La migración de las aves

Alma

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Alma

Hoy era el cumpleaños de Tobías.

No sabía que ponerme, no sabía qué debía de llevar.

Nunca había ido a una fiesta.

Nunca había sido libre de cadenas en una fiesta.

Y me aterraba saber que era libre. Saber que podía ponerme lo que quisiese.

Me aterraba pensar que caminaría por la oscuridad de la noche.

Pero respiré, respiré al notar una mirada clavada en mi espalda.

Ronan.

  • ¿Ocurre algo Alma? – inquirió con sutileza antes de acercarse tras de mí.
  • No sé que ponerme. No… no sé si debo de ir arreglada o no, no sé si…
  • Pongas lo que te pongas, vas a estar hermosa igual – sonrió y se alejó para meter su nariz en mi armario –. Ponte…

Vi como descartaba ropa y negaba antes de sacar unos pantalones vaqueros grises campana y un jersey de punto trenzado color granate de cuello vuelto. Luego, sacó unos botines con un poco de tacón, negros y sonrió antes de mostrarme su outfit y mirarme orgulloso.

  • ¿Qué opinas? – cuestionó sonriente.
  • Perfecto. Gracias, Nano.

Sonreímos y me cambié de ropa, peiné mi cabello, dejándolo caer por mis hombros y sonreí, pegué tiritas en mis orejas para que no me las dañase durante la noche y coloqué una pizca de perfume en mi cuello y muñecas.

Ronan sonrió orgulloso cuando me vió.

  • Hermosa, lo he dicho. Espera que papá te vea – sonrió antes de salir de mi habitación – ¡Papá, ven a ver a Alma!
  • ¡Voy! – gritó este mientras se escuchaban sus zapatos golpear el suelo, ligeros.

Cuando entró en mi habitación, sonrió. Se dejó caer en el marco de la puerta orgulloso.

  • Llevabas años sin ponerte esos pantalones – susurró –. Te los regalé en tu quinceavo cumpleaños…– murmuró con nostalgia.

Sus ojos me miraron orgullosos y con alegría, podía ver destellos de brillo en ellos. Podía ver el orgullo que no se molestaba su cuerpo en ocultar.

Porque yo estaba mejorando, lo notaba, lo notaba en que la ropa ya no se me quedaba tan holgada como antes, ahora, me quedaba más rellena, en que tenía pantalones que me apretaban más que la vez anterior y eso me gustaba. Porque estaba comiendo más.

Porque estaba aprendiendo a respetarme y a esucharme.

  • Estoy muy feliz y orgulloso de cada paso Amatista. De cada pequeño paso que das, mi vida – confesó franco antes de abrazarme –. Estás hermosa hija.
  • Gracias papá.

Al salir de casa, con la autoestima bien alta por mi familia, Dumán me sonreía.

Vi algo pasar por sus ojos, pero fue tan rápido que no pude apreciarlo bien.

Era un brillo. Pero un brillo diferente al que solía mostrar siempre. Era… raro, no era un brillo inocente, tampoco adulto, menos, nostálgico, era… no sabía cómo catalogar aquella mirada, puesto que nadie me había mirado así nunca. No sabía cómo responderla o como aceptarla, lo único que sabía, era que Dumán, me la volvió a mostrar.

Volvió a mostrarme aquel brillo de sus ojos, tan fugaz, tan…. No podía catalogarlo sin sonreír.

Porque aquel brillo era “tan Dumán” que creo que ese debería de ser su nombre.

Porque la mirada que me había echado era tan Dumán, que no podía catalogarla, porque nadie más que él me había mirado así y yo, por mucho que quisiese, no podía catalogarlo a él, porque no sabía que adjetivos usar, no sabía cuales le venían mejor, porque todos eran de él.

Supongo, que al final, todos los adjetivos y miradas eran “tan Dumán”.

  • ¿Qué? – cuestioné un tanto seria – ¿Tengo algo en la ropa?
  • Oh sí, monos escalándola – se carcajeó antes de volverme a lanzar aquella mirada “tan Dumán”.
  • Muy gra…
  • Estás hermosa Almi. Completamente hermosa. – contestó franco mirándome de aquella forma tan suya e indescifrable.

Lo miré con cariño, con am… con aprecio, con mucho aprecio.

  • Se nos va a hacer tarde, imbécil.

Se carcajeó y caminamos hacia casa de Tobías.

Yo llevaba mi regalo de tacitas y Dumán el suyo, que apostaba lo que fuese a que eran tacitas también.

En el camino, nuestras manos se rozaban apropósito y de vez en cuando, nuestras miradas se cruzaban y no sabíamos a dónde mirar.

  • Los demás nos esperan allí – informó antes de tomar mi mano sin vergüenzas.
  • Quita la puta mano – me quejé.

Él me ignoró y lo agradecí. Lo agradecí, porque su mano me brindaba seguridad por aquella calle oscura.

Caminé entre la oscuridad sintiendo que a mi lado, tomado de mi mano, tenía un faro de luz iluminándome, alumbrándome el camino y eso me animaba a seguir, porque Dumán sabía, sin duda, como hacerme sentir segura.

Al llegar, un chaval con chaqueta estaba en la entrada y Dumán sonrió.

  • Es Toby – informó antes de caminar conmigo hacia la puerta.

Me paré frente a un chaval alto, de pelo y ojos negros, pero de tez pálida. Este, nos sonreía mientras cogía un sello.

  • Feliz cumpleaños Toby – felicitó Dumán mientras enseñaba nuestras entradas.
  • Gracias.
  • Felicidades – espeté intentando sonreír y le di su regalo.
  • ¡Gracias...! Ehh
  • Alma, me llamo Alma.
  • ¡Gracias Alma! – sonrió y rompió el paquete.

Vi sus ojos iluminarse cuando sacó la colección de tazas.

  • Muchísimas gracias de verdad. Son…– vi como se mordía los labios e intentaba no saltar de la emoción –, me encanta – respondió sincero.
  • De nada.

Dumán y Tobías siguieron hablando y después pasamos.

La casa era grande, pero parecía pequeña por toda la gente que bailaba una pegada a la otra. Las luces cambiaban al segundo provocando aturdimiento que solo algunos ebrios controlaban.

  • Ven, por aquí están los demás – gritó en mi oreja con una sonrisa.

De la mano, nos conseguimos mover entre el bullicio, la gente iba gritando con vasos de cerveza sin preocuparse por si manchaba a los demás.

  • ¡Hola! – gritó Dumán cuando nos alejamos de todo el ruido en una esquina.




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