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Alma
Salí del instituto con un nudo en el pecho. Caminé por las calles algo nerviosa.
No estaba preparada para ver sangrar la herida.
Acababa de hablar con la psicóloga por teléfono, ella, me había animado a hacerlo. Yo, iba directa al lugar que me dejó rota.
La gente pasaba a su bola, pero yo, yo, iba al sitio opuesto a todos.
Crucé la esquina y quedé frente a las puertas de la cárcel.
Suspiré entrecortadamente y di un paso hacia el interior.
Un policía me preguntó por mi cita, alarmada, le dije que no sabía que había que pedirla.
Él, vio el pánico y asintió antes de pedirme todos los datos.
Una vez todo en orden, pedí ver primero a él, después vería a Ronan.
El policía, me hizo pasar por unas salas llenas de rejas y oscuras, daba verdadero miedo.
Pude ver, a gente abrazar a los presos, pude ver cómo se sentaban frente a ellos.
Pero cuando llegó a mi lado, vi una gigantesca cristalera que separaba su zona de la mía
Tenía una sillita y un telefonillo que se separaba de la pared para poder hablar.
Eran como cabinas telefónicas.
¿Por qué no puedo abrazarlo?
Y lo vi, vi, con unas esposas en la mano y la mirada fija en mí, vi a mi padre.
Corrí hacia aquella cabina con lágrimas en los ojos y descolgué el telefonillo.
Sonrió y derramó unas lágrimas.
Mi papá, mi papá era un hombre alto, de cuarenta y cinco años, rostro serio, ojos marrones oscuros, pómulos marcados, labios carnosos, nariz recta, complexión media y muy definida.
Era mi protector. De hecho, mi padre, no tendría que estar entre rejas. Él no.
Mi padre asintió. Pensativo, sabía todo lo que estaba pasando por su cabeza en aquellos momentos, sabía que quería abrazarme y jurarme y perjurarme que no me pasaría nada.
Mi padre asintió algo mejor, más tranquilo. Me miró de aquella forma tan orgullosa que tenía de hacerlo, de aquella forma que me hacía sentir llena, perfecta.
Sonreí y miré sus ojos.
Mi padre, que había dejado unas lágrimas salir, me miraba melancólico.
Asentí y miré sus ojos con una sonrisa. Porque papá nunca mentía, porque él me había prometido muchas cosas y todas las había cumplido.
La policía miró la hora y me indicó que me tenía que ir. Y no quise debatir, porque quería seguir viendo a mi héroe.
Asentí y caminé hacia otra estancia con las mismas instalaciones y allí, a lo lejos, vi a mi hermano.
Ronan. Ronan tenía el rostro serio, las cejas pobladas, era de nariz recta, rostro marcado, su complexión era media y trabajada.
Estaba lleno de tatuajes desde el cuello hasta los dedos de las manos. Labios carnosos, pelo negro y sus ojos oscuros como la noche me miraron.
Vi el brillo y una sonrisa en ellos, yo, caminé hacia él y cogí el teléfono con una sonrisa.
Tenía ojeras, tampoco podía dormir.
Asentí. Porque si hablaba iba a empezar a gritarle mucho que lo extrañaba.
Él se carcajeó y sonrió. Luego, me miró con una sonrisa. Sentía que podía leerme, porque podía hacerlo. Él sabía leerme. Sabía detectar todo.
Sabía entenderme.
Su mención me hizo sonreír afligida.
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Editado: 16.06.2025