La migración de las aves

Dumán

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Dumán

No había sido la manera más romántica de decirle a Alma que la amaba, pero el amor no entendía de maneras. Lo comprobé cuando al dejarla en su casa, su padre, amistosamente, como su hija era, me invitó a entrar a su casa. Porque él me vio besarla en las puertas antes de despedirme y ahora, me tocaba pagar con la condena de la tortura que iba a imponerme.

  • Pasa Dumán – ordenó con un tono falso de educación.

Tragué y asentí. Alma caminaba de mi mano y me miraba con lástima. Con lástima porque mi rostro era la viva imagen del terror, de los momentos previos a una muerte.

“Ya está, me matan y ni casarme con ella he podido aún” – pensé.

El sudor se empezó a agolpar en mi frente.

  • ¿Qué me van a hacer? – pregunté mirándola nervioso.
  • No te van a matar – contestó antes de acariciar mi mejilla –. Mi padre quiere que me pidas la mano, es algo… anticuado para estas cosas.
  • ¿Qué, qué?
  • Tú solo responde con sinceridad – golpeó mi pecho suavemente y dejó un beso en mi mejilla antes de entrar a su casa y dejarme a solas con su padre en la entrada.

Román me miraba como si fuese el hombre que nunca quería ver en las puertas de su casa.

No sabía qué hacer, no sabía si debía de andar o marcharme corriendo. Nunca había estado en una situación como aquella.

Román señaló el interior de la vivienda con la cabeza.

  • Entra – dijo con una voz tan seria que pensé que me regañaba.

Con la cabeza alta, entré y esperé a que Román pasase y me señalase una silla.

  • Siéntate.

Obedecí, porque sabía que si no lo hacía, probablemente mi cuerpo acabaría en el maletero de algún coche.

Me sentía mandado, como un niño pequeño.

  • Dumán Roudpret Zokimos – dijo Román en un tono tan formal y poco fiable, que me sentí amenazado, regañado y mala persona.

No contesté, solo, me concentré en mirar las líneas de mis manos, nervioso.

El ambiente era pesado, como si hubiese hierro tapando el aire ligero, como si algo se apontocase en el aire hasta que costase respirar.

  • Mírame cuando te hablo Dumán.

Alcé la vista y vi sus ojos más serios que nunca. Lo hice porque si no era capaz de asesinarme a tiros allí, ¿sería verdad que podía quitarle vida a corazones a base de golpes? En aquellos momentos no lo dudaba, pero no quería comprobarlo.

Estaba mejor vivo y saltarín.

  • ¿Quién es Alma?
  • Un conjunto de células.

Él negó y me señaló.

  • Para ti.
  • El amor de mi vida – solté sin pensar.

No me arrepentí, pero sentí miedo al ver a su padre escudriñarme con la mirada. Sentí que aquellos ojos eran capaces de pasar por mi cuerpo, de entrar en mi corazón y leerlo como cual libro se tratase este.

Una pizca de aprobación surcó por sus ojos como una rápida ráfaga de viento.

Román, se sentó en una silla a mi lado y se quedó en silencio un rato, mirándome, como si no supiese qué hacer conmigo.

  • ¿Qué quieres de Alma, Roudpret? – inquirió mirándome fijamente – ¿Qué ves en ella? ¿Qué te hace amarla? ¿La amas, Dumán?
  • No puedo responder a todas así seguido. ¿Puedo hacerlo de una en una? – inquirí tan nervioso que causó gracia en Román.

Una sonrisa apareció en su rostro y las arrugas que se formaban en sus ojos se hicieron visibles, tanto, que parecía más mayor, pero no mayor de persona fuerte y poderosa y respetable, si no, mayor de un hombre que solo quería a su familia a salvo y viviendo feliz. De un hombre que solo quería que hubiese paz en lo que quedaba de su vida. De un hombre, que solo quería ver a su familia siendo amada, tanto como él lo hacía.

  • ¿Qué quieres de Alma, Dumán? – preguntó en un tono algo más suave.
  • Todo. Que sea mi compañera de vida, la mujer que lleve a mis hijos, la que me ayude a criarlos, quiero que sea ella la mujer que vea al llegar a casa, la que vea antes de cerrar los ojos por las noches y después de abrirlos al despertar. Quiero que ella sea la que camine hacia mí al altar. Que ella sea la que vea las canas en mi pelo crecer, que sea la que me vea apagarme poco a poco. Quiero todo de ella y todo es poco, para lo mucho que siento con ella.

La respuesta, era un huracán en su vista, podía ver la felicidad y el orgullo, pero también había un dolor, un dolor muy pequeño que no podía pasar desapercibido, que estaba ahí.

  • ¿Qué te hace amarla? – preguntó recostándose en la silla en un tono despreocupado y algo entrañable.
  • Su mala leche – sonreí –, sin duda es eso, y su sarcasmo, adoro verla así. – vi a Román sonreír y carcajearse por lo bajo mientras me miraba con algo parecido a la curiosidad y a la aprobación – Pero más allá de esa fachada, no lo sé, porque amo todo de ella. Desde cuando llora hasta cuando se pone tan enfadada que solo quiere estar sola. Porque todas esas pequeñas cosas, la forman, forman al amor de mi vida.

Una frágil y disimulada sonrisa apareció en su rostro, podía ver una especie de dolor abrirse paso entre este y comerse la felicidad como una bacteria.

El ambiente había girado y se notaba más ligero aunque conservaba su pesadez, se podía apreciar una nostalgia y calma al mismo tiempo y amor, desbordaba de amor.

Román, con una pequeña lágrima rodando por su rostro – casi invisible, como si ella pasase de puntillas, como si no quisiese ser vista, aunque dejase una estela tras ella –, habló con la voz rota y con dolor, con mucho dolor.

  • ¿Amas a mi hija?
  • Más que a nada señor, más que a mi propia familia, más que a mí.

Y eso bastó para que pudiese ver el dolor en su rostro.

  • Dumán. – me llamó con un tono cariñoso, aunque en su rostro, otra lágrima peleaba por salir de su otro ojo – Nunca pensé que llegaría el día que alguien amase a Alma.




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