Hace once años
Cintia
Coloqué el cartel de cerrado y cerré la puerta, sin pestillo. Sonreí al mirar mis flores y comencé a colocarlas de manera que se quedasen bien cuando me marchase.
Ni muy secas, ni muy aguadas. Las flores, tenían que mimarse, llenarse de cariño y de amor, ese era el secreto para que durasen, darle lo que necesitaban en su pequeña medida.
Oí la puerta abrirse y no me giré, porque sabía que la señora Mirla, solía entrar cuando cerraba.
Era el mismo olor embriagador que usaba cuando salía conmigo. Ese mismo olor que me desorientaba y me volvía loca. Ese olor que tantas veces se había quedado en mi ropa o en mi piel. Ese olor que me había acompañado en sueños. Era el mismo olor.
No pude hablar ni alejarme, él ya me estaba abrazando y lloraba sin parar.
Me quedé en shock, anonadada, las palabras se habían quedado en mi mente repitiéndose como cual disco rayado eran.
Ahí recordé su hincapié en que nadie la viese a las salidas de juzgado, en que podía meterse en problemas.
Román se aferraba a mí y yo, lo notaba alterado, así, que me alejé con dolor y me tragué las lágrimas.
Lo miré a los ojos, los suyos, cansados y rojizos por el llanto, me miraban llenos de dolor, de miedo, de rabia, de pena. Podía ver una pequeña arruga en sus ojos y otra en su frente.
Pero nada de eso cambió lo que sentí.
Nada de eso cambió el latir de mi corazón, el bombardeo que se estaba llevando a cabo en mi corazón y mente, el amor que salía de mí, de mi alma, hacia él, en su totalidad, como tantas veces lo había hecho.
Lo dejé sentado en mi silla del mostrador, y me marché en busca de lavanda.
De camino a la lavanda, sentí a Román detrás de mí.
Llegué a la planta y la miré con algo de pena, tendría que arrancarle las flores.
Con la mano libre, espurreé agua para que cayese sobre ella y luego, volví a tomar el dedo de Román.
Me aseguré de cerrar la tienda y lo conduje al interior de la tienda, mi casa.
Allí, entré a la cocina y preparé un té, con un chorreón de miel.
Después, sonreí y lo llevé al salón, dónde un sofá alargado, un puff y un sillón -todos de tonos perla-, nos esperaban.
Mi casa era simple, era algo diferente a la de él, pero eso era lo bonito. Tenía miles de plantas por todos lados, cosas hechas con lanas y miles y miles de libros apilados en el suelo, a veces soñaba en poder formar la estantería que tenía, otras, lo dejaba porque no era tan yo eso.
Román paseó la mirada y asintió, cómo si no se esperase otra cosa de mí.
Nos miramos como antiguos amantes, como personas con una gigantesca complicidad, siempre la habíamos tenido. Eso fue lo peor, que yo, todavía sabía ver entre líneas.
Señalé su taza con la cabeza y sonreí.
Pero yo negué, yo ya sabía cómo estaba Alma, lo podía intuir, quería saber cómo estaba él.
Noté su voz quebrarse, pero no salió ninguna vocal, solo, un grito, un grito que fácilmente podría haber sido el protagonista de las películas llenas de dolor que veíamos juntos. Un grito que hizo que mi cuerpo temblase, que todas mis fuerzas se vinieran abajo. Un grito que me dejó con un dolor que se abría paso en mi cuerpo como una plaga.
El dolor era una plaga que no podía parar, nadie podía hacerlo. La plaga siempre estaba ahí, atacando, de manera invisible.
Tomé su mano y lo miré con dolor, con todo el dolor que mi cuerpo sentía e hice lo que tantas veces me había prohibido. Abrazarlo.
Lo abracé como nunca lo había hecho. Se aferró a mí cómo yo a él y dejé que llorase.
Lloró durante horas, yo, a veces, lloré con él, otras, le susurré que todo había pasado. Pero nada nos calmó a los dos.
Después de un rato, aferrada a su cuerpo, me alejé y lo miré con pena. Levé mis manos a sus ojos y limpié sus lágrimas mientras sonreía.
Pero Román me miraba con nostalgia y yo, ya podía hacerme la idea de su pensamiento. Y eso, no era bueno.
Porque no era bueno saber lo que estaba a punto de decir, porque en el fondo, mi amor, me pedía besarlo, me pedía gritarle que nunca dejé de amarlo, que lo amaba, pero no podía, pero sí sabía, pero y…, pero y…, pero, todos los peros posibles llegaban a mi mente y no sabía controlarlos.
Aunque uno se escapó y llegó a mi corazón.
“Pero te sigo amando.” – gritaban mis palabras
Esperé a que soltase la bomba de la que sus ojos advertían y cuando lo hizo, no pude correr, porque su radio explosivo, me había aniquilado completamente. Como solo él podía hacer.
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Editado: 21.07.2025