Alma
/18/
Alma
Era lunes, Dumán estaba demasiado cariñoso cosa que me producía ganas de vomitar.
El día era soleado cuando salí de casa.
En el instituto, esperé a que llegase mi hora para subir las escaleras y dirigirme a la biblioteca.
La directora leía en una esquina uno de los libros.
Intenté no hacer ruido, pero ella me miró.
- Disculpe – contesté franca.
- Alma, ¿tú sabes dónde vive?
- ¿Quién?
- Él…– respondió señalando el libro escrito por el señor mayor.
- Enfrente de usted. Se mudó hace poco.
Asintió con una sonrisa y cogió el libro que apresaba en su pecho.
- Directora, ¿sabe que él la sigue esperando?
- Mejor de lo que creo.
Sonreí y ella me indicó que me sentase con un sutil gesto de manos.
- ¿Te contó la historia? – asentí – Te falta mi perspectiva.
- La escucharé.
La directora acarició el libro y sonrió.
- Conocí a Ulises cuando tenía dieciocho años – informó con una melancólica sonrisa – Era perfecto, bajo mis ojos lo era. Nos conocimos una tarde de otoño, él salía de paseo con sus amigos y yo, leía en un parque mi libro favorito. Recuerdo que se acercó con una rosa pequeña que acababa de arrancar y tenía las heridas de esa en sus manos temblorosas – rió bajito –. Ulises era un romanticón. Sus amigos nos dejaron solos y él me entregó la flor.
La directora, se quitó el colgante y lo abrió para enseñarme la rosa disecada en el, tapando el reverso de la puertecita que hacía que se abriese.
- La guardo desde entonces – comentó –. Nos dimos nuestras direcciones y… le dije a mi madre que estaba enamorada.
- ¿Se enamoró un una tarde?
- Me enamoré cuando lo vi dudar si darme esa rosa o no. Cuando lo vi acercarse y recitarme el poemario del libro que tenía entre mis manos. Que él, había leído en secreto. Me enamoré esa misma tarde de él – sonrió y me miró –. Mi madre no aprobó la relación y mi padre tampoco. Pero ambos nos amábamos, así, que salimos en secreto – rió y pasó su arrugada mano por el libro –. Sabía que él no sería aceptado por mi familia, sabía que él se fijaba en cómo leía. A veces, íbamos a ese parque, yo con un libro en mano y él simplemente se sentaba a mi lado y se fijaba en mí, otras, se atrevía a preguntarme quién era.
Sonreí y la miré con una cálida sonrisa.
- Estuvimos dos años de pareja, cuando mi padre se enteró. Quiso mandarme a la otra punta del mundo. Le dije a Ulises que mis padres no aprobaban lo nuestro y que lo mejor sería dejarlo hasta que pudiésemos decidir por nosotros mismos. Eso hicimos – negó y abrió el libro por un capítulo.
Capítulo treinta.
El adiós.
Corría viento cuando plantamos las semillas en el monte al lado del puente Yours. Virginia me había mirado con lágrimas en los ojos mientras se repetía que era lo mejor.
Los dos sabíamos que era mentira.
Pero yo no podía obligarla a nada.
Ella había decidido dejarme, yo solo podía aceptarlo.
Porque si no, su padre me asesinaría.
Levanté la vista y la miré con una triste sonrisa.
- Después de plantar la semilla, me alejé de él y corrí hacia mi casa. Cada día, me repetía que era lo mejor. Cada día lo veía esperarme en el parque, en nuestro sitio. Y… hubo un día, que no fue. Pensé que se habría cansado de esperar – bufó – Mi padre, habló con su familia y lo mandó al extranjero. Yo, dolida, cogí el primer tren e intenté buscarlo. Pero mi padre me atrapó justo antes de entrar al segundo tren en dirección al extranjero y me llevó a casa.
- ¿Fuiste a por él?
- Siempre iré a por él. Negué casarme, porque yo, siempre lo amaré. A él – liberó la imagen que ocultaba y pude verla de joven, besando a Ulises –. Cuando regresó, mis padres habían fallecido y yo, estaba a cargo de este centro. Yo no me casé, no podía liderar enamorada. Eso creía.
Sonrió y pasó unas hojas.
Capítulo cincuenta.
El regreso.
El sol se asomaba por las montañas cuando llegué a la ciudad y corrí en busca de Virginia.
El coche con cajas repletas de libros me seguía mientras yo, buscaba su vivienda.
Había regresado a buscarla, después de conseguir todos los libros del mundo.
Ella amaba leer.
Y yo amaba verla hacerlo.
Mis ojos se habían aguado.
- Ulises entró por las puertas del centro y gritó mi nombre. Cuando salí y lo vi, supe que ni los años, ni los siglos, me harían olvidarlo o dejarlo de amar. Hablamos y se confesó… yo tenía miedo, por eso le rechacé, tenía miedo de haber cambiado para él. De no ser la misma. Así que le negué, él quiso tirar los libros pero le ofrecí esta sala y él, con cariño, creó la biblioteca. Cuando se marchaba, subía a leer todos los libros, en cada libro había una carta y una flor disecada para mí. Las he ido guardando poco a poco – sonrió –. Nunca quise que se enterase de que lo amaba, de que seguía haciéndolo. Por eso nunca doblé las hojas.
Miré el libro y me fijé en las hojas dobladas.
- Ahora…
- Ahora quiero ser valiente. Quiero que sepa que siempre lo amaré. Ulises, cuando vandalizaron la biblioteca, lo primero que dijo fue… “No toquéis los libros, no toquéis los libros de mi señora, romped lo demás…” – dejó una lágrima escapar –. Nunca pasé de la puerta cuando estaba él porque sabía que si lo hacía, lo más probable era que correría a sus brazos y le besaría. Pero tenía miedo de no ser la misma. Yo… quiero, aunque sea tarde, decirle todo a Ulises.
- Todavía tiene tiempo directora.
- Dígame Virginia, Alma, llámame por mi nombre, tú ya no eres una simple estudiante.