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Dumán
Llevaba días sin ver a Alma, el fin de año había supuesto un alejamiento para nosotros, porque no nos habíamos visto, no habíamos hablado. Solo, habíamos estado.
Las puertas del instituto se abrían y dejaban paso a una recibida amarga, amarga porque sabía que abandonaría aquellas clases, aquellos profesores, aquellos conocidos, en pocos meses.
El sol se colaba tímido por las ventanas y se podía oír el trinar de algunas aves. Sin duda habíamos vuelto.
Busqué a Alma con la mirada, y la vi, estaba sentada mirando por la ventana.
Se la veía diferente, más viva, más sana y sonreí, sonreí porque la amaba tanto que el tiempo de espera solo había sido un potenciador para este amor.
Ella, me miró con su rostro serio, pero sus ojos, brillaban tanto que eran capaces de superar la luz del sol. Sin duda, se alegraba de mucho.
Al imaginarme a Román así, sonreí, no podía dejar de pensar en lo afortunado que era.
Alcé una ceja y la miré curioso. Farid, Tadeo y Silveri, estaban detrás de nosotros espiándonos.
Y el que voló fui yo, porque a pesar de ya saberlo, el que me lo repitiese y me lo afirmase, me hacía volar, estar a años luz, estar en otro universo, imaginar, imaginar que sería vivir a su lado toda la vida y por alguna razón, ese sueño siempre me dejaba con paz, porque sería hermoso.
Porque ella lo era.
Oí un ohhh de parte de mis amigos y Alma me miró con los ojos abiertos.
Pero oí una risa en vez de un grito, una suave y tierna risa, la de Alma, se estaba riendo y yo, yo pensaba que ya podían caerme miles de rascacielos encima y yo seguiría vivo de esa fuerza que me daba aquel sonido.
Asentí y me senté en mi pupitre esperando a que pasasen las horas.
Porque eso significaba que algo importante sucedería, porque Alma me llevaba a un lugar demasiado importante para ella.
Pero lo que no sabía ella, era que yo también sabía algo, que sus ojos, habían salido esa navidad en la televisión, que mi padre, había corrido a llamar al suyo y que conocían algo que nadie más sabía.
***
En la biblioteca, sonreí al verla moverse con calma.
Sonreí y fui dándole libros poco a poco mientras contaba lo que sabía, porque era muy bonito y estaba seguro de que le sorprendería y alegraría.
Asentí y comencé a explicarle desde cómo lo había descubierto hasta cómo me lo habían confesado ellos mismos. Pude ver su rostro sorprendido y algo sonriente.
Sonreí y me cobijé bajo sus carcajadas, porque esas carcajadas, eran la mejor manta contra el miedo y los monstruos que habían existido.
Y pensé en la imagen que yo había visto estas navidades.
Una niña aterrada, llorando, casi muriéndose del miedo, del pánico, con una cámara sacando plano de sus ojos, y un padre gritando, y la policía y un niño sacándola de las cámaras con amenazas agresivas, abrazándola, cubriendo con sus brazos su boca y su nariz, haciendo que solo se viesen sus ojos morados entre tanto negro, entre tanta ropa oscura. Sus ojos propios de un cervatillo acorralado, de una presa que estuvo a segundos de convertirse en cadáver, en una vida menos, en alma.
Y recordé la imagen, las voces…
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Editado: 14.07.2025