La migración de las aves

Alma

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Alma

Había decidido no asistir a clases después de la mala noche que había pasado, total, nade se iba a dar cuenta de que faltaba yo…

Estaba tumbada en el suelo, abrazada a la sudadera de Ronan mientras intentaba calmarme de la pesadilla.

Faltaba un mes para que regresaran. Estábamos a noviembre ya.

Era cuatro de noviembre, su cumpleaños.

Era un día difícil y estaba sola, porque las personas que me calmaban, no estaban.

Lous apareció sonriente y saltarín de la emoción.

  • Tengo una buena noticia – informó mientras me daba una carta– Vamos, léela.

Obedecí y la abrí con manos temblorosas.

Mi querida piedrecilla preciosa,

Quería decirte, que por unos juicios que hemos tenido y no te hemos dicho nada para no preocuparte, nos rebajan la condena hasta el cuatro de noviembre. Es decir, salimos el cuatro de noviembre mi vida.

Ronan y yo estamos muy emocionados de poder salir.

Saldremos a las once de la mañana.

Te ama,

Papá

Y Ronan (me ha obligado a ponerlo)

Sollocé y una sonrisa tiró de mis comisuras. El pecho se me llenó de una felicidad incalculable y sonreí, sonreí porque por fin vería a mi papá y a mi hermano.

  • Tengo que prepararme para verlos y… ¡¿Dios qué hora es?!
  • Las diez – informó Dinna caminando con una sonrisa para levantarme del suelo –, vamos, tenemos que llegar a tiempo.

Me levanté y corrí con una sonrisa.

Mi familia salía hoy. Hoy volvería a verles.

Me coloqué unos pantalones vaqueros grises, de cadera anchos con un jersey fino azul marino, de cuello redondo.

Dejé mi pelo suelto y mientras me cepillaba el cabello no pude evitar llorar de la alegría.

Me calcé las zapatillas blancas y cogí un bolso pequeño para guardar el móvil y las llaves.

Después, salí de mi habitación y entré en el coche dónde Lous y Dinna me esperaban.

Estuve todo el camino nerviosa, temblando de miedo. Tenía ganas de llorar, de gritar.

Las puertas de la cárcel me recibieron y entré. El guardia me señaló un lugar en el que podía esperarles.

Lous y Dinna no habían querido bajarse del coche. Querían darnos intimidad a nosotros.

Esperé hasta que vi la imponente figura de mi padre, que, con lágrimas en los ojos corría hacia mí con los macutos de su ropa y pertenencias.

  • ¡Alma! – gritó con una gigantesca sonrisa.

Tiró en el suelo los macutos y me alzó en el aire mientras me abrazaba.

  • Mi pequeña hija – repetía mientras besaba mi mejilla una y otra vez.
  • Papá…– sollocé aferrándome a él.

Me embriagué de su aroma, de su colonia fuerte que me encantaba. La volví a sentir en mí.

  • Ya estoy aquí mi vida, todo ha pasado – susurró acunando mi rostro entre sus manos – todo ha pasado…
  • Papá te he echado de menos – sollocé.
  • Maldita sea Alma, yo también – colocó su frente en la mía y sentí sus lágrimas caer sobre mí –. Prometo que no volveré a alejarme de ti, esto no volverá a pasar mi pequeña piedrecilla.

Asentí y lo abracé, porque sentía que todavía nos quedaban muchos abrazos.

Cuando se alejó, oí una ronca y rota voz. Oí cómo se sentía volver a encontrar un tesoro.

  • ¡ALMA! – bramó Ronan mientras corría hacia mí sollozando.
  • ¡Ronan! – grité tapándome la boca.

Mi hermano lanzó sus cosas al suelo y se lanzó sobre mí. No caí, gracias a mi padre que lo impidió.

Ronan enroscó sus brazos alrededor de mi cuello y sollozó mientras me abrazaba.

  • No vuelvas allí nunca más – lo regañé mientras sollozaba.
  • No lo haré, lo prometo Alma, estás aquí…– lloró antes de acunar mi rostro y besar mi mejilla –, te amo con toda mi vida, pequeña.

Negué y me resguardé en su pecho. Ronan me sacaba once centímetros de altura.

Al separarnos, tomé sus manos y caminamos hacia el coche.

Allí, me senté entre ambos e intenté calmarme, porque yo no podía parar de llorar.

Porque por fin estaban en casa, por fin mi familia había vuelto. Por fin podía abrazarles.

Al llegar a casa y dejar que colocasen todo, esperamos y almorzamos.

Yo mantuve silencio hasta que oí a mi padre hablar con una cálida voz.

  • ¿No quieres hablar?
  • Es tu hora de descanso, no quiero que la pierdas… – susurré.
  • Alma, llevo descansando dos años, quiero oírte hablar tanto que te quedes sin cosas que decir y recurras al tiempo. – dijo y sentí algo estrujarse en mí.
  • ¿Qué tal con el instituto? – preguntó Ronan.
  • Bien, ayer estuve en casa de Dumán, terminando el trabajo y… y en la escuela pues… no va mal – sonreí algo forzada – las hermanas de Dumán son muy buenas, la pequeña, Soleil, me dibujó exactamente como soy.

Ellos sonrieron. Yo, noté cómo quería contarles todo lo que había pasado. Desde el inicio. Pero no quería preocuparles. Pero quería decírselo.

  • Y…
  • Puedes decirlo Alma – me cortó Ronan con dulzura mientras apretaba mi mano.
  • Es que es triste.
  • No nos vamos a ir – habló papá con una cálida sonrisa.

Asentí y tragué grueso intentando espantar las lágrimas.

  • Dumán vive… vive cerca del callejón y… y ayer yo… tuve un ataque de esos que me solían dar cuando estaba reciente todo y… y no he podido dormir, porque… hoy es su cumpleaños y… y la madre de Dumán usa el mismo perfume casero que ella.

Mi padre se levantó y vino a abrazarme. Yo, me aferré a sus brazos, aterrada ante el vértigo que provocaba en mí, ante el dolor que se clavaba en el centro de mi pecho.

  • Llora, por favor, Alma, tienes que dejar las lágrimas ir – susurró con cuidado antes de acariciar mi espalda.
  • La sentía apretarme las muñecas y decirme que huyese, papá, estaba ahí – negué.
  • Mi pequeña amatista… – susurró –, todo va a acabar, lo prometo, la encontraré.
  • Hoy es su cumpleaños – sollocé mientras me alejaba y miraba sus ojos –. Hoy me abandonó cómo un perro en mitad de la carretera.




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