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Dumán
Al llegar, Alma, salió despavorida del coche y corrió hacia el fuego y allí, gritó. Gritó cómo nunca había gritado. Gritó de dolor, de sufrimiento, de pánico. Gritó tan fuerte que sentí cómo las lágrimas acudían a mí.
Sollozó y se sentó a su lado entre lágrimas.
Yo, caminé hacia Alma con cuidado y un poco inseguro. El olor a quemado y a neumático se colaba por mi nariz, el polvo comenzaba a manchar conforme te acercabas al lugar de impacto. Al nacimiento del fuego.
Levantó la vista hacia mí y me miró tan rota, tan trasparente, que sentí su dolor cómo mío propio. Sentí que el monstruo que cargaba se sentaba en mis espaldas y me mataba a mí también. Y pude ver la maraña de palabras deshilarse, las pude ver volverte legibles y ordenadas. Pude verla.
Ella se tensó y soltó su cuerpo al ver una ambulancia llegar y a los médicos bajarse para atenderlo.
Retrocedió hasta quedar a mi lado y negó mientras sollozaba.
Ella, me miró aterrada y fijó su vista detrás de mí, frente a un cuerpo de un joven que salía del coche quemado.
Sus ojos, fijos en Alma, eran espeluznantes. Estaba cubierto de sangre y por sus ojos, boca y nariz salía esta alocada.
El pelo estaba revuelto y oscuro, pero la sonrisa que tenía era la viva sonrisa de un villano. De un psicópata siquiera.
Ella, negó mientras retrocedía y vio cómo aquel cuerpo caía del coche en llamas.
Aquella persona sonrió y parpadeó antes de señalar a Alma.
Ella, negó y sollozó mientras iba hacia atrás.
Cayó de bruces y comenzó a gritar cuando vio al cuerpo, inerte ahora, rodar unos metros hacia nosotros.
Yo, preocupado, me arrodillé y la abracé. Reconocí aquel cuerpo, aquella persona.
Él había maltratado a muchos. A mí, manipulado. No quería pensar en lo que le podía haber hecho a Alma.
La alcé en mis brazos y con ella en mis brazos, caminé hacia el coche.
Podría decirse que ahora mismo, tenía entre mis manos a una pequeña niña.
A una niña que confiaba en mí. A una niña que estaba dispuesto a curar.
Nígel me llamó. Yo me acerqué a él con Alma en brazos. Estaba siendo atendido ya.
Le habían puesto un collarín en el cuello y vendado el pie. Su rostro, todavía conservaba las heridas del choque, como un moratón en el pómulo derecho.
Asentí y confundido, me senté en el coche con ella en mi regazo.
No paraba de llorar y de temblar.
Yo, dejé que me rasguñase los hombros del miedo, dejé que me manchase de lágrimas.
Porque lo último que quería era verla rota.
Yo intenté calmarla. Luego, me di cuenta de que estaba cayendo agua de la lluvia sobre ella y la senté en el interior del coche y cerré las puertas.
Ella, se hizo una bola y siguió llorado.
La volví a abrazar y se aferró a mí.
Alma era, ahora mismo, una niña rota. Y tenía miedo de que la rompiesen más.
Gritó, tembló, me rasguñó, sollozó, imploró y lloró todo lo que tenía para llorar.
Yo, sentado con ella en mi regazo. Esperé a que Lous entrase en el coche con Dinna y condujesen de vuelta a aquella casa.
Alma aferrada a mí, no paraba de llorar.
Ahora mismo necesitaba a alguien en quien confiar, en quien sostenerse.
Y yo lo haría sin pensarlo dos veces.
Al llegar a su casa, subí con ella y con Dinna a su habitación y la tumbé en aquella cama matrimonial.
Alma estaba floja, parecía un títere ahora mismo. Y me daba lástima, porque no había rastro de aquella chica borde que conocía.
Salí, después de dejar a Dinna con ella y fui con Lous a prepararle una tila.
Cuando estuvo, regresé y para eso, Alma estaba cambiada de ropa y envuelta en las sábanas.
Dinna me miró algo deprimida.
Ella negó.
Asentí y con cuidado dejé la tila en su mesita de noche. Y me fijé en su rostro dormido, seguía llorando. Apretaba las sábanas con furia.
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Editado: 16.06.2025