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Alma
Dinna sonrió orgullosa al enterarse de que iba a comer con Dumán.
Yo tenía miedo, un miedo crepitante, un miedo que con forme pasaban los minutos, se ampliaba y abarcaba mi vida.
Lous me dijo que todo saldría bien. Que solo era nueva en esto de hacer amigos.
Y eso me llevó a unos zapatos. A una frase que me susurraba Ciro después de conocerme.
Ciro solía decir que yo era como unos zapatos, como unos zapatos nuevos, recién comprados.
Decía que yo era unos zapatos del mercadillo, probablemente ya estaría usada y moldeada a un pie.
Decía que yo era unos zapatos nuevos, que dolían al principio por la forma del pie, pero que conforme pasaban los días dejaba de doler.
Decía que era un zapato nuevo porque al principio él no podía estar con otras mujeres por tenerme a mí, porque yo todavía no estaba ajustada a él. A su estándar.
Pero conforme pasaban los meses, dejaba de doler. Puesto que ya había empezado a moldearme a su gusto.
Pero al final, decía, que de tanto moldear los zapatos, se habían roto y solo los guardaba por unos decorativos lilas y valiosos, que tenían.
Por eso él usaba otros zapatos mientras me tenía a mí, en una esquina.
Por eso cambiaba de zapatos frecuentemente.
Por eso decía que me cuidaba de otros pies.
Pero en verdad, él, me aislaba de manos reparadoras. Me aislaba de la vida.
Yo creo que esos zapatos se rompieron por la falta de amor y la mal conservación.
No sabré porqué se rompieron, porqué me rompí.
Solo sé que solamente me calzaba para dar pena delante de los demás. Y para usarme como objeto.
Porque al final, él, siempre decía, que tenía unos zapatos que en museos deberían de estar expuestos.
Y el simple hecho de recordarlo, me provocaba mareos.
Pero Lous me aseguraba que todo iría bien. Y yo solo podía confiar ciegamente en él.
Porque Lous nunca se había equivocado. No se equivocó cuando me recogió de la comisaría con lágrimas en mi rostro al decirme que todo pasaría.
Tampoco cuando dijo que Ciro pagaría.
Ni cuando me dijo que todo se resolvería.
Así, que ese día, fui a la escuela, como iba normalmente y me senté en mi asiento.
Dumán se acercó segundos después y yo me tensé. Odiaba esto.
- Buenos días Alma – sonrió.
Lo miré fijamente a los ojos e intenté pensar en algo bueno que decirle. La psicóloga había dicho que tenía que pensar cosas bonitas antes de hablar. Y pensé en la suave melodía del violín. Mis ojos sonrieron.
- Buenos días – contesté seca.
Mi interior me regañó.
- ¿Estás bien? – preguntó con una sonrisa.
- ¿Qué te importa? – respondí borde.
Pude ver una sonrisa algo fingida y me sentí un poco mal.
- Perdón – murmuré –. Sí…, ¿y… tú?
- Yo también estoy bien – sonrió y fijé mi mirada en Cristel, que me miraba amenazante.
- Mira, yo no quiero malos royos entre tú y Cristel, así, que o vas y le dices que pare de mirarme así o me veré en la obligación de ir y decírselo yo, pero no seré amable y menos cortés.
Dumán asintió y se alejó hacia ella. Yo, respiré tranquila y me concentré en mí. En calmar los nervios que sentía, porque yo nunca había ido a casa de nadie.
En mi hora libre, subí a la biblioteca. Dumán me siguió y se quedó en las puertas de esta observándome.
Con un puñado de libros en la mano, caminé hasta él, que me miraba algo apenado y se los dejé.
- En el tercer estante, ¡vamos, no tengo todo el día!
Hice unas palmas y él asintió con una sonrisa.
- Me has raptado – me acusó.
- En tus sueños – espeté mientras me arrodillaba a limpiar un trozo de estantería.
Dumán sonrió frente a mí y se sentó delante de mí.
- ¿Qué? – pregunté alzando una ceja.
- Me gusta que seas mi amiga – respondió sonriente.
Negué y seguí limpiando. Ya se estaba pasando con la amabilidad.
- No te acostumbres imbécil, en cualquier momento puedo echarte.
Dumán asintió y me miró con sus castaños ojos.
- Me cambié de escuela a los catorce, aquí, a este instituto – informó –, no tenía amigos, me cambié porque ya no podía soportar estar a su lado – asentí mientras seguía colocando las cosas –. Silveri me acogió y me presentó a Farid y a Tadeo. Nos hicimos muy amigos los tres. Pero… yo estuve enamorado de una mujer que a ella, no le importaba. Y para intentar olvidarla, conocí a Cristel y tuvimos una relación de un año y dos meses. Ella pedía mucho, yo me había cansado de dar. Me enamoré de ella.
- Amar es una balanza – comenté.
- Exacto, nosotros no estábamos equilibrados nunca. Así, que decidí ponerle fin. Pero ella, se instaló en el grupo como permanente y nadie la puede ni ha podido sacarla. Y todos queremos que nos deje. Pero nos da… pues pena decírselo. Porque según ella, no tiene amigas y…
- Sabes que eso es una mentira muy bien construida, ¿verdad? – intervine mirándolo fijamente y algo seria.
Porque eso me molestaba, siempre me había molestado que la gente se inventase que estaba sola para buscar más amigos. Porque ellos no sabían lo que era en verdad no tener a nadie.
- ¿Qué? – inquirió algo confuso.
- ¿No has visto las fotos? – pregunté alzando una ceja.
- ¿Qué fotos?
Negué y saqué el teléfono de mi pantalón. Busqué su cuenta en una red social y se la mostré. Cristel tenía la cuenta pública, por lo que no hacía falta seguirla para cuchichear.
- Son de ayer – informé.
- Pero si nos dijo que no tenía a nadie.
Guardé el teléfono y me encogí de hombros. Notaba la pesadez del ambiente sobre mí, sobre mis hombros, como una culpa invisible, una culpa por haberle revelado la verdad, por haberle contado qué era ella, que no era más que una máscara bonita y que estaba podrida por dentro.
Miré la estantería, que todavía tenía algunos rallados y suspiré antes de volver a pasar la bayeta para quitarlos.
Intenté cambiar mi atención a ella, pero mi mente seguía pensando en el chico que tenía de espaldas a mí que me miraba algo roto.
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Editado: 21.07.2025