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Alma
Había quedado con Dumán para preparar y buscar el regalo de Toby.
Había descubierto que se llamaba Tobías, pero le decían Toby, que, personalmente, asociaba aquel nombre al de un perro.
Tenía nuestra edad y estaba en la clase contraria.
Dumán lo conocía porque compartieron clase y se llevaba bien con él en algún punto de su vida.
Me estaba preparando, cuando Ronan llegó con Sidney, que ya había vuelto a aceptar a Dumán, después de hablarlo y pensarlo durante horas.
Ellos habían tenido su conversación y ahora, se recuperaba la fe de que se casarían y tendrían tres hijos monísimos y toda la parafernalia demás que, ahora, aumentaba con diferentes hipótesis.
Asentí, llevaba un jersey de flores lilas y unos pantalones vaqueros anchos de pierna, beige.
Mis súper calcetines de dibujitos, de pelo, abrigaban mi pie y la bota que había elegido me hacía crecer dos centímetros.
Pero no sabía qué hacerme en el pelo.
Sidney sugirió una coleta alta, pero negué rotundamente.
Ronan, me hizo una coleta alta con ondas, y despeinándolo un poco, para darle, como decía él, el toque.
Sonreí encantada. Mientras, nerviosa, miraba la hora una y otra vez.
Negó y me abrazó. Ronan me apresó bajo sus brazos y sonreí mientras veía a Sidney hacer palmas orgullosa.
Reí y me alejé de ellos después de coger el bolso versátil de lino, verde.
Salí de casa y allí, un Dumán con gafas me esperaba.
Lo miré un largo rato. Comencé a sentir algo correr una maratón, estaba en mi pecho, era mi corazón, ¿acaso esto ocurría siempre que lo veía?
La respuesta era clara, sí.
Un sí que me esforzaba por ocultar.
Las gafas, de pastas negras y algo casi cuadradas, descansaban sobre el puente de su nariz. Dándole una vista adulta.
“Estás monísimo Dumán” – quería decirle.
Porque la verdad que aquellas gafas le quedaban muy bien, quería verlo siempre así. Y era algo patético decirlo en voz alta, pero era la verdad.
Sonreí inocente y él negó mientras sonreía.
Él negó y se quitó la chaqueta, la dejó en mis hombros y señaló la calle.
El calor se apoderó de mi cuerpo, lo asocié al calor del abrigo, aunque en verdad era el calor de la marca de su mano sobre mí.
Negué. Adoraba que tuviese tantos cuidados hacia mí.
No dejé que contestase. Entré y cogí mi abrigo antes de salir y mirarlo a los ojos.
Asintió y tomó mi mano.
Últimamente su calor corporal se quedaba impregnado en mi piel. Últimamente solo podía pensar en su cálida piel. En que mis manos, dejaban de sentirse solitarias y huérfanas.
Pero él no contestó, solo me llevó de la mano hacia la calle de las tiendas, allí, miles de tiendas de diversas cosas se erguían sobre nosotros.
Nos metimos en una tienda de cerámica con olor a lavanda. La dependienta no nos quitaba el ojo y eso me incomodaba.
Asentí. Y me separé de él para buscar entre todas las tazas. Temía de tropezarme y romper alguna. Odiaba aquellas tiendas.
Me giré y lo miré con los ojos abiertos y confundida.
Dumán asintió y sonrió antes husmear entre todas las tazas.
Estuvimos un rato debatiendo hasta que vimos un paquete de tazas motivadoras.
Al final acabé con una caja de tazas motivacionales bajo el brazo. Y con un Dumán sonriente a mi lado.
Accedí y caminamos hasta llegar a su casa, allí, Soleil me sonrió.
Killian me observó durante un determinado tiempo. Sus ojos marrones, fijos en mí me intimidaron durante un segundo.
A veces me aterraba todo lo que ese señor sabía de mí. Otras, dejaba que fluyese todo.
Killian era un hombre respetable bajo mis ojos. Bajo mi persona, siempre sería respetado y visto como un superhéroe.
Porque Dumán tenía la suerte de que uno de los mejores hombres de la tierra, fuese su padre. Porque tenían a un superhéroe y ellos parecían no saberlo. Porque seguían tratándolo como cual ciudadano promedio.
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Editado: 21.07.2025