En Chile, en la región de Antofagasta, hacia la cordillera de los Andes, había una ciudad que vivía alrededor de la minera, a principios del 1.900, Calama era donde iban los trabajadores que vivían en el campamento minero de Chuquicamata, a tener sexo con prostitutas.
Por esta razón a Calama siempre llegaban jovencitas, para trabajar en las casas de citas, allí había una mujer mayor, que ya no podía ejercer la prostitución, por eso recibía a las muchachas jóvenes, ella les daba casa, comida, y un lugar para ejercer su trabajo, seguras, ya que les daba protección, tenía a varios tipos que sacaban a los borrachos o tipos que no se comportaban con las muchachas, por todo esto les pedía un tanto por ciento de lo que ellas ganaban día a día.
Un día llegó a esta ciudad una mujer que destacaba por su cabellera negra, tomada en un mono muy ordenado, sus ojos también eran oscuros, almendrados, además de ser muy bella, destacaba entre todos por su altura, inusual para un hombre, no decir para una mujer, era exactamente 1.80 cms.
Apenas se instaló en una de las casas, regentada por la Sra. Doris, los hombres llegaron atraídos por sus encantos, y por el honor de haber estado con la Metro Ochenta, como le pusieron de sobre nombre a la prostituta, que se hizo muy popular entre los supervisores y gerentes norteamericanos.
— Dorita, tuvo suerte que Beatriz (verdadero nombre de Metro Ochenta) haya decidido instalarse en su casa.
— Yo siempre tengo a mis niñas cuidadas, les doy los implementos para que se mantengan aseadas, por eso no quieren irse a otro lugar.
"Por eso y por el miedo que tienen de que les pase algo, maldita vieja — pensó el hombre".
— Sé que el que mis niñas me sean fieles, no tienen que ver con ese feo rumor que yo las tengo a la fuerza aquí.
— Por supuesto, la gente es muy mal hablada.
Beatriz quería ganar dinero rápido, sabía que entre las prostitutas, llegadas a cierta edad ya no eran requeridas por los hombres, para ese momento ella quería tener lo suficiente para poder poner su propio burdel. Pero quiso el destino que Cupido tomará cartas en el asunto.
Un muchacho, Juan, quedó prendado de su belleza, cuando la vio tomar el sol en la entrada de la casona donde vivía y trabajaba, junto peso a peso para poder estar con ella, así fue por un tiempo, hasta que no pudo seguir pagando el precio que costaba una hora con ella, por seis meses estuvo separado de su amada. Por su parte Beatriz, cada noche suspiraba por no ver a Juan, hasta que él volvió a juntar el dinero necesario, ambos sintieron su corazón explotar al verse de nuevo, apenas cerró la puerta se tiraron en el catre de metal, que empezó inmediatamente con su característico chirrear, al rato, cuando descansaban de la lujuria inicial, él decidió hacerle un pedido muy especial.
— Beatriz... ¿Quisiera... quisiera usted...?
— ¿Qué pasa Don Juan?
— Tráteme de Juan no más.
— ¿Qué le pasa Juan?
— Yo... la amo, no me importa su pasado, quiero que vaya a vivir conmigo, no es mucho lo que tengo, pero un plato de comida, ropa y donde cobijarse no le faltará.
La muchacha quedo sorprendida por la petición, en el fondo quería estar con él, pero no deseaba tener una vida de pobreza... justo por eso había decidido prostituirse.
— Es que... es que...
— Sé que es difícil lo que le pido, acá tiene todo lo que necesita, los hombres caen a sus pies, yo solo puedo ofrecerle una vida humilde... y mi amor... piénselo, si está de acuerdo la esperaré el miércoles de ceniza, fuera de la Iglesia, después de misa, si no la veo entenderé que no acepta mi petición. No la volveré a molestar.
Cuando el hombre se fue, Beatriz estaba confundida, lo que pasaba se la hacía irreal, un hombre la quería a pesar de su pasado.
— Bea, vi que vino ese pobretón de nuevo a verla.
— No le diga así Sra. Doris, su nombre es Juan, es un gran hombre.
— Será lo que quiera, pero no tiene el dinero para venir a verte todas las semanas, es uno de los tantos obreros que con suerte tienen para comer.
— Tiene buenos sentimientos.
— Pero con buenos sentimientos no se come, no me va a salir como esas tontas que se han ido a vivir su amor, y vuelven con la cola entre las piernas, luego que sus amantes se aburren de ellas y las echan de su casa.
— Él no es así.
— Mejor no me deje, recuerde que me pertenece, solo se irá de aquí cuando yo lo diga.
— No le pertenezco.
— Yo pague por el pasaje de tren, además de tu comida, ropa y hospedaje.
— Usted se queda con el 70% de lo que ganó, con eso ya está bien pagada.
— No se rebele, "querida", tengo muchos conocidos en la ciudad.
La muchacha sabía los rumores de que la regenta del burdel era una mujer cruel, que había mandado a golpear a varios enamorados de alguna de sus niñas, y por eso no volvían a buscarlas. A pesar de todo, Beatriz ya no podía seguir así, noche tras noche, hombre tras hombre, ya no le interesaba el dinero, desde que Juan apareció en su vida, todo era pensar en él, esperar a verlo entrar en el burdel.
Al final la Metro Ochenta decidió irse, para no levantar sospechas y que Doris no la retuviera a la fuerza con la ayuda de dos saca borrachos, el miércoles de ceniza salió solo con una pequeña cartera de seda a caminar a la Plaza, en uno de sus costados estaba la Iglesia, los minutos pasaban y la joven tenía miedo que al terminar el servicio, Juan no apareciera
— ¿Y si es verdad lo que dice la Sra. Doris? ¿Y si él se quiere reir de mí? Tal vez de lejos solo quiere ver de lejos como me desesperó al ver que no llega.
Pero apenas se abrieron las puertas principales, el primero que apareció fue su amado.
— Beatriz... — le tomo las manos, emocionado — ¿Entonces acepta?
— Si Juan, acepto su propuesta.
— Iremos a casa, la amo, prometo protegerla siempre.