyó que ya no era necesaria la presencia de su maestro, aunque tal decisión estaba condicionada por el deseo de no ver a Nicholas como persona, no de recibir más lecciones del profesor. No obstante, la madre lo volvió a contratar para el curso siguiente. Le había cogido cierto cariño al muchacho y sus lecciones habían ayudado a su hijo, así que pensó que sus servicios nunca estarían de más.
Y así, después de dejar que Bastian tuviera unas vacaciones durante el resto del mes de Septiembre tras el examen, llegó el último día en el que el profesor particular Nicholas Payne penetró en esa casa. En una fría y lluviosa tarde de otoño, alguien llamó a la puerta de la casa de los Wadlow. Los fuertes alaridos del viento, complementados por las estrepitosas y furiosas caídas de los truenos, llenaban los oídos del chico de la disonancia propia del embravecimiento natural. La señora Wadlow abrió la puerta y la cerró a gran velocidad una vez su invitado hubo entrado. El arrogante deseo divino de castigar a la Tierra con la cólera de los truenos por su enardecimiento de las pasiones hacía que nadie pudiera escapar a su sonido. Ni en el interior de la casa podía librarse de los golpes eléctricos que masacraban los suelos de este mundo. Quizás era una forma de crear un reflejo del corazón humano, de las desbocadas pasiones que rugen y braman en su interior intentando cobrar forma en sus acciones. Al menos se había librado de la terrible visión de los relámpagos, luces cegadoras que encharcaban su vista con la fogosidad de su fulgor.
La mujer, alarmada, se disculpó porque había olvidado llamarle para decirle que no fuera allí en un día tan feo. Al parecer, Bastian ni siquiera estaba en casa. Se había quedado a dormir en casa de un amigo. Dichas palabras desilusionaron enormemente a Nicholas, que decidió irse. Le molestaba haber hecho el trayecto para nada, pero no podía ser grosero con la señora Wadlow y enfadarse. Ella le detuvo, pues era de locos salir con esa tempestad. Ni siquiera entendió cómo su madre le dejó que fuera. La verdad es que hacía mucho que no vigilaba sus acciones, que se había desentendido de él. No la culpaba. Era hora de volar, de dejar el nido. Era universitario, así que no podía tener siempre a su madre encima.
La mujer le invitó a pasar y a tomar el té con ella, pero éste rechazó la bebida comentando que estaría satisfecho sólo con agua. Ambos se sentaron en la cocina para charlar: ella con una taza de té delante, y él con una botella de agua acompañada de un vaso. Con la marcha del calor, ahora volvía a su costumbre de una sola botella en dos horas.
─Nicholas, ¿por qué tú y Bastian no sois amigos?─preguntó la mujer en trono claramente melancólico.