La migración de las aves

Dumán

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Dumán

Al llegar, Alma, salió despavorida del coche y corrió hacia el fuego y allí, gritó. Gritó cómo nunca había gritado. Gritó de dolor, de sufrimiento, de pánico. Gritó tan fuerte que sentí cómo las lágrimas acudían a mí.

  • ¡Nigel! – bramó mientras corría hacia el cuerpo que se arrastraba por el suelo.

Sollozó y se sentó a su lado entre lágrimas.

  • Dinna, hay que buscar a Ciro. Ella no puede verlo – susurró Lous detrás de mí como si la presencia de aquel hombre fuese algo malo para ella.
  • Vamos – dijo Dinna.

Yo, caminé hacia Alma con cuidado y un poco inseguro. El olor a quemado y a neumático se colaba por mi nariz, el polvo comenzaba a manchar conforme te acercabas al lugar de impacto. Al nacimiento del fuego.

  • Todo va a estar bien, vas a estar bien – repetía mientras acariciaba el rostro ensangrentado de ese tal Nigel.

Levantó la vista hacia mí y me miró tan rota, tan trasparente, que sentí su dolor cómo mío propio. Sentí que el monstruo que cargaba se sentaba en mis espaldas y me mataba a mí también. Y pude ver la maraña de palabras deshilarse, las pude ver volverte legibles y ordenadas. Pude verla.

  • Creo que ha muerto – susurró Nigel.

Ella se tensó y soltó su cuerpo al ver una ambulancia llegar y a los médicos bajarse para atenderlo.

Retrocedió hasta quedar a mi lado y negó mientras sollozaba.

  • No… él no puede estar aquí – repetía tapándose la boca.
  • Alma – la llamé preocupado.

Ella, me miró aterrada y fijó su vista detrás de mí, frente a un cuerpo de un joven que salía del coche quemado.

Sus ojos, fijos en Alma, eran espeluznantes. Estaba cubierto de sangre y por sus ojos, boca y nariz salía esta alocada.

El pelo estaba revuelto y oscuro, pero la sonrisa que tenía era la viva sonrisa de un villano. De un psicópata siquiera.

Ella, negó mientras retrocedía y vio cómo aquel cuerpo caía del coche en llamas.

Aquella persona sonrió y parpadeó antes de señalar a Alma.

Ella, negó y sollozó mientras iba hacia atrás.

Cayó de bruces y comenzó a gritar cuando vio al cuerpo, inerte ahora, rodar unos metros hacia nosotros.

Yo, preocupado, me arrodillé y la abracé. Reconocí aquel cuerpo, aquella persona.

Él había maltratado a muchos. A mí, manipulado. No quería pensar en lo que le podía haber hecho a Alma.

  • Tranquila – susurré –, Alma, respira…
  • Por favor, por favor no – sollozaba con los ojos muy abiertos mientras se aferraba a mí – sácame de aquí. Por favor, no me dejes aquí – repetía mientras me abrazaba con fuerza – no me dejes con él.
  • Alma – susurré con todo el cariño que pude a pesar de sentir también el peso de miedo – tranquila.

La alcé en mis brazos y con ella en mis brazos, caminé hacia el coche.

Podría decirse que ahora mismo, tenía entre mis manos a una pequeña niña.

A una niña que confiaba en mí. A una niña que estaba dispuesto a curar.

Nígel me llamó. Yo me acerqué a él con Alma en brazos. Estaba siendo atendido ya.

Le habían puesto un collarín en el cuello y vendado el pie. Su rostro, todavía conservaba las heridas del choque, como un moratón en el pómulo derecho.

  • Sácala de aquí lo más rápido que puedas – ordenó –. La llamaré cuando esté mejor. Solo… que se vaya cuanto antes. Prepárale una tila cuando lleguéis a casa. Y no te separes de ella. – me señaló y una médica le reprendió por su falta de compromiso.

Asentí y confundido, me senté en el coche con ella en mi regazo.

No paraba de llorar y de temblar.

Yo, dejé que me rasguñase los hombros del miedo, dejé que me manchase de lágrimas.

Porque lo último que quería era verla rota.

  • Ronan por favor, sácame de aquí – repetía entre lágrimas – Ronan, no me dejes.

Yo intenté calmarla. Luego, me di cuenta de que estaba cayendo agua de la lluvia sobre ella y la senté en el interior del coche y cerré las puertas.

Ella, se hizo una bola y siguió llorado.

La volví a abrazar y se aferró a mí.

Alma era, ahora mismo, una niña rota. Y tenía miedo de que la rompiesen más.

  • Vamos a casa, ¿sí?
  • Ha muerto…– repetía con los ojos muy abiertos – Ciro ha muerto… Se ha ido…
  • Alma, ¿quieres contarme qué pasó?
  • Aquí intentó matarme – respondió con los ojos abiertos mirándome con lágrimas –. Me quiso matar – repitió, ahora, con el rostro entristecido por las lágrimas.

Gritó, tembló, me rasguñó, sollozó, imploró y lloró todo lo que tenía para llorar.

Yo, sentado con ella en mi regazo. Esperé a que Lous entrase en el coche con Dinna y condujesen de vuelta a aquella casa.

Alma aferrada a mí, no paraba de llorar.

Ahora mismo necesitaba a alguien en quien confiar, en quien sostenerse.

Y yo lo haría sin pensarlo dos veces.

Al llegar a su casa, subí con ella y con Dinna a su habitación y la tumbé en aquella cama matrimonial.

Alma estaba floja, parecía un títere ahora mismo. Y me daba lástima, porque no había rastro de aquella chica borde que conocía.

Salí, después de dejar a Dinna con ella y fui con Lous a prepararle una tila.

Cuando estuvo, regresé y para eso, Alma estaba cambiada de ropa y envuelta en las sábanas.

Dinna me miró algo deprimida.

  • Siempre suele agotarse después de llorar y gritar. Después de discusiones también, pero en las discusiones pierde el apetito – comentó.
  • Es… ¿normal?

Ella negó.

  • Dormirá ahora todo lo que luego no puede.

Asentí y con cuidado dejé la tila en su mesita de noche. Y me fijé en su rostro dormido, seguía llorando. Apretaba las sábanas con furia.

  • Vete, si quieres, podemos cuidarla nosotros.
  • No, Dinna, todavía tengo que estar aquí.




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