Alma
/11/
Alma
Me tensé cuando dijo que lo conocía.
Comencé a temblar solo de recordarlo.
Sentía que Dumán, sus brazos eran unas cadenas, como sus manos. Como él. Sentía que me cogía y me mataba poco a poco. Que le quitaba la libertad a un pobre pájaro.
- Fue amigo mío. Durante el tiempo que estuve en su clase y escuela – habló.
Yo solo quería que me soltara porque me sentía aprisionada, se me estaba olvidando respirar. Respirar, no podía hacerlo, porque sus brazos, en estos momentos, eran cadenas de hierro.
- Alma, tuve que ser su amigo si no quería acabar maltratado.
Aclaró cuando me vio así de alterada. Porque tenía pánico, porque no podía respirar, porque las bocanadas de aire que buscaban, solo encharcaban mis pulmones de agua.
- ¿Qué? – susurré desconcertada.
- No me gusta el maltrato Alma. No me gustaba lo que hacía. Pero yo, no quería acabar mal, así, que me transformaba en otro Dumán, para que entiendas. Era… pues estaba ahí viendo todo y callado. Si quería que hiciese algo, lo hacía mal a propósito para que no me molestase todo el rato. Vi como entraba con una chica agarrada del pelo a los baños. Y vi cómo ella salió sollozando. – tragó y me miró con los ojos apagados.
Nunca había visto sus ojos apagados, nunca lo había tan vacío. Porque parecía, que el Dumán que tenía frente a mí, en estos momentos, era la simple cáscara de un Dumán dolido, de un Dumán que había presenciado algo catastrófico.
- ¿Te hizo algo? – inquirí.
- Algún que otro golpe y estoy agradecido de que solo fuese eso. He visto cómo dejaba sangre en el rostro de los demás, sin importar el sexo. Ciro golpeaba a todo el que se le cruzase. Eso fue lo que me aterraba de él. La niña que salió corriendo en los baños, pocos días después…, la niña me había contado que se sentía sucia anteriormente. Porque yo era una especie de psicólogo para sus víctimas. Pues pocos días después, se suicidó. No pudo dar testimonio.
Yo, me giré y me quedé mirando su vacío y afligido rostro. El dolor y el arrepentimiento se sentaron en sus hombros y podía ver cómo a él le susurraban cosas. Él también tenía algún que otro monstruo.
- Vi cómo pegaba y maltrataba a muchas personas. Todas acababan mudándose, algunas, se suicidaban. Otras, morían entre sus manos. Y yo, solo podía ver. Solo podía observar a veces la sangre, otra, oír los gritos. Tengo miedo del maltrato Alma. Me da miedo lo que el ser humano puede hacer. Me cambié de escuela el año siguiente. Tenía catorce cuando llegué al instituto.
Miré sus ojos y vi a un niño lleno de lágrimas silenciadas. Lo abracé. Lo abracé cómo él había hecho conmigo. Y recordé la vez que llegó al instituto. Recordé cómo se presentó, inseguro. Recordé entonces que no dijo motivos de su cambio, tampoco el por qué del moratón que tenía en el brazo.
- Llora. Aquí nadie te va a maltratar – murmuré – Nadie Dumán.
Y me sentí mal por haberlo tratado de esa manera tan brusca y borde que tenía de tratar a todo el mundo.
Porque yo no era así. Pero mis alas, las que me protegían, habían sido robadas y estaba indefensa.
Quise contarle mi historia, qué había pasado con mi madre.
Qué había pasado con mis padres y con Ronan.
Quise contarle la vez que dejé de reír. La vez que dejé de ver la felicidad.
Pero no sabía quién era. Pero me seguía sintiendo insegura de abrirme.
Así que solo conté una pequeña parte.
- Ciro… yo fui como esa chica que me has contado. La primera pelea que tuvimos fue después de eso – musité con temor, con riesgo.
Dumán me miró con melancolía.
- No me mires así. No tienes por qué sentir lástima. Es algo que… pude a ver esquivado. Porque nadie te obliga a salir con alguien. Pero… no sé, solo sé que un día estaba tirada en una cama extraña, con un extraño al lado, tocándome y besándome y me pregunté: ¿esto es amar? ¿Es esto tener una pareja? Y la respuesta no me gustó nada. Porque una parte de mí. La asustada, decía que sí, porque no sabía nada. Pero la otra, la dolida, decía que no.
- Alma…
- Sentí que el chico que tenía a mi lado era un extraño, un desconocido – reí bajito –. Peleamos porque quise salir corriendo de aquella casa. Porque quise cortar con él. Porque quise decirle a mi padre que me había obligado a tener intimidad con él.
- ¿Qué… qué pasó?
- Volvió a tocarme como castigo. El amor debe de ser recíproco. El amor debe de ser una balanza equilibrada. Nosotros nunca estuvimos equilibrados. Siempre estuvimos descompensados. Yo lo amaba, él me mataba. No… Ronan, mi hermano… no sabe nada.
- ¿Por qué?
- Porque no logré decírselo a tiempo. Si Ronan o mi padre, se hubiesen enterado, Ciro habría muerto mucho antes.
Dumán me abrazó. Sus abrazos eran casa.
- Lo siento.
- No te disculpes. Es algo que… pasó. No sé cómo hablar de esto. Dios, la psicóloga tiene razón – negué y me llevé las manos a la cara.
- ¿En qué?
- Me cuesta comunicarme.
- ¿Por qué?
- Porque temo que me rompan más.
Dumán negó contra mi pelo y dejó su cabeza en mi hombro. Podía notar cómo su mente pensaba, cómo daba vueltas y vueltas, como un remolino incesante.
- Pues yo te entiendo a la perfección.
Sonreí sin que me viese y dejé unas lágrimas escapar. Porque todavía no estábamos en ese punto.
- Dumán – lo llamé.
- Mm – respondió lejano a mí.
- Gracias. Por no abandonarme hoy. Por ayudarme a calmarme. Por no juzgar esta pequeña parte de mí historia.
- ¿Por qué tendría que hacerlo?
La pregunta retumbó entre mis recuerdos, retumbó y derribó algunos muros tapizados, algunos muros que escondía momentos en los que fue juzgada.
- Todo el mundo juzga la historia de los demás sin ver la suya antes.
- Yo no, eso me parece ofensivo y un tanto infantil. No puedes juzgar nada que no ha sido preguntado.