Alma
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Alma
Dumán estaba nervioso, papá sonreía a gusto y Ronan también.
- Vamos a dejar las bromas a un lado – dijo papá sensato porque Dumán estaba a algo pálido.
Asentí y vi cómo miraba a Dumán, sabía que iba a empezar el interrogatorio.
- ¿Roudpret? – inquirió – Tu padre es policía, ¿o me equivoco?
- Está en lo cierto, señor.
- Deja las formalidades, me vas a hacer parecer más viejo de lo que soy.
Intentó bromear antes de que le diese un parraque a Dumán.
- Vale – susurró.
- Tengo que volver a ver a tu padre – comentó con una sonrisa.
- ¿Lo conoces? – preguntó curioso.
- Me ayudó a encontrar a mi hija y a salvarla en los túneles, claro que lo conozco – sonrió –, me alegra que estés aquí, por lo menos sé que mi hija estará segura con algún Roudpret.
Sonreí, papá, después del accidente, le había enviado muchas cestas con ropa, accesorios y comida a la familia como muestra de cariño y de gratitud. Quería que ellos tuviesen de todo por haberme encontrado.
- Espera… – intervino Ronan –, ¿tú no estuviste con Alma en el instituto?
- Sí – respondió con una sonrisa.
Ronan sonrió y mi padre hizo lo mismo. Lo habían encontrado. Lo sabía. Sabía que se seguían sintiendo en deuda ambos. Sabía que querían volver a ver a aquella familia.
- Perdí el rastro de tu padre cuando te cambiaste de escuela – informó papá – por eso dejé de enviar cestas.
Dumán me miró con una sonrisa.
- Mi padre nos contó de usted en algún punto de mi vida, dijo que vio a la misma muerte con sus ojos. Pero nunca nos dijo qué fue.
- El viejo Killian y sus historias – comentó con una sonrisa, yo sonreí, ya empezábamos – ¿Qué decía?
- ¿Información para alimentar tu ego? – inquirió Ronan.
- Yo no necesito alimentarlo, sé que tengo un ego alto. Sé que todo el mundo me teme y me respeta.
Y eso era suficiente para él, porque eso sabía que nos respaldaría a toda la familia.
Sonreí y miré a Dumán que sonreía también y tenía una postura relajada y tranquila.
Me gustaba la imagen que proyectaban todos, porque era familiar, tranquila. Nos salía como si estuviésemos años hablando y conociéndonos, aunque en verdad era porque habíamos congeniado muy bien.
- Decía que la muerte trabajó con él, que él, mi padre, le sirvió y le ayudó. Que tuvo la suerte de trabajar con su familia y de salvarlos. Siempre dice que le gusta trabajar contigo. No sé por qué. Pero cuando era niño, siempre solía decirnos que todo tenía recompensa, decía que la suya era vivir mucho tiempo.
- ¿Por qué? – inquirí curiosa.
- Amenacé con matar a todos si no te encontraban – respondió papá con una débil sonrisa –. Tenía que encontrarte. Si no, esta ciudad, se convertiría en una carnicería.
Sonreí algo afligida. Todavía recordaba el dolor de su mirada.
- Todavía recuerdo tu cara al verte después de un mes…– susurró con los ojos un poco cristalizados.
- Le tenemos mucho aprecio a tu familia por salvar a mi hermana – intervino Ronan algo melancólico.
- Siempre vas a tener a los Ñounds a tu disposición, para cualquier cosa Dumán. Por haber salvado a Alma – explicó mi padre con una sonrisa.
- Creo que eso de siempre es demasiado – espetó Dumán algo inseguro.
- Nada es demasiado cuando se trata del trabajo que tu padre hizo. Cuando se trata de mi familia.
Dumán sonrió agradecido y llegó la cena. Estuvimos cenando y cuando terminamos, me levanté con Dumán y lo llevé al jardín que estaba totalmente iluminado. Caminamos y yo me coloqué la chaqueta en silencio.
- Voy a contarte todo – susurré mientras me abrochaba la chaqueta y dejaba a la luz un melancólico rostro –. Voy a hablarte de mi madre.
- No quiero que lo hagas por presión.
- No lo hago, creo que es tiempo de que sepas el por qué de muchas cosas.
Asintió y tomó mi mano. Era un ancla, no sabía si él lo notaba, pero para mí era un ancla, algo que me mantenía y evitaba que me llevase la corriente, los miedos.
- Tenía seis años cuando mi madre me llevó a un departamento con ella, solas. Dijo que íbamos a hacer un viaje de chicas por su cumpleaños, que el día de su cumpleaños ganaría mucho dinero – miré las estrellas –, yo pensaba que me iba de viaje de verdad. Ella por primera vez en mi vida me estaba prestando atención y cariño. Mi madre nunca me escuchaba Dumán, esto era nuevo y yo estaba muy emocionada.
Llegamos a un lugar un poco más oscuro y me senté con él en el césped. Dejada caer en su hombro suspiré algo abatida.
- Hicimos las maletas una noche de madrugada… Mi madre me había comprado una maleta de unos dibujos que me encantaban, decía que merecía esa maleta porque tenía que estar a la altura de aquel maravilloso viaje que íbamos a hacer. Era la primera vez que me compraba algo – sonreí mientras dejaba las lágrimas caer –. Estuvo toda la noche guardando ropa en la maleta para luego, sacarme por la parte de atrás, decía que era una misión secreta, que las cosas, cuando nadie sabía cómo terminarían, eran mejor, por eso no le había dicho a mi padre que me llevaba con ella. Por eso desaparecí sin dejar rastro.
Suspiré y miré mis manos que temblaban por los recuerdos que revivía una y otra vez.
- Me llevó al departamento y estuve con ella un mes allí, yo le preguntaba cuándo nos íbamos a ir de vacaciones, pero ella no se despegaba de unos informes que tenía en las manos y solo me respondía que estaba preparando los últimos detalles. Durante ese mes, procuró que yo no forzase la vista y que no tuviese los ojos cansados. Pues ella quería que mis ojos estuviesen perfectos. Un día lluvioso, un día que llovía torrencialmente y había truenos y relámpagos, la policía llamó a la puerta, mi madre estaba con los informes en mano y cuando vio que era la policía, salió por la puerta de emergencia conmigo de la mano. Ese día era su cumpleaños…– murmuré con temor.