/9/
Dumán
Alma. Había descubierto que se llamaba Alma.
Era rara. Esa mujer era rara, pero me llamaba la atención ella.
No sabía si era su misma rareza o sus ojos. Algo de ella me llamaba.
A veces, parecía que gritaba mi nombre para que yo corriese a ver qué era lo que quería de mí.
Otras, me intrigaba tanto que dejaba a los demás tirados e iba en el descanso a la biblioteca a espiarla, a ver como limpiaba todo.
Me fijaba en cómo arrugaba la nariz cuando vertía los productos de la limpieza en una cubeta, no le gustaba el olor.
Otras veces, les susurraba cosas a los libros que solo ella podía oír. Yo, me escondía en los baños y esperaba a que todo el mundo saliese para ir a verla.
Porque me transmitía calma ver cómo se movía sola y como de segura andaba.
Nunca la había visto tan segura andando. Alzando la cabeza.
Solo allí.
***
Estaba espiándola, como acostumbraba a hacer.
El día se había oscurecido bastante, la previsión ponía lluvias y tormentas.
Octubre iba a finalizar.
Estaba sentado en la escalera jugando con la cajita de las lentillas entre mis manos cuando esta se me resbaló y entre todo el silencio resonó.
Alma, se giró y me vislumbró y juntó las cejas, después, las volvió a poner en su lugar y sus pestañas cayeron en sus ojos, achicándolos y dejando un rostro borde.
Se giró y siguió con su trabajo. Ahora, sus pasos, antes libres, ahora tensos y medidos, me incomodaron un poco.
Pero me levanté con los nervios de la mano y me planté en las puertas de la biblioteca.
- ¿Puedo entrar? – inquirí con una sonrisa.
- Ya estás dentro, imbécil – respondió seca.
La había liado.
Cauteloso, anduve hasta quedar a su lado y suspiré.
- Perdón – hablé sincero –. Perdón por incomodarte, Alma.
- Gracias, pero no me nombres, no tienes el derecho.
Si respuesta me sacó de órbita durante unos momentos.
- ¿Por qué?
- Fácil, no te conozco, no me conoces, somos desconocidos. Los desconocidos, no se hablan.
- Pero tú sabes mi nombre, yo sé el tuyo, entonces no somos tan desconocidos.
- Solo, no me nombres – pidió hostil.
- Vale.
Ella, negó y siguió colocando libros. Yo, que me sentía como una estatua en mitad de una carretera, caminé hacia ella y tomé un libro.
Lo miró y negó.
- Tu intento no ha funcionado. Debes leer los títulos y en orden alfabético. Todo debe estar meticulosamente colocado.
Ahora, su tono, era un poco, casi nada, un grano, casi como una mota de luz, suave.
Sonreí y asentí, iba a disculparme otra vez cuando ella habló:
- No te disculpes tanto, si lo haces mucho, dejará de significar que lo sientes de verdad. Solo cállate y asiente y vuelve al descanso con los demás.
- No quiero volver – me oí decir.
- ¿Por qué? – preguntó tensa.
Me encogí de hombros y ella negó. Me encogí de hombros porque era eso o decirle que me gustaba verla trabajar, ser libre, que me tranquilizaba. Pero si se lo decía, probablemente acabaría cenizado por las llamas de su ira y no quería morir tan joven.
Estuve en silencio ayudándola hasta que recibió un mensaje. Una nota de voz, abrió el teléfono y le dio a escuchar mientras colocaba las cosas.
- Hola Alma, ¿has desayunado ya? ¿Qué has desayunado? Yo un café y unas galletas que preparé el otro día, cuando pueda, quiero llevarte unas, sé que eran tus preferidas, ¿cómo estás?
Ella, abrió los ojos y le dio a la nota de voz.
- Hola, sí he desayunado, lo estoy haciendo ahora, un bocadillo con aceite. Me siguen gustando, yo… puedes pasarte por casa cuando puedas. Estoy bien, poco a poco, ¿y tú? ¿Has dejado ya el trabajo?
Después colgó y corrió a su mochila y negó. Era mentira, ella no había desayunado en todo el rato. Se giró y me miró.
- ¿Has desayunado?
Negué y ella asintió.
- ¿Puedes dejarme tu bocadillo? Para una foto.
- Vale, con la condición de que me respondas unas preguntas –chantajeé.
Ella se lo pensó, se lo pensó largo rato, como si fuese de vida o muerte aquella fotografía y asintió seria, yo, le di mi bocadillo algo confundido.
- Pégale unos bocados – pidió y la miré con una ceja alzada – por favor.
Asentí y obedecí. Tenía que empezar a ser amable conmigo si quería algo, porque se pasaba al ignorarme.
Se lo entregué después de tres bocados y ella lo abrió y sacó el embutido y lo dejó en la platina y con la harina del pan, se manchó la boca. Posó con el teléfono y cuando hizo la foto, volvió a colocar el embutido en el pan y me lo dio. Se limpió la boca y se sentó en la escalera.
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Editado: 21.07.2025