La migración de las aves

Alma

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Alma

Estaba frente a las puertas de una casa que me producía vértigo.

En la distancia podía apreciar la nube de familiaridad que abarcaba esta casa.

Era, una casita familiar. Como me la había imaginado.

Era una casa de dos pisos, ancha, de fachada blanca y tejas negras.

Tenía unas cuatro pequeñas escaleras, para ascender a la pequeña base que daba a una gran puerta de madera negra, rectangular, custodiada por dos pilares de ladrillo que sostenían el balcón saliente de la segunda planta, situado sobre la misma puerta.

Había dos ventanales rectangulares horizontales a ambos lados de la puerta y en la segunda planta, un ventanal grande y otro, que era como una especie de balcón alargado, que ambos, se posicionaban detrás del balcón saliente.

El tejado, negro y empinado, constaba de dos ventanas pequeñas, como buhardillas y una pequeña chimenea negra en el extremo izquierdo.

Podía sentir la herida susurrarme detrás de mi oreja. Podía sentir las manos rascarlas hasta qué un picotazo de dolor cruzó todo y me acordé de respirar y de seguir.

Anduve unos pasos hasta que quedé frente a la puerta. Conté hasta diez y respiré intentando disipar toda la neblina que mis ojos veían.

Sonreí – o hice el intento – y toqué el timbre.

Dumán me recibió con una gigantesca sonrisa.

  • Hola – sonrió abriéndome paso.
  • Hola – saludé intentando sonar amable.

Al entrar, me sentí presa, sentí que unas cadenas se implantaban en mis manos, las sentí cuando me llegó el olor de su colonia.

No me quise quedar mirando la casa, porque me parecía una falta de educación, pero pude apreciar lo familiar que era, las fotos y decorativos familiares.

Una señora de pelo rizado por los hombros, ojos azules y de facciones dulces y gentiles, de complexión media se me acercó , sus ojos, ahora que los miraba fijamente, me daba cuenta de lo brillosos que eran, sin duda, esa señora nunca había pasado por un infierno.

Me recordaban un poco a los ojos de Dumán, en el brillo.

Llevaba un delantal beige sobre un bonito vestido azul.

  • Hola, encantada, soy Flora, su madre – se presentó antes de mirarme con una encantadora sonrisa.

Las lágrimas llegaron a mis ojos y las oculté como siempre había hecho, aparentando que era mi brillo.

  • Soy Alma – sonreí.

Flora me abrazó y sentí que alguien pellizcaba mi corazón. Un pellizco carnal, como el de una madre, como el de una abuela. Solo que el pellizco removió el dolor que ocultaba su nombre.

  • Rosas damascenas – susurré.

Flora se alejó y sonrió encantada. Alegre, tomó mi mano.

  • ¿Sabes cuales son las flores que llevo?

Asentí segura, aunque por dentro no paraba de llorar. Por dentro mi pecho retumbaba como hojas ante un vendaval.

“Mi madre usaba ese perfume” – quise decirle, pero me mordí la lengua.

Ella me miró esperando respuesta, así que me obligué a mentir.

  • Me gustaba ese aroma cuando iba por mi jardín – en parte verdad.
  • ¿Tienes estas rosas plantadas en tu jardín?
  • Tenía, eran un poco difíciles de cuidar…– mentí.

Dejamos de plantarlas cuando mamá se fue. Cuando ocurrió…

Asintió con una sonrisa y dos chicas se presentaron frente a mí.

  • Bimba – sonrió la mayor, que tenía el pelo castaño y los ojos azules como su madre, igual de brillosos.
  • Alma – espeté con una suave voz.

Ella se alejó y llegó la que suponía que sería Soleil.

  • Soleil, hermana menor – dijo dulce.

Sonreí, Soleil era bajita y tenía el pelo castaño y ojos azules, llevaba unas gafas redondas de pasta negras y sus labios eran carnosos.

Soleil era una niña que parecía muy dulce.

Llevaba un peto negro con un jersey de cuello huerto verde agua.

  • Alma – volví a nombrarme.

Después de presentarme frente a ellos, me hicieron pasar a un salón bastante acogedor con un sofá en la pared derecha y frente a él, una mesa redonda. En la puerta, había una esquina en la que reposaba una mecedora.

Tenía un poco de miedo.

  • Mi marido tiene que estar al llegar del trabajo – informó Flora sonriente.

Asentí y miré cómo todas sus miradas se fijaban en mí. Todas de manera cariñosa. Pero para mí, incómoda.

  • ¿Quieres algo de beber Alma? – inquirió Flora.
  • Oh, no, no se preocupe, estoy bien así – respondí con una sonrisa algo tensa.
  • Tutéame, no te va a pasar nada – sonrió.
  • Lo intentaré.

Asintió e igualmente, me trajo un vaso de agua.

Su marido llegó, con él, un rostro alegre y cariñoso. Era alto, de ojos y pelo castaños, de complexión media y podías ver una cariñosa sonrisa en su rostro.

  • Oh, encantado, soy Killian – sonrió y fijó su mirada en mí.

Reconocería esa mirada hasta con los ojos cerrados, fue él. Él…

  • Alma – susurré con una rota sonrisa.
  • Killian es guardia civil, lo habrás visto patrullando a lo mejor. – informó Flora.
  • Aunque no debe de ir – regañó Bimba –, tiene una herida en la rodilla de cuando perseguía a un delincuente por querer acabar con la vida de una mujer en unos túneles.

Me tensé y asentí lo mejor que pude, solo quería salir de aquella casa, lo más rápido que pudiese. Porque me sentía encadenada, encadenada a mi pasado.

Killian me miraba algo afligido y Flora también, podía notar un poco de dolor traspasar sus miradas.

  • Cuéntanos algo de ti Alma – rompió el silencio Bimba.
  • Mi padre es jefe de una empresa y mi hermano es su sucesor…
  • De ti – repitió Flora – queremos conocerte a ti, únicamente a ti.

Asentí algo confundida, esto era demasiado difícil. Nunca había hablado de mí, puesto que yo no era tan importante como mi familia, puesto que yo vivía siempre escondida y era cómodo.

  • Yo… eh… soy la hermana menor de dos hermanos y… eh… solía tocar el violín de niña… yo… mmm…




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