La mente puede ser un arma de doble filo.
Y la noche, tu peor enemiga.
Algunos pueden dormir sin problema, entregarse a siestas en la tarde,
cuando el cuerpo cede al cansancio.
Pero otros… solo despertamos cuando el mundo se apaga.
La noche se convierte en nuestro refugio silencioso,
donde libramos batallas con la mente,
sin que nadie lo note.
No se trata solo de sobrepensar o cuestionarse.
Es enfrentar esa voz en tu cabeza
que dice cosas que no son verdad,
o peor aún, lo que no quieres escuchar.
Algunos le llaman demonios, otros fantasmas,
otros, simplemente, subconsciente.
Yo le llamo mi mejor compañía.
Porque aunque no siempre me diga lo que quiero oír,
siempre está allí,
acompañándome
cuando nadie más lo hace.
Cuando todos duermen,
y me toca enfrentar mis guerras internas,
la noche también se vuelve mi aliada.
Solo entonces puedo quitarme la máscara,
y ver esa versión rota de mí
que nadie más conoce.
Porque la noche trae el insomnio,
y con él, mis pensamientos y mis debates.
Es cuando hablo sin miedo,
sin sentirme estorbo,
escuchando las verdades
que intento evitar durante el día.
Vivimos en el mismo cuerpo,
pero pensamos distinto.
Caminamos sobre las mismas espinas,
pero no sentimos igual.
Disfrutamos de la misma noche,
aunque con perspectivas contrarias.
El insomnio es mi forma de encontrarme,
pero también es su forma de mantenerme despierta, para obligarme a mirar mi verdad.
Porque aunque no se apaga,
es —en su oscuridad—
mi más fiel compañía.