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Alma
Era el cumpleaños de Dumán, que organizaba una fiesta en su casa, me había invitado a mí, la primera, eso me había aterrado. Porque yo no tenía un regalo físico que darle. Yo tenía una pieza, que llevaba su nombre, que me recordaba a su voz.
Así que llegué antes que nadie y vi la sorpresa en su rostro.
La casa estaba decorada, llena de decoraciones. De guirnaldas, de luces, de colores. Todo, era bonito, acorde con él.
Entré en su casa y lo senté en un sofá, allí, saqué el violín y con una sonrisa, preparé todo para darle aquel regalo.
Y él, él me miró con tanto amor que me hizo sentir llena, que me hizo sentir perfectamente feliz y llena. Viva.
Sonreí y comencé con los primeros acordes, luego, fui avanzando, dejando que las notas, que el sentimiento, se colasen por toda la casa, por nosotros, que llegasen a nuestra alma, que nos reclamasen. Que nos hiciesen llorar. Que nos gritasen amor.
Al terminar, dejé el violín guardado con nervios.
Sus ojos, llenos de lágrimas, me sonreían de una manera indescriptible.
Me cargó en sus brazos y con una inmensa sonrisa, me besó, me besó como nunca antes había hecho, con cariño, con delicadeza, con un amor que superaba todo el amor que me había mostrado anteriormente.
Con pasión.
Me besó de esa manera, Tan Dumán que tenía él solo de hacer. De esa manera que me volvía loca.
Y sonreí, porque Dumán, me amaba de la manera más hermosa que había. A su manera.
***
La fiesta había comenzado, yo, había dejado el amor salir de mí, porque era el cumpleaños de alguien especial, del amor de mi vida. De mi Dumán.
Caminé entre la poca gente que estaba y vi a una pareja en las escaleras besarse con pasión, mientras que en la entrada, otra discutía.
En los sofás, había amigos riendo y bebiendo mientras que en el patio, había amigos en silencio, sin hacer nada.
Pero luego, estaba Dumán, observando con cariño todo lo que le rodeaba. Luego me miró a mí, y todo se paró. Durante un momento quise ser invisible para poder centrarme en ese amor que tenía cuando me miraba. Para que no me diese miedo decirle cuanto lo amaba delante de aquella gente.
Pero el pánico estaba en mi garganta.
Dumán se acercó y tomó mi mano. La genta había comenzado a entrar a aquella casa por el frío. Otros habían comenzado a marcharse.
Subí tras él a su habitación y sonreí, parecía que hacíamos una trastada, en verdad, queríamos escondernos del mundo, juntos.
La habitación estaba a oscuras, no podía apreciar nada, solo podía sentir su mano en la mía, su piel cálida envolviéndome.
Me tumbé a su lado y lo abracé, estuvimos así segundos, minutos, muchos minutos, hasta que decidió hablar.
Asintió y se aferró a mí. Yo cerré los ojos y me concentré en lo bonito e íntimo que era todo nuestro alrededor.
Reí porque pensaba lo mismo, porque no podía dejar de mirarlo, de amarlo.
En silencio, miré su rostro, miré lo bonito que era.
Dumán acarició el mío y sonrió.
Y eso fue todo. Dos te amo en mitad de una oscura habitación, dos te amo antes de la migración.
Miré la puerta e intenté sonreír, el ambiente se había vuelto pesado, como si una losa lo aplastase.
Mis pulmones necesitaban oxígeno. Su rostro se había vuelto algo decepcionado.
Bajamos y Dumán fue con sus amigos, yo, los seguí hasta llegar al patio.
La gente se había ido, no quedaba apenas nadie cuando decidí marcharme yo también.
Y esa noche no hubo un beso de despedida, tampoco un abrazo, ni un te amo. Solo un adiós. Frío y seco adiós.
Quizá porque ninguno estaba preparado para las verdades que teníamos ocultas, quizá porque yo le temía al compromiso.
Quizá fuese por mi culpa.
Era por mi culpa.
***
No me sorprendió no recibir ningún mensaje de Dumán, no me extrañó, pero sentí un vacío abrirse en mi pecho.
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Editado: 14.07.2025