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Alma
Ronan sonrió mientras aparecía con una caja grande de rotuladores.
Las gotas competían por ver quién llegaba la primera al suelo. Se resbalaban por la ventana tristes, pesadas, como si tuviesen algo invisible que impedía su movimiento ágil.
Las cortinas estaban descorridas dejando a la lluvia de personaje principal.
La habitación estaba a oscuras, no había salido de ella desde que había despertado por la mañana y eso, en casa, había activado alarmas de preocupación.
Podía ver la lluvia, pero no oírla, aunque en mi mente, su sonido se repetía constantemente.
Ese día, tenía las palabras en la punta de la lengua, pero no sabía pronunciarlas, no emitían voz. Y eso era un problema. Porque pensaba que el miedo se las había tragado.
El miedo, vivía en mi garganta, bueno, en todo mi cuerpo para ser exactos, se movía por donde quería y cuando quería, solo él podía hacer eso. Porque era superior a cual otra simple emoción.
Hoy se había escondido en mi garganta, porque tenía hambre, hambre de palabras, de cosas que decir… y se las comió todas, porque cuando abría la boca para decirlas, encontré las migajas. Migajas de todo lo que sentía. Porque el miedo se había vuelto a esconder en algún lugar de mi pecho y no podía sacarlo.
Había estado todo el día callada, no había podido hablar de lo que había sucedido aquella noche anterior. Porque tenía miedo de lo que estaba empezando a pensar y a sentir.
Ronan se sentó a mi lado y se quitó la camiseta antes de tumbarse y girar la cabeza para mirarme.
Cuando era niña y Ronan se había tatuado por primera vez, para poder llevar mejor la tristeza, pintaba sus tatuajes y hablaba tranquilamente de lo que me pasaba, era una manera de hablar de mí.
Lo miré con lástima y él, cogió el primer rotulador y lo dejó en mis manos.
Sonreí y me senté de manera que se me hiciese cómodo pintar su pecho.
Ronan tenía un tigre con mi ojos casi al lado del corazón, en el corazón tenía un espacio, decía que lo llenaría con algo característico. Pero no suyo. De mí, solo, tenía que descubrir que era.
Sonreí y con el morado, pinté aquellos ojos. Aquellos ojos que había pintado millones de veces, aquellos ojos que fueron lo primero que se tatuó, el tigre de ojos morados, le llamaba aunque no estuviesen pintados.
Poco a poco, fui contándole todo y su pecho, comenzó a tener color.
De vez en cuando, respondía a mis preguntas y me daba respuestas, otras, se limitaba al silencio.
Había dejado de pintar, su brazo se tensó y lo miré a los ojos. Con dolor, porque no me gustaba pensar en eso.
Negué y miré los ojos de Ronan buscando alguna respuesta, pero solo vi pena.
“Eres una buena persona”
“Eres una buena persona”
“Eres una buena persona”
…
Yo sentí todas las lágrimas salir de mi rostro.
Le hablé sobre Cintia, sobre el encuentro y cómo la veía, sobre Flora y cómo me dijo que era una buena persona. Sobre la cena y sobre todo lo que había descubierto.
Ronan me escuchó mientras yo pintaba sus tatuajes.
Le conté sobre mi madre, sobre el miedo que me daba, sobre que la sentía más presente que nunca.
Le conté que tenía rabia, rabia de lo que había hecho, de cómo lo había hecho, rabia, mucha rabia.
Una vez, alguien me dijo que la rabia, su origen, es de una tristeza incomprendida.
Porque la rabia, proviene del dolor y para mi desgracia, yo estaba llena de dolor.
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Editado: 14.07.2025