La Metro Ochenta

Parte 2

— Váyase ¿Cree que le rogaré que se quede? No quiero un hijo que traiga deshonra a mi casa, prefiero olvidarme de usted, estoy seguro que volverá llorando arrepentido cuando pille a esta ramera con otro en la casa que le ponga.

Juan miró furioso a su padre, su madre no había dicho nada, así era como debía ser, su esposo era el que tomaba todas las decisiones, y le gustará a ella o no, debía aceptar y callar.

— No quise provocar esto.

— No se preocupe Beatriz, espéreme aquí.

Fue donde un amigo que le dejó su habitación por esa noche, a la mañana siguiente, consiguieron una casa, era pequeña y sin muchas comodidades, pero ambos la encontraron perfecta.

— Tendremos que juntar para cambiarnos cuando llegue el primer mocosito... — el joven rió de su broma.

— No se preocupe, traje esto, úselo como mejor le parezca — le paso un fajo de billetes, eran todos sus ahorros del tiempo qué pasó en casa de la Sra. Doris.

— Guarde eso — Juan ni siquiera quiso mirar ese dinero.

— Quiero dársela — insistió la joven.

— No quiero que use ese dinero ganado en su vida anterior, yo le daré lo que necesite, ahora soy su hombre.

Dos días después, alguien golpeó a la puerta de la casa de Beatriz, cuando ésta abrió vestida de dueña de casa, quedo de piedra al ver a la Sra. Doris en la entrada.

— Así que por esto dejó mi casa.

— ¿Qué quiere? — la muchacha sentía que se desmayaría, pero ahora debía ser fuerte por ella y su amado.

— Que entre en razón, cómo puede vivir así, es inhumano, venga conmigo.

— No, no quiero volver a venderme, eso está mal, ahora tengo un hombre que me quiere y...

— Y me respeta... seguro... que pasara cuando envejezcas, o se desgaste por darle media docena de críos... ni siquiera quiere casarse con usted. Si quiere puedo recibirla de nuevo, no guardo rencor, sé que solo fue una tontería la que hizo.

— No volveré jamás.

— No quiero hacer algo que luego...

— No me amenace, no le tengo miedo — aunque por dentro estaba aterrada, por fuera se veía muy tranquila.

Entre las piernas de la muchacha apareció un gato negro que miró fijamente a la señora mayor, cuando ella se movió un poco, él se puso en guardia y le bufó.

— Veremos si su amante es tan valiente como ustedes.

Esa noche cuando él volvió a la casa, se dio cuenta que su mujer estaba muy distraída.

— ¿Qué pasa?

— Es que... — si le digo tal vez vaya a encararla.

— No debe haber secretos entre nosotros.

Beatriz le contó todo lo que le dijo la anciana.

— No se preocupe, se me cuidar. Y sobre eso del matrimonio, no quiero casarme con usted mientras no tenga lo suficiente para darle una ceremonia como se merece. No quiero usar el dinero que ganó en su antiguo trabajo.

Tal como el hombre pensaba, una noche que volvía a su casa, unos tipos se le acercaron, por suerte él estaba preparado, y luego de acabar con uno, se arregló la ropa, se limpió la sangre que le manchó los zapatos, dejó el cuerpo de su agresor allí y se fue a su casa, luego de eso ya nadie del burdel los molestó.

La vida de la pareja iba muy tranquila, ella todos los días lo acompañaba a su trabajo, luego a medio día le llevaba la vianda con su almuerzo, conversaba un poco antes que ambos fueran a sus labores, luego ella lo esperaba a la salida de la faena.

— Muy pronto conseguiré el dinero que nos hace falta.

— ¿Cómo?

— Cuando lo tenga le contaré. Nunca olvide que la amo.

Al principio un par de veces se acercaron a ella los señores gringos, pero Beatriz rápidamente los despedía.

— Vamos señorita, no se acuerda como la pasamos esa vez, si quiere le pongo una casa en Calama.

— No — respondió con firmeza la muchacha.

El gato que estaba a los pies de Beatriz, bufó y trató de arañar al extranjero.

— Que animal horrible

— Si no le gusta entonces aléjese, puede que lo muerda si sigue por aquí.

Hasta que una mañana Beatriz escuchó una explosión muy fuerte.

— Esto no está bien, no es la hora de la tronadura.

La muchacha, con el corazón en la mano corrió a la entrada de la mina, así como muchas otras mujeres, solo para encontrar un paisaje dantesco, muchos trabajadores eran sacados con extremidades faltantes, otros solo les taparon la cara, mientras esperaban que llegaran del hospital para llevarlos a la morgue.

— ¡Juan! — grito Beatriz, en medio de la muchedumbre de las mujeres que esperaban saber de sus familiares. Allí vio a la madre de su amado, que miraba ansiosa al interior. Cuando vio salir a su esposo, su cara se desencajó, y pareció que parte de su vida se había ido, el hombre traía un cuerpo en sus manos.

— Juan, hijito... Juan.

— Amor... — Beatriz trato de acercarse al cuerpo.

— Aléjese de él, maldita zorra, por su culpa él está muerto.

— Yo no hice nada.

— Fue con el grupo que pone las tronaduras, para ganar más para tenerle todos los lujos que usted le pedía... desgraciada... interesada...

La muchacha no pudo soportar el dolor de ver muerto a su amado, corrió tan rápido para alejarse de la desgracia, que su pelo largo y negro se soltó, cuando llego a la casa que había compartido con el joven, lloró en el piso hasta que se quedó dormida, cuando despertó al otro día, parecía una muñeca, que solo se movía por inercia.

— Negro — así se llamaba el gato que la seguía adónde iba — no te cruces, debo acompañar a Juan al trabajo — salió sin peinarse, ni haber comido.

Desde entonces todos los días llegaba callada a la puerta de entrada, allí muchos la veían reír, se iba para volver a la hora de almuerzo con una vianda, y en la tarde a la salida, llega a la puerta, reía y conversaba camino a su casa, pero solo estaba su gato negro a sus pies.

Con los años, a su mascota se unieron más gatos. La mujer otrora impecablemente arreglada, ahora se veía totalmente distinta, todavía era tan alta como antes, pero con su pelo enmarañado, su ropa rota, vieja, por todo esto empezaron a llamarla La Loca de los Gatos.



#806 en Paranormal

En el texto hay: tragedia, amor

Editado: 18.04.2023

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