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Alma
(Hace un año)
El día era nublado, pronto, el sol se despediría de nosotros y nos dejaría a la luna para vigilarnos.
El viento, era tranquilo, suave y cálido. Era lo que octubre tenía.
En octubre migraban las aves.
Ciro me había sacado a rastras de su casa. Sus padres estaban de viaje y yo, había ido con él para tener una “cita”.
Ciro era de estatura, unos cinco centímetros más alto que yo, su rostro, parecía angelical. Ojos azules y vivos, labios carnosos, mandíbula y pómulos marcada… era lo que todas querían pero no era nada bueno.
Habíamos vuelto a discutir por su odio hacia mi cuerpo.
Le había dicho que me incomodaba que me hablase de esas maneras despectivas y un poco agresivas.
Él me había pegado.
Y había comenzado la pelea.
Se me había olvidado el bolso en casa.
- Vas a ver cómo no te tiene que importar – murmuraba entre dientes mientras me pisaba el pie para cerrar la puerta cómodamente.
- Por favor, no me hables así – susurraba con lágrimas corriendo por mi rostro –. No me gusta, me siento insegura así Ciro.
Me había quitado el jersey, para comparar mi cuerpo con el de una modelo. Tenía frío. Pero no podía quejarme, el aire dejó de ser cálido, porque yo dejé de abrigarme.
Mi pelo, alborotado por el tirón de pelos que me había dado cuando quise salir corriendo, intentaba acomodarlo bien mientras temblaba.
Al salir, Ronan me miraba con los ojos abiertos. Él. Que había venido con mi bolso en su coche, empezaba a tensarse.
Alterado, comenzó a correr hacia nosotros.
- ¡Deja a mi hermana! – gritaba mientras telefoneaba corriendo.
Ciro chasqueó la lengua y abrió el coche de sus padres.
- Entra – ordenó.
Yo negué y me golpeó, me tiró en el asiento y él entró antes de que pudiese salir.
- Ciro – susurré angustiada –, no puedes conducir, nos vamos a chocar – espeté mirándolo acojonada.
- Cállate – me señaló amenazante – la puta boca si no quieres acabar muerta Alma.
Entre sollozos intenté ponerme el cinturón, pero él lo impidió.
El coche comenzó a moverse y yo sentí que también comenzaba a moverse mi vida frente a mí. Porque Ciro iba a toda velocidad por la ciudad y yo, iba a morir.
- ¿Lo tenías todo planeado? – inquirió alterado.
Su vena del cuello iba a reventar. Tenía miedo. La herida comenzaba a suspirar y yo, sentía un nudo cada vez más fuerte.
- No.
- Eres una débil mujer, Alma. Da gracias que yo te acogí bajo mis brazos porque alguien como yo, nunca se fijaría en ti, sin tus ojos. Recuérdalo. – espetó con ese tono manipulador que tenía – Solo vales por tus ojos Alma, eres una basura de mujer.
- Por favor, sabes que no me gusta… – intenté hablar pero él, siguió con sus comunes agresiones.
- Nunca haces nada por mí, para mí, solo te había pedido que bajaras de peso, que dejases de vestirte como una puta y que dejases que sonreírle a todo el mundo porque esa sonrisa es mía. ¿Es que no lo ves Alma? Me desvivo por protegerte de la ciudad, quien sabe, ella, podría venir de nuevo y tú, estar en brazos de otro. Porque yo te protejo, ¿verdad?
La pregunta la quise negar, pero su mano se clavaba en mi cuello. Porque Ciro conducía con una mano, y la otra, me aprisionaba y yo, temía por mi vida.
- Verdad – susurré sollozando.
- Deja de llorar, no mereces llorar Alma. Eres una débil mujer, pero tranquila, me aseguraré de que nadie más, que no sea yo, lo sepa.
Yo estaba tensa, no podía moverme, nos habíamos metido en unos túneles que estaban cerrados porque se había ido la electricidad en ellos. Los cables se habían caído y por eso no era seguro pasar.
Ciro estaba enfadado, mi cuello, a través del espejo del coche, podía ver cómo se tornaba rojizo.
- Ciro, los túneles – susurré.
- ¡Cállate! Si alguien tiene que morir, serás tú.
Me señaló agresivo. Yo, que estaba aterrada, miré el retrovisor.
- ¡Para el coche! – gritaba Ronan que intentaba adelantarnos.
- ¡Adelantas otra vez y tiro a tu hermana y la atropellas! – bramó Ciro abriendo mi puerta y sacando la mitad de mi cuerpo a la calle.
- ¡Ronan! – grité aterrada – ¡Por favor!
Ciro, enfadado, me pegó un puñetazo en el abdomen. Me retorcí de dolor y sentí cómo todo daba vueltas
- ¡Cállate! – bramó – ¡Si no quieres que te tire cállate!
- No me dejes morir – susurré mirando a mi hermano, todavía seguía con medio cuerpo fuera del coche.
Pero de pronto, Ciro, comenzó a llorar. Y el coche cada vez tenía más control sobre sí mismo. Porque Ciro, no sabía conducir.
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Editado: 16.06.2025