La migración de las aves

Dumán

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Dumán

Llevaba días sin ver a Alma, el fin de año había supuesto un alejamiento para nosotros, porque no nos habíamos visto, no habíamos hablado. Solo, habíamos estado.

Las puertas del instituto se abrían y dejaban paso a una recibida amarga, amarga porque sabía que abandonaría aquellas clases, aquellos profesores, aquellos conocidos, en pocos meses.

El sol se colaba tímido por las ventanas y se podía oír el trinar de algunas aves. Sin duda habíamos vuelto.

Busqué a Alma con la mirada, y la vi, estaba sentada mirando por la ventana.

Se la veía diferente, más viva, más sana y sonreí, sonreí porque la amaba tanto que el tiempo de espera solo había sido un potenciador para este amor.

  • Almi – sonreí cuando me acerqué a ella

Ella, me miró con su rostro serio, pero sus ojos, brillaban tanto que eran capaces de superar la luz del sol. Sin duda, se alegraba de mucho.

  • Feliz año, imbécil – sonrió y tomó mi mano con cariño.
  • Feliz año – le devolví la sonrisa y miré sus ojos con admiración –, ¿qué tal estas vacaciones?
  • Yo… estoy bastante mejor Dumán. Gracias – sonrió y vi sus ojos humedecerse – Mi padre ha vuelto con el amor de su vida, su primera pareja. La amiga de mi madre. La señora de la floristería. No puedo estar más feliz Dumán – sonrió mientras lágrimas caían por su rostro –. Mi padre ríe y está siempre feliz y parece que vuela. Lo juro.

Al imaginarme a Román así, sonreí, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era.

  • Me alegro mucho Almi.
  • He pensado mucho en nosotros estas vacaciones – susurró con timidez –, he llegado a una conclusión…

Alcé una ceja y la miré curioso. Farid, Tadeo y Silveri, estaban detrás de nosotros espiándonos.

  • Te amo con cada célula de mi cuerpo.

Y el que voló fui yo, porque a pesar de ya saberlo, el que me lo repitiese y me lo afirmase, me hacía volar, estar a años luz, estar en otro universo, imaginar, imaginar que sería vivir a su lado toda la vida y por alguna razón, ese sueño siempre me dejaba con paz, porque sería hermoso.

Porque ella lo era.

Oí un ohhh de parte de mis amigos y Alma me miró con los ojos abiertos.

  • No saben respetar – susurré negando.

Pero oí una risa en vez de un grito, una suave y tierna risa, la de Alma, se estaba riendo y yo, yo pensaba que ya podían caerme miles de rascacielos encima y yo seguiría vivo de esa fuerza que me daba aquel sonido.

  • Dumán, tengo que contarte algo... – susurró cuando comprobó que estábamos a solas – En la biblioteca te digo.

Asentí y me senté en mi pupitre esperando a que pasasen las horas.

Porque eso significaba que algo importante sucedería, porque Alma me llevaba a un lugar demasiado importante para ella.

Pero lo que no sabía ella, era que yo también sabía algo, que sus ojos, habían salido esa navidad en la televisión, que mi padre, había corrido a llamar al suyo y que conocían algo que nadie más sabía.

***

En la biblioteca, sonreí al verla moverse con calma.

  • Me he enterado de algo – empecé antes de ver cómo subía cajas a los estantes para colocar sus libros
  • Cuenta – dijo antes de mirarme mal –, te he dicho que me pasases la caja D y me has dado la P, no van en este estante los libros, imbécil.
  • Perdone jefa, un problema técnico – sonreí y cambié las cajas antes de que me la alanzase y acabase bajo el suelo con ella.

Sonreí y fui dándole libros poco a poco mientras contaba lo que sabía, porque era muy bonito y estaba seguro de que le sorprendería y alegraría.

  • La directora ha vuelto con el señor de la biblio – sonreí y vi la sorpresa en sus ojos
  • ¿Enserio?

Asentí y comencé a explicarle desde cómo lo había descubierto hasta cómo me lo habían confesado ellos mismos. Pude ver su rostro sorprendido y algo sonriente.

  • No me puedo creer que hayas tenido los santos cojones de presentarte en casa de Ulises y preguntar por mí, Dumán. Y encontrarlo con la directora y preguntarle si están juntos. Por todas las notas musicales del mundo – negó y sonrió –, eres un caso.
  • El cotilleo lo valía.

Sonreí y me cobijé bajo sus carcajadas, porque esas carcajadas, eran la mejor manta contra el miedo y los monstruos que habían existido.

  • ¿Qué tenías que decirme? – curioseé
  • Yo…, hace unos años, salí en televisión, quise contártelo antes, pero… pero no fui capaz – aclaró antes de seguir –. Era yo, en mi forma más vulnerable, llorando, mirando aterrada una cámara que alguien había colocado en mis ojos, segundos después del rescate, porque… porque mi padre tuvo que pelear contra los reporteros para que se alejasen de mí. Ronan me cubrió en sus brazos, de forma que estaba protegida, mis ojos lo estaban y… y salí en periódicos, en canales televisivos, en la radio… no fue bonito, eso… eso dice mi psicólogo, que… que fue un detonante de mi obsesión por respirar, por buscar el aire dónde no lo encuentro. Porque… cuando Ronan me abrazó, yo ya no tenía aire de tanto llorar y del miedo y… me llevé la mano a la oreja y sentí que volvía a respirar.

Y pensé en la imagen que yo había visto estas navidades.

Una niña aterrada, llorando, casi muriéndose del miedo, del pánico, con una cámara sacando plano de sus ojos, y un padre gritando, y la policía y un niño sacándola de las cámaras con amenazas agresivas, abrazándola, cubriendo con sus brazos su boca y su nariz, haciendo que solo se viesen sus ojos morados entre tanto negro, entre tanta ropa oscura. Sus ojos propios de un cervatillo acorralado, de una presa que estuvo a segundos de convertirse en cadáver, en una vida menos, en alma.

Y recordé la imagen, las voces…

  • “¡Aléjate de mi hermana si no quieres que te ponga los ojos de al revés, pedazo de subnormal!” – gritaba Ronan
  • “¡Como vea otra cámara sobre ella, me encargaré que eso sea lo único que penséis al cagar, porque os la meteré por el culo si no os alejáis de ella!” – bramó alejándola de las cámaras.




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