La migración de las aves

Alma

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Alma

(Hace once años)

Mamá me había comprado una maleta de mis dibujos favoritos, se había sentado a pintar conmigo, cómo yo me imaginaba las vacaciones.

Había dibujado una playa llena de caracolas, mamá me aseguraba con una sonrisa que estaría repleta de ellas.

Yo me sentía amada.

Mamá me estaba prestando atención y yo me sentía bien por ello.

Se había interesado por mi dibujo y me preguntaba cosas al respecto.

Mamá nunca hacía eso y eso nuevo, me encantaba.

Amaba a mi mamá.

Íbamos a tener unas vacaciones de >mujeres< cómo ella decía.

Yo me sentía bien.

***

Estaba sentada en la mesa frente a mamá, ella, miraba lo informes mientras yo dibujaba moviendo mis pies en el aire, en la alta silla de la isla de la cocina.

  • Alma estás muy callada – rompió el cálido silencio mi madre.
  • No, estoy cantando – respondí risueña.
  • No te oigo cantar Almi. – espetó con una sonrisa.
  • Es que canto bajito, para que la niña de mi dibujo escuche la canción.
  • ¿No quieres que la escuche? – inquirió alzando una ceja y mirándome por encima de los informes.
  • Noooo – corrí en decir –, es solo que estás concentrada leyendo y no quiero desconcentrarte.
  • Venga, háblame, te escucho – prometió.

Sonreí, mi sonrisa era tan grande que ocupaba todo mi rostro, mis pies se movían frenéticos en el aire, colgando de la silla, mis ojos lilas, se achicaron tanto que solo quedaron dos pequeñas sonrisas de al revés.

  • ¿Puedo contarte cómo me imagino las vacaciones?
  • Claro – respondió con una cálida sonrisa.

Sonreí eufórica y dejé el lápiz negro sobre la mesa.

  • Pues me imagino muchas caracolas y conchas, y arena, mucha arena mamá. Haré un castillo tan grande como esta silla – decía emocionada mientras abría mucho los ojos para hacerla creer.
  • Te ayudaré en tu castillo.

Sonreí y comencé a reír encantada.

  • Habrá pececitos en el agua, de esos pequeños que nadan entre las piernas y hacen cosquillas.

Mi madre rió mientras sonreía.

  • Y tú tomarás el sol y yo te haré una cola de sirena con la arena.
  • Me parece bien.

Sonreí y terminé mi dibujo.

  • Mira mamá, somos nosotras en la playa.

Mi madre sonrió y miró el dibujo.

  • Es hermoso Almi, me encanta. Voy a la cocina a preparar la cena.

El dibujo se fue con ella. Yo, me concentré en hacer otro y cuando estaba a la mitad, oí el romper de una hoja, después, la trituradora y para finalizar, el sonido de la tapa de basura.

No quise pensar en mi dibujo. No quise pensar en que no le había gustado.

Solo, seguí dibujando.

Porque a esa edad, dibujar me sacaba de mis problemas.

***

Llamaron a la puerta cuando ya habíamos cenado. Mamá revisaba los papeles otra vez.

  • Voy – decía mientras se levantaba con ellos en mano.

Caminó hacia la puerta y yo, que movía mis pies en el aire, sentada en esa silla grande, con mi pijama recién comprado por mi mamá, paré de hacer lo que hacía para mirarla.

Mi mamá era guapa. Esa era su virtud. Su única virtud. A veces pensaba que solo por eso estaba casada con mi papá. Porque no sabía nada más de ella aparte de su belleza.

Oí como soltaba una mala palabra.

  • Mamá, no se dicen groserías – la regañé –. Está feo decirlas.
  • Eh, sí, es verdad, pero ahora tenemos que huir Almi, escúchame hija.

Corrío y me tomó por los hombros mientras se colgaba el bolso.

  • Las vacaciones eran mentira, tu padre, tu padre quiere matarte Alma, quiere quitarte los ojos y la policía está de su lado, tenemos que huir de ellos o te matarán hija y yo no quiero perderte.

Vi la angustia en sus ojos y me aterré, mamá decía la verdad. No podía llorar, solo… temblar, mi cuerpo se congeló.

  • Mamá, no quiero morir – susurré.
  • No lo harás – aseguró –, lo juro.

Asentí y me bajé de mi silla y justo cuando íbamos a salir, entró la policía. Mamá había saltado por la ventada del piso y yo salté detrás.

  • ¡Señora deje a la niña! – gritó el oficial.
  • ¡Corre Alma! – bramó mi madre.

Corría y corría con todas mis fuerzas, pero mis pasos eran más cortos y débiles. Mamá me cogió de las muñecas con fuerza.

  • Mamá, me haces daño – me quejé.
  • Corre Alma, van a matarte cómo te encuentren.

Pero yo solo podía correr y correr. Estaba cansada.

Sentía las luces de la policía detrás de mí. Mi mamá era muy rápida corriendo, estaba en atletismo.

  • Mamá – casi susurré con súplica –. No puedo más.
  • Vas a correr o te van a matar, van a quitar tus ojos y los van a exponer en museos Alma. Porque van a ganar mucho dinero.

Aterrada miré hacia atrás y las luces me deslumbraron.

Las lágrimas se iban hacia atrás por la fuerza del viento, la lluvia calaba mi fino pijama y mis pies descalzos comenzaban a arder por el empedrado y la basura del suelo.

Mamá no se daba cuenta de que yo me estaba quedando atrás.

  • ¡Alma corre! ¡Te van a separar de mí! ¡No mires hacia atrás! ¡Corre!

La respiración me estaba comenzando a faltar, mamá no pensaba en mí, en que yo me estaba ahogando con el aire.

  • Vienen a por ti, tienes que correr Alma, no te dejarán ir cómo te atrapen

No podía gritar, tampoco correr más, no tenía fuerzas.

  • Ve más rápido, Alma, te quieren separar de mí, corre, seremos libres.
  • Mamá, me ahogo – sollocé.
  • Corre Almi, corre.

Mamá me metió en un callejón, habíamos logrado distraerlos.

Me tiró al suelo en la pared. La suciedad era la reina de aquel lugar, los gatos, todos negros por la lugubreza del lugar, me miraban con sus saltones ojos. La basura se apilaba a mi lado y una bolsa que mamá acababa de sacar de su bolso me miraba.




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